
“Mami todo eso es tuyo”, “que buena estás” o “pss pss adiós cosa rica”: son solo algunas de las tantas expresiones vulgares que la mayoría de los hombres consideran piropos, cuando no es así. Las miradas morbosas y los comentarios sexualizados, son una lacra cotidiana que se filtra en la vida de las mujeres para perseguirlas como una sombra persistente, robándoles la tranquilidad.
El acoso callejero es un fenómeno social que afecta a millones de personas en el mundo, principalmente al sexo femenino y que se traduce en gestos obscenos, persecución, silbidos, toqueteos.
Según la revista Alma Mater, en Cuba un alto porcentaje de mujeres ha experimentado acoso en algún momento de su vida. Existe una triste realidad con respecto a esta situación, donde convergen factores culturales y sociales. Aunque se disfraza de trivialidad, sus raíces se hunden en la desigualdad de género y la cultura machista y patriarcal que fomenta la idea de que los hombres tienen derecho a expresar su deseo de forma verbal y física hacia las mujeres, normalizando el acoso como una forma de interacción social.
La experiencia de caminar por las calles se vuelve traumatizante al saber que en cualquier parte escucharán comentarios indeseados, utilizados como un juego de seducción o una forma de “mostrar interés”. Desde niñas nos enseñan que debemos vestir de cierto modo, no podemos transitar solas en ciertos horarios, que no hablemos con desconocidos para no “incitar” a que nos acosen. Es común escuchar: “¿Cómo quieren que las respeten si se visten así?” Una frase machista, que responsabiliza a las mujeres de ser víctimas del acoso y las agresiones.
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A los acosadores no les interesa si es menor de edad, si va acompañada del novio, esposo o el propio padre, quienes siempre reaccionarán mostrando su instinto protector, dejando claro que la situación es inaceptable. Ser acosada puede llevar a cambiar las rutinas diarias. En muchas ocasiones hay que cambiar la ruta: brincar hacia la otra acera, desviarse del camino y doblar por otra cuadra, así tengamos que caminar más, no importa. Porque sabemos que ese grupo de hombres ubicado en una esquina dirá algo que no deseamos oír.
Una perspectiva comúnmente observada en las experiencias de mujeres frente al acoso es que las estrategias adoptadas varían, desde la evitación o el desprecio hacia el acosador, hasta la decisión de denunciar los hechos. Sin embargo, ninguna de estas tácticas ha demostrado ser efectiva para abordar estas situaciones. Otra opción que las mujeres pueden considerar es enfrentarse directamente a la situación.
Las víctimas no solo son afectadas físicamente, sino que también tienen un profundo impacto psicológico, llevándolas a estado de ansiedad, depresión y disminución de autoestima, lo que puede repercutir en su vida personal y profesional. Experimentan una mezcla de emociones que van desde la incomodidad hasta el miedo. No importa si están en un parque o en una parada de ómnibus, siempre hay alguien ahí, que se toma las atribuciones para opinar sobre una cara o un cuerpo sin que nadie se lo pidiese.
Existen casos de mujeres que no denuncian por miedo a no ser tomadas en serio o a ser culpabilizadas y muchas veces por vergüenza sufren en silencio. Organizaciones como la Federación de Mujeres Cubanas han denunciado la gravedad del acoso, mediante las campañas de sensibilización como «El acoso te atrasa» y «Evoluciona», las cuales buscan educar sobre la importancia del respeto y la empatía en las interacciones diarias.
Las mujeres tienen derecho a caminar libremente por las calles sin ser vistas como objetos sexuales, sea cual sea la vestimenta, el caminar o el porte y aspecto; nada de eso justifica opinar barbaridades. El camino para lograr una sociedad equitativa es largo, pero no imposible. Luchemos por erradicar el problema de raíz para que las personas se sientan seguras en los espacios públicos, es nuestra responsabilidad contribuir a ello. (Por: Lauren Quirós Alonso y Camila Pérez Domínguez, estudiantes de Perodismo)