Guardabosques cenagueros: vigías de las llamas y de la vida

Guardabosques cenagueros
Guardabosques cenagueros: vigías de las llamas y de la vida. Fotos: Arnaldo Mirabal

Hacia el sur de Matanzas se hallan algunos de los parajes más bellos de la provincia, sin demeritar el área protegida Laguna de Maya, las Cuevas de Bellamar o el fabuloso Valle del Yumurí, tan seductor a la vista desde las alturas de Monserrate.

Hábitat de cocodrilos y manjuaríes, de cotorras y negritos, de una vegetación que seduce al autóctono y al visitante, la Ciénaga de Zapata sobresale como paraíso natural al que resulta vital proteger.

Desde el interior de sus parajes, un grupo de valientes, amantes del entorno en todas sus formas de expresión, se asegura de salvaguardar el tesoro no solo de las llamas que pueden devastar sus zonas boscosas, sino también de la mano del hombre, a veces destructora de especies de la flora y la fauna.

PROTEGER DESDE DENTRO

Emilio Díaz Lima se desempeña como jefe de Grupo de Protección de Montaña del Circuito Ciénaga Oriental, aunque ciertas plazas vacías le han llevado a asumir incluso más responsabilidades laborales.

“Mi trabajo consiste en llevar el personal a las áreas para el enfrentamiento a los delitos, que tiene entre los más comunes la tala ilegal y la caza de la paloma, el negrito, y en tiempo de cotorra existen ciudadanos que se dedican a llevarse hasta a los huevos, lo que atenta contra la especie. En el caso de la tala, sí ha disminuido un poco”, refiere complacido, si bien asegura que todavía existen individuos que intentan cortar jóvenes robles, caobas y otros árboles maderables, para transformarlos en hornos de carbón.

“Estamos en temporada de incendio, donde se refuerza el recorrido por los lugares de mayor riesgo y se realiza un trabajo profiláctico, que incluye conversatorios.

“Los incendios constituyen nuestra tarea más fuerte, sobre todo ahora que existe tanta sequía en la Ciénaga. En estos momentos, tenemos eventuales contratados que apoyan a la brigada. Entre los lugares de atención priorizada, se halla el área protegida de Bermeja, una de las escogidas para el turismo de naturaleza”.

No es sencillo encontrar a los guardabosques, sobre todo cuando se adentran en los parajes más recónditos de la geografía cenaguera. Su labor es allí: entre árboles de maderas preciosas y especies endémicas, entre aves que seducen por su canto y embellecen cada rincón del sur matancero.

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Dámaso Medina Villa está consciente de que su rol resulta imprescindible para la conservación de la zona, y no solo porque lo diga su cargo de jefe de incendio del Circuito Ciénaga Oriental.

“Tengo que conversar con todo el personal que entra al bosque, hacerle entender que las especies deben cuidarse, que los cigarros pueden ocasionar incendios. No pueden llevar fosforeras ni nada que signifique un riesgo.

“Por nuestra parte, siempre tenemos todo preparado para salir, si fuese necesario, a contrarrestar llamas: casco, herramientas, a las mochilas no les falta el agua y el tractor está listo por si suena una llamada”, asegura el lugareño.

“Desde enero hasta el 31 de mayo es una época donde el trabajo se vuelve más intenso. No tenemos días ni horarios —refiere Yoel Rodríguez Espinosa—. Ahora existe poco personal, la plantilla real es de 18 y en activo somos solo siete; aunque tenemos el apoyo de compañeros que nos informan y hacen más fácil nuestro quehacer. Trabajamos en turnos de tres por tres: días laborables y de descanso; pero, si en ese tiempo se complica la cosa y hay que prestar servicio, se asume. No importa a cuánto asciendan las jornadas”.

Aunque las tropas pudieran parecer diezmadas, porque ni siquiera representan la mitad de los necesarios para asumir la importante misión de proteger las áreas verdes desde dentro, y también desde fuera, en tiempos de sequía, cuando los bosques y manglares peligran más de lo normal, los eventuales se convierten en un apoyo vital, y eso bien que lo sabe Ubaldo Ramírez López.

“Desde Punta Perdiz hasta los límites con Cienfuegos, apoyo aquí en el circuito más grande. Hay que velar por todo, pero fundamentalmente el área protegida y los tres puntos de mayor peligrosidad de incendio: El Tomate (parte de atrás de Cayo Ramona), Cocodrilo, Los Mangos y la caseta de Covadonga. Lo mío es mantenerme en la zona y, si hay que salir a combatir llamas, pues salimos”, asegura el jubilado, que en cada temporada de inminente peligro se recontrata en función de salvaguardar las especies de flora y fauna de la Ciénaga.

CUANDO EL PELIGRO NO SE VE

Del otro lado de Playa Larga, en un punto no tan intrincado, más cerca de la comunidad, se localiza la sede de los guardabosques del Circuito Ciénaga Occidental, donde el joven Leonardo Milán Escalona, de apenas 30 años de edad, se desempeña como jefe de brigada de incendios.

“En mi caso, preparo a la fuerza para la campaña, la cual está compuesta por dos grupos: los guardabosques profesionales y los eventuales. Las acciones que realizamos son de divulgación, trabajo preventivo con el personal que circula en las áreas. Laboramos en conjunto con los CDR (comités de defensa revolucionarios) y la población en general”.

En la sede del Circuito, se está preparado todo el tiempo para asumir las encomiendas, y no solo porque lo digan los que radican y trabajan en la zona, sino porque se evidencia en la organización del local.

En el interior, donde a la vista salta un mapa grande de la región, se cobijan las herramientas empleadas en el quehacer diario y ante incendios de cualquiera de las magnitudes o variantes: el hacha Pulaski, que lo mismo sirve para cortar troncos con brasas y ramas finas o raíces, que para hacer una zanja y separar todo el material combustible, dejando al descubierto solo el suelo mineral; la pala para bajar la intensidad calórica de las llamas; las mangueras de 30 metros, cuyo tamaño se multiplica si las empatas; las piscinas de lona con capacidad de 250 litros, que proveen el líquido cuando la presión no ayuda; las bombas de espalda, contenedores plásticos de 20 litros de agua utilizados en focos pequeños; la antorcha de goteo para quemas de contracandela; los batefuegos súper útiles en áreas de herbazal; el multifacético rastrillo…

No es sencillo encontrar a los guardabosques, sobre todo cuando se adentran en los parajes más recónditos de la geografía cenaguera. Foto de la autora

Puertas afuera, en una pared lateral, un mural alerta sobre el grado de peligro de los incendios forestales, y por encima del inmueble se alza una torre de vigía que permite las alertas tempranas, y desde donde se puede contemplar la belleza de la zona boscosa.

“En su mayoría, los incendios que tenemos acá son provocados por la caza y la pesca ilícitas, además de descuidos del personal, que tira un cigarro encendido, un fósforo, o circula sin matachispas.

“Aunque pareciera que la pesca no atenta, sí que lo hace. Tenemos áreas donde se obtiene con facilidad la claria; y los que vienen y entran en el bosque crean fogatas, porque hacen campamentos de dos o tres días. Esas fogatas muchas veces se descuidan y se propagan las llamas, que comienzan en herbazales de ciénaga y de ahí se adentran hacia la montaña. Tenemos incendios superficiales, pero en menor medida, los que más abundan son los que menos se ven.

“En otros lugares existen los incendios de copa, sobre todo donde abunda el pino; en esta zona, los soterrados constituyen los más comunes. Comienzan como un incendio superficial y bajan; cuando llegan a la montaña, se mezclan con el material combustible y empiezan a quemar por debajo de la tierra.

“¿Qué diferencia tiene la manera de combatirlo con respecto a los otros? Diría que demasiadas, porque el incendio de copa se da por encima de los árboles, y aunque resulta un poco más difícil, porque tienes que jugar con el aire y lleva un apoyo aéreo, los soterrados tienen en contra que no son tan visibles”.

Dicen los especialistas que en esos casos no es común divisar el humo, porque todo sucede a nivel de raíz. Solo el olor a quema que de vez en cuando escapa entre piedras o la caída de árboles ante la pérdida de sus sustentos, desenmascaran al enemigo silencioso.

“Requieren de carro de bombero, carro cisterna, motobombas que tenemos preparadas, y vamos apagando por la orilla del incendio, tratando de que no siga el avance”, refiere el artista de academia, graduado en escuelas de artes del Oriente del país, devenido todo un especialista en lo que a incendios y protección de recursos naturales se trata.

“Resulta quizá un poco más cómodo comparado con los otros tipos, porque no tiene el molesto humo. Sin embargo, se hace difícil y hay que tener mucha precaución, porque si existe alguna cacimba o algún lugar donde se enclave, tenemos que apagar y echar agua constantemente para enfriar la zona y que no surja de nuevo.

“La cacimba son huecos que encontramos, cubiertos de material combustible, son de piedra caliza. Una vez que entra un incendio ahí, se estanca y va quemando sin parar. Del cuidado con que se trabaje depende que no ocurran accidentes que involucren a personal nuestro”, asegura el joven al que sus colegas describen como muy responsable, y al que el sentido de pertenencia por las tierras matanceras le brota a flor de piel.

“Aquí, cuando comienzan los incendios, nos ponen en vigilia por tres meses, período de peligro. Imagínense que a veces combatimos en los tres meses un mismo incendio. Y es que el soterrado, a diferencia de otros, no se apaga hasta que llueve. Lo que hacemos los guardabosques es controlarlo, intentar que no avance más y no afecte el bosque”.

ESTADÍSTICAS QUE HABLAN A FAVOR

Aun cuando en la historia se recuerdan eventos devastadores, los guardabosques cenagueros se muestran satisfechos de que los números evidencien una notable disminución.

“En los últimos años, no han habido grandes incendios. Los únicos dos que tuvimos en 2024 fue uno al norte de Guamá, que alcanzó 40 hectáreas, y en el Vínculo, una hectárea de bosque natural quemada”, comenta Milán Escalona.

Según estadísticas, las probabilidades hablan de al menos siete incendios en el año. En ello intervienen, por supuesto, las variables meteorológicas. La sequía intensa, la caída de rayos y hasta la fuerza de los vientos pueden influir en el desarrollo e intensidad de las llamas.

Sin embargo, quienes se dedican a la conservación del entorno aseguran y demuestran que tales números pueden descender si se trabaja con ahínco, si se realiza con frecuencia la labor preventiva, si se educa desde la escuela e inculca en los nuevos retoños el amor por lo natural, el cuidado de la vida.

“Los incendios son prevenibles”, vocifera casi al unísono el grupo de guardabosques, quienes aseguran que la mayor remuneración por lo que hacen no es monetaria, sino saberse partícipes de la protección de un área que atesora, además de una rica fauna marina de peces, crustáceos, moluscos, esponjas y corales, un prolífico grupo de insectos, anfibios y reptiles, mamíferos como la jutía y el venado, y de gran cantidad de aves, con reportes que ascienden a más de 300 especies, de ellas, unas 230 propias de la región.

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