Un museo en el corazón de la Ciénaga

Un museo en el corazón de la Ciénaga
Un museo en el corazón de la Ciénaga. Fotos: Arnaldo Mirabal

Unos siete kilómetros separan a Soplillar del centro de Playa Larga y casi cuatro es la distancia del poblado a la costa, por lo que llegar a la zona no guarda ninguna relación con las casualidades y sí con las ansias de un verdadero contacto con la historia.

Como otros tantos rincones de la Ciénaga de Zapata, hasta allí también enrutan los libros con los que se entiende y aprende el pasado. Y es que además de Bahía de Cochinos, el central Australia o cualquier otro sitio emblemático, Soplillar también tiene su encanto especial: fue ese lugar el escogido por el eterno comandante, Fidel Castro Ruz, para compartir con los humildes las primeras pascuas de la Revolución naciente, aquel 24 de diciembre de 1959.

Cinco décadas después, en medio de arboledas y parloteo de cotorras, en el mismo sitio del trascendental encuentro del líder con los carboneros, se erigió un museo de imprescindible visita.

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Giselda Chávez Caballero y Vidal Díaz García no habían nacido en diciembre del 59, pero conocen al dedillo todo lo que aconteció en su querido Soplillar: ella desciende de algunos de los protagonistas de la icónica noche; mientras que él ayudó a levantar, en 2009, las paredes del memorial con que se le rinde tributo a una cena que más que llenar estómagos alimentó almas y revivió esperanzas.

“Hasta entonces había mucho analfabetismo en esta zona. Cuando el helicóptero donde vino Fidel, a las 8 de la noche, proyectó una luz buscando donde aterrizar, las personas entendieron que ahí venía la vida y el futuro”, refiere la museóloga principal, que siente la institución como su otra casa.

“A partir de que el Comandante estuvo aquí, se mantuvo la tradición de la cena todos reunidos. El historiador del municipio y los pobladores tratamos de simbolizar el momento y el lugar. Hicimos esa acera con suelo cálcico que demuestra cuán difícil era para el carbonero caminar con pies descalzos o zapatos rotos, que era lo que tenía para poder hacer el carbón y buscar el sostén familiar. Luego vino Kcho e impulsó toda esta maravilla.

“Esa estrella la hizo Soplillar. El recipiente tiene la forma geográfica de la Ciénaga y está lleno de agua justamente porque este municipio tiene un 75 % de agua. Tiene plantas endémicas, pececitos…

Vidal, además de ser uno de los carpinteros que trabajó en la construcción del museo, actualmente se desempeña como velador de sala. “El 5 de marzo del 99 el historiador municipal, Julio Morín Ponce, y el entonces presidente de la Asamblea Municipal, Modesto Chávez, conversan con el secretario del Partido, José Luis Suárez Serrano, proponiéndole el rescate de esta actividad.

“Buscan imágenes de qué pasó aquí en el libro En marcha con Fidel y localizan a la familia de Raúl Corrales, fotógrafo que asistió a la cena con el Comandante. Eso queda en ideas y papeles, pero ya en el 2007 se retoma, con el apoyo de los factores de la comunidad. Muchos incrédulos lo llamaron el Proyecto de la Tortuga, por su lentitud para avanzar, imagínese que esto era un marabuzal.

“El 4 de enero de 2009 Kcho visita Soplillar y escucha la historia de lo que había pasado aquí. Luego, lo corrobora con el Comandante y le pide permiso para rehabilitar el sitio. El 28 de octubre del 2009 regresa con los estudiantes de la Escuela de Instructores de Arte de Matanzas, formando la Brigada Marta Machado, que se nombró así en honor a su mamá. El proyecto se concretó en dos meses.

“Yo estaba ingresado en el hospital militar cuando me avisaron que ya había venido la brigada. El 28 me dieron el alta y el día primero de noviembre, cuando Kcho se reúne con la población y pregunta quién puede apoyar lo mismo como carpintero, que cobijando techo, di mi paso al frente”, comenta satisfecho.

“En este lugar se hicieron estas réplicas con la intención de demostrar cómo era la vida en la zona antes que triunfara la Revolución. Tenemos los bohíos, el hornito, el soplillo, la mesa, que nos remonta a cómo fue la cena”, cuenta Giselda, quien asegura que en el levantamiento del sitio todos ayudaron de una manera u otra. “Cada cual desde su punto de vista, en su centro de trabajo, se las ingeniaba para estar, aunque tuviera que coger vacaciones. En mi caso era bancaria y no me dejaban. Prácticamente tenía que implorar para poder estar ahí, donde sentía que estaba mi lugar”.

Nadie puede partir del memorial sin plasmar al menos una línea en el libro de impresiones, preservado como tesoro valioso, tanto como los muchísimos ejemplares recopilados en la biblioteca del centro.

“Esta biblioteca se nutre de donaciones, y las primeras llegaron de Fidel. Estos de aquí los trajo Miguel Díaz-Canel Bermúdez, nuestro presidente, durante su visita el pasado 24 de diciembre, y aquellos de allí fueron un regalo de Kcho”, comenta la museóloga mientras guía el recorrido por la biblioteca que constituye la primera sala expositiva.

“Vienen muchachos universitarios que se quedan fríos al ver lo que tenemos acá. Todas son enciclopedias, y bastante actuales.

“Afuera tenemos libros en exhibición como parte de una muestra expositiva que lo mismo está dedicada al Día de la Medicina, al de la lucha contra el cáncer, o al del Amor. La temática varía según la fecha a celebrar”.

Al museo de Soplillar le llueven las visitas, aun cuando está dentro del monte y llegar a él no es casualidad sino un objetivo. “En cuatro días llevamos 32 extranjeros y 15 cubanos”, enfatiza con alegría la especialista, mientras señala uno de los bohíos como siguiente sitio a recorrer según el itinerario previsto.

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A pocos metros del salón principal se encuentran las dos viviendas rudimentarias que rememoran los primeros años de la Revolución. En la primera, bajo techo de guano, una galería fotográfica revive la visita del líder histórico. Allí cada rostro es bien conocido para Griselda, aunque ella por ese entonces ni pensaba nacer.

“Esos de la primera foto son mis primos, que estaban muy pequeños y eran huérfanos. Los otros, niños del barrio”, y mientras conversa sobre la época la emoción se desborda en los ojos de la soplillareña. Es difícil mantenerse inmune al contacto con las raíces, sobre todo si te tocan tan directamente.

Todo ilustra un antes tras pasar el umbral de la puerta: el lavadero de manos a la entrada, el piso de tierra con color blanquecino por la ceniza, que además de dar sensación de limpieza aleja ciertas plagas, la cama de hierro con su bastidor hundido hacia el medio…

Cada objeto, cada instantánea esparcida por el lugar cuenta la historia de una cena y de su vida. Los hermanos mayores, su padre, su madre, quien justamente esa noche cumplía años, hasta el vecino que aún vive cerca, aparecen en las capturas del lente de Raúl Corrales.

“Él lo trajo todo esa noche, incluso revistas. Jamás soñaron los carboneros tener esas bebidas sobre la mesa, y menos imaginaron que el mismísimo Fidel vendría”.

Cómo pensar que el barbudo de la Sierra, el que había luchado tanto contra los esbirros batistianos, el que ese enero había entrado victorioso a La Habana aseverando el triunfo, tendría la gentileza de compartir con los humildes, con los carboneros de ese lugar en el mapa del que casi nadie había escuchado y al que aquella cena inmortalizó para siempre.

Pero allí estuvo, y una estructura de paredes de tablas y yaguas contiene los nítidos recuerdos de lo sucedido, y unas décimas que se traducen en agradecimiento por la expresión de amor al prójimo.

A pocos pasos de la primera, está la segunda vivienda, que consta de una arquitectura simillar. Solo los adentros varían. En esta salta a la vista un llamativo quinqué colgando del caballete. Otra estructura que cuenta la historia de los hombres y mujeres que tenían en el carbón sustento de vida.

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Cada 24 de diciembre una bandera cubana de 11 metros de largo por cinco de ancho se ata a dos palos que están muy cerca de los vestigios de donde se asó el lechón aquella noche de 1959.

Griselda asegura que Fidel nunca olvidó a los cenagueros desde aquella visita que constituyó su viaje número 17 a la zona. “El primero fue el 16 de marzo del propio año. Después de la cena el Comandante tuvo mucho paternalismo, tanto que cuando en el 2001 el ciclón Michelle afectó severamente a la región, aunque él no pudo llegar por lo intransitable que se volvieron los caminos, nada más que las aguas tomaron su nivel empezó a mandar rastras de materiales de la construcción para levantar viviendas”.

La museóloga se encuentra tan identificada con aquel lugar, que se rehúsa a marcharse aunque sus hijos ya no estén allí. “Han prometido pagarme más que mi salario por estar en casa descansando, pero para mí no se trata de dinero.

“Este es mi lugar. Mi mamá y mi papá estaban en la fiesta, están en las fotos, mis hermanos mayores… Por eso me jubilé y aquí estoy. Además, mi sostén es leer. Yo me paso la vida leyendo, y aquí hay maravillas. Hasta los turistas lo notan y me lo dicen: esta es su vida”.

Y mientras vuelve en su viaje nuevamente a los libros del salón principal donde comienza todo, la museóloga reitera agradecimientos. “Aquí mandaron alfabetizadores también. Celia Sánchez y Fidel se llevaron un grupo de personas para La Habana a estudiar, y se hicieron alfareros. En la Boca había una fábrica justamente de cerámica en la que trabajaron hasta su jubilación. Mucho ayudaron a nuestra gente, y eso no se olvida jamás”.

Bien cierto es que aquella visita navideña le cambió la vida al poblado de Soplillar y a sus moradores. A golpe de superación y de las nacientes oportunidades, unos aprendieron los secretos del mar y asumieron como timoneles sus propios barcos; otros, a pesar de sus avanzados años, enfrentaron la ignorancia de saberes y se adentraron en un mundo de letras y números; y hasta hubo quien eternamente agradecido por los gestos del Comandante se brindó a cuidar sus espaldas hasta el final.

Vale la pena adentrarse en los parajes cenagueros porque además de una belleza natural sin igual, de un endemismo que sorprende en cada visita aunque se vuelvan recurrentes, entre caobas y robles, caguamas y corales, cotorras y tomeguines, hay muchas historias atrapadas que merecen conocerse.

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