
Las actividades culturales se han convertido en un acto de fe. Pese a tener en cuenta todos los factores posibles en el proceso organizativo, el resultado final, en la mayoría de los casos, no depende ni de los artistas ni de los productores.
Les pongo un ejemplo. Se ejecuta un presupuesto para un concierto en un lugar equis, se monta el escenario, se instala el audio, se garantiza tanto la logística como la alimentación. Y llegan los músicos que llevaban una semana ensayando para el show. Sin embargo, a la hora de la verdad, ¡pam! todo queda a oscuras.
Eso sin mencionar al público que se trasladó de un punto a otro de la ciudad, para divertirse o relajarse un rato, con lo difícil que está el transporte público y lo caro que está el privado. A ello se suma la decepción y la molestia, sentimientos que finalmente recaen sobre los organizadores y los equipos de producción.
Este tipo de situaciones se repiten más de lo que quisiéramos y pasan por una cuestión de planificación y comunicación entre las instituciones culturales y los organismos gubernamentales. Los espacios artísticos y recreativos no pueden ser vistos como daños colaterales ante una situación excepcional.
Sin ir más lejos, ante la caída del Sistema Eléctrico Nacional, se suspendieron todas las actividades culturales en la provincia, incluso, las que no requerían de electricidad. Pero ya había horarios acordados, exposiciones montadas y artistas de otros municipios o provincias que ya estaban aquí. Entonces, no hubiera estado de más tener, al menos, algunos espacios activos para salir de la casa y despejar, aunque se limitaran al horario diurno.
En eventos tan importantes como la Feria del Libro o el Festival Atenas Rock, de la Asociación Hermanos Saíz (AHS), se suspendieron actividades, a última hora, cuando, conociendo la compleja situación energética que atraviesa el país, se podían haber programado en zonas con circuitos protegidos.
Los pocos recursos con los que se cuenta para hacer cultura y llevarla a la mayor cantidad de público posible, hay que emplearlos objetivamente y explicar a las audiencias el porqué de las decisiones, para evitar malentendidos.
Para entender el valor de la cultura promovida por las instituciones del Estado y organizaciones sin fines de lucro, como la AHS, basta con darse una vuelta por las opciones privadas. ¿Cuántos de nuestros jóvenes pueden acceder a una discoteca o a un bar?
Para que los eventos artísticos fomentados desde nuestras instituciones tengan el impacto que se quiere, y que merecen, el trabajo debe ser multifactorial y la planificación debe tener en cuenta las circunstancias actuales, sobre todo con aspectos como el transporte, el servicio eléctrico y la accesibilidad.
Por último, pero no menos importante, están los artistas, que dedican tiempo y esfuerzo para compartir su obra con el público, algunas veces hasta sin cobrar. No obstante, tienen que vivir esas experiencias incómodas, sin tener la culpa de nada.
El próximo marzo se desarrollará en Matanzas la Feria del Libro, un momento que bien nos valdría para hacer las cosas mejor. El arte siempre deberá tener como objetivo trascender y llegar a la mayor cantidad de público posible; no convirtamos la cultura en un cronograma.