Vida en Series: Robin de Sherwood

Vida en Series: Robin de Sherwood

Peligrosa idea la de escribir desde el recuerdo, sin comprobar qué tanto resiste una obra los años. Casi nunca se mantiene igual lo que nos entretuvo en la infancia, y menos cuando aún teníamos la conciencia a medio formar ante el televisor: por lo general, a nuestros ojos más adultos, esa obra entrañable empeora o mejora mucho. Una de dos. Qué gusto entonces que Robin de Sherwood sea de las que mejoran, de las que asombran al cabo de los años por su calidad y no merecen el olvido.

Un reel nostálgico que encontré por casualidad me hizo buscarla en días recientes, repasarla como si fuese la primera vez y admirarla con un asombro todavía infantil. Eso es lo que los cinéfilos/seriéfilos llamamos culto. Las actuaciones, la música, el extraordinario guion de Richard Carpenter, el bosque, los castillos, las batallas… ¡Combinar la leyenda de Robin Hood con el oscurantismo de la Edad Media! ¿A quién se le ocurre esta idea tan insólita como bien ejecutada?

Entre tantas series extranjeras que amenizaron mis primeros años de vida, aquellos en que aprendí a amar la palabra aventura cada tarde-noche a la misma hora, no es casual que esta saga británica, producida entre 1984 y 1985, transmitida en Cuba antes y después de nacer mi generación (pegada al nuevo siglo), aún destelle entre las brumas de la memoria. ¿Cómo olvidar esos fotogramas fascinantes, o al brujo con cabeza de ciervo, o al héroe que cambiaba de rostro en un giro argumental inaudito?

En efecto, acabo de citar el elemento que hizo más memorable a Robin de Sherwood en todo el mundo: la sustitución del primer actor principal (Michael Praed) por un nuevo actor principal (Jason Connery) en mitad de la serie, amparada por el tono místico tan sabiamente llevado y la convicción de un equipo que sabía lo que hacía. Operación arriesgada donde las haya, y más cuando el producto se vuelve familiar y gusta a mucha gente, pero ejecutada en estado de máxima gracia artística.

La relación que el guionista Richard Carpenter estableció entre épica y paganismo dio un toque único a su creación.

No en balde la escena que más recordaba, como seguro estoy que le sucede a otros, es… Sí, la de la muerte de Robin. Del primer Robin. No, no hay spoiler posible, porque si de algo te advierte Internet, tu hermano mayor o cualquier interlocutor con quien hables de la serie, es de ese inesperado momento que dio paso a la tercera y última temporada. Por lo bien montado que quedó en cámara y en nuestras retinas, todo un alarde de suspense y emoción, grabado a fuego en el televidente: aquel proscrito disparando su última flecha, rompiendo el arco en su rodilla y cayendo abatido en off bajo las ballestas del enemigo.

Pero una escena no menos magistral, digna del mayor cineasta épico y no épico que se haya atrevido a filmar el Medioevo en todo su lirismo, en todo su misterio, fue la que dio cierre a ese episodio: la doncella Marian (perfecta Judi Trott en ese papel, casi un hada salida de ilustraciones antiguas) rinde homenaje al cadáver de su amado y, tras ella, anuncia su presencia una aparición.

Un encapuchado que en la temporada siguiente descubrirá su rostro, y daremos así la bienvenida al hijo de Sean Connery (otro bandido inmortal en la bellísima Robin y Marian) y, de paso, a una intro calcada de la anterior, donde se ve al arquero escrutando el bosque mientras la banda Clannad acompaña los créditos.

Mencionada de paso la película de Richard Lester, es justo reconocerle una similitud con la obra de Carpenter: el enfoque dado a Ricardo Corazón de León (John Rhys-Davies en esta ocasión, tremendo en su rol, como en Indiana Jones, El señor de los anillos o la primera Shogun), muy distinto del endiosable cruzado que partió a Tierra Santa, dejando su nación en manos del príncipe Juan, y mostrado más bien como ese guerrero que nunca aprendió a ser rey, tan cuestionable como un sheriff de Nottingham o un Guy de Gisbourne. Disfruto mucho cómo pesa en Robin la lealtad defraudada, cómo se complejiza el concepto de villanía en cuanto Ricardo hace aparición.

Entre las muchas Marian que ha habido, de Olivia de Havilland a Audrey Hepburn, de Mary Elizabeth Mastrantonio a Cate Blanchett, todavía ocupa un lugar especial Judy Trott.

Resumir la trama de Robin de Sherwood en toda su complejidad es imposible: en la Inglaterra de finales del siglo XII, Robin de Loxley (Praed, el primer actor, de pelo negro) es un joven de familia asesinada y desposeído de bienes que, convertido en “cabeza de lobo” (como llamaban a los proscritos, perseguidos al precio de su mote), responde al llamado de una figura inquietante del folclore inglés: Herne el Cazador, chamán coronado por cuernos de ciervo, a quien interpreta John Abineri. A modo de héroe profetizado, oculto en la espesura de Sherwood junto a más forajidos, Robin acepta encarnar el espíritu del Hombre Encapuchado, patrón de los oprimidos, y luchar contra la tiranía imperante.

Más adelante será Robert de Huntigdon (Jason Connery, el rubio) quien se coloque la capucha y tome el arco para reemplazar al difunto líder, incluso en el amor por Marian. Decisión que no le resultará nada fácil, dada la alargada sombra de su predecesor y la credibilidad que personajes y público debemos otorgarle. Para algunos quizá la serie no sea lo mismo a partir de entonces, debido a un cambio tan radical y lo difícil que se hace despedir a Michael Praed (como fácil resulta a la vez querer a Connery, él se lo gana), pero desde un punto de vista creativo y artístico no pudo quedar mejor resuelto el adiós de la estrella original.

La llegada de Jason Connery al protagónico dividió a la serie en dos etapas que no todos los espectadores asimilaron, si bien mantuvo su calidad hasta el final.

Pese a ello, Robin de Sherwood-Temporada III terminaba bastante en punta. A día de hoy, si bien es igual de maravillosa, la serie sigue sin tener su cierre absoluto. Ojalá Herne me convocase a sus dominios para convencerme de escribirla yo mismo. Se habló de continuarla en televisión, en cine, se novelizó y se adaptó a audiolibro y a cómic, mas no fue posible saber más de esta historia.

Una historia de Robin Hood que no es como las otras, que en poco o nada se parece a la de Errol Flynn, a la de Kevin Costner, a la de Douglas Fairbanks, a la de Russell Crowe, muchísimo menos a la serie de los 2000 que se agenció el espacio Aventuras… pero que en nada desmerece la oportunidad de disfrutarla.

Es mejor, más honesta y conmovedora que algunas “obras maestras” del audiovisual que circulan en el mundo. Lo he comprobado gracias a un reel casual de esos que te reconectan, en la madrugada insomne y oscura, con los recónditos pasajes de tu infancia. Leyendo los comentarios de aquella publicación constaté que no soy el único cubano con esta clase de sentimientos apasionados, que a más gente de mi tierra les impresionó esta joya pagana, que más de uno habrá ido a Google en su busca.

Hace unos días no recordaba haber crecido con Robin de Sherwood, pero todo este tiempo la he llevado en la sangre.

Muchos aún rememoran la serie por esa inquietante presencia al fondo, que es clave en la serie: Herne, el Cazador.

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2 Comments

  1. Me uno a ese sentimiento de revivir la época en la que mis ojos seguían a través de un pequeño televisor de tubos al encaouchado intrépido y sensible, cautivado por su Marian, la que no tenía aspecto de monja y a quien le propuso quedarse a compartir con él ese mundo de Sherwood. Ser su reina, su compañera, su cómplice. Su amor al punto de recurrir al dios de los árboles para resucitarla. No negaré mi deseo de que el mismo dios de los árboles regresara el tiempo para que el Robin de ojos claros y cabello oscuro volviera después del sacrificio por sus amigos. Siempre, cuando aparecía el nombre de mi ídolo de infancia con el bosque de fondo y la música mística de Clannad, transportándome al medioevo que me cautivó, añoraba ver ese perfil perfecto de Michael Praed. Para mí, el mejor Robin Hood de todos, el natural sin el estereotipo ridículo del hombre con sombrero de pluma. Fue el desposeído perfecto. No entendía ese cambio abrupto por el rubio. La serie no volvió a ser igual, pese a los esfuerzos de su creador por mantenerla y superar esa tercera temporada para evitar que fuera la última. Para mí, los 13 primeros episodios fueron grandiosos. Quería estar con aquellos forajidos dejándome guiar por el encapuchado de cabello oscuro en medio de la magia y del misterio entre lo pagano y lo épico. Sí, hago parte de ese culto que palpita por esta serie de aventuras, una pieza maestra audiovisual para ese entonces, cuando solo tenía 8 años. Pero configurada no para niños de mentalidad básica. No. Fue y aún es en este 2025, una producción incomparable con luchas amenizadas por la música hasta que Clannad dejaba oír su Together en uma clara muestra de lo que era la lealtad y la cruzada por la justicia. Hace poco vi de nuevo esos 13 primeros episodios. Me sorprendí. Sentí que estaba en ese 1984. Sentí que mis padres estaban allí conmigo en sus quehaceres, mientras yo como una niña no me despegaba del televisor a las 5:00 p.. m. aquí en Colombia. Sonreií. Al final de ese capítulo del gran enemigo me entristecí con cada palabra de despedida de Robin a Much y a Marian. Sí, no era para siempre. La conciencia volvió a través de la pantalla de mi celular por donde reviví la serie, añorando el pequeño televisor de tubos. Ya mis padres no están vivos. Regresó la razón a la mujer en la que me convertí, pero con mayor deseo de ser intrépida y de asumir la vida como una aventura, escuchando en mi mente las notas de Clannad de la serie televisiva que me marcó.

  2. Oye me reviviste los recuerdos!!!. Al día siguiente de la muerte del primer Robin en mi aula de la escuela allá por 1991, creo, había luto total!!! No queríamos creer que era cierto Y tienes razón no fue igual con su sucesor.
    De hecho con esa aventura fue mir primer asomo a esa historia en sí y por extensión a la Inglaterra

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