
Vida en series: Irma Vep, la metamorfosis del celuloide
No podríamos imaginar un mundo sin películas o series, un mundo sin celuloide. En cuanto dominamos la cámara y la máquina de escribir, surgieron desde la galaxia de nuestros sueños incontables imágenes, diálogos y seres: vampiros que seducen a damas de la alta sociedad del siglo XIX, en laberintos vigilados por gárgolas de piedra; zombis obsesionados con la carne y soldados enamorados del olor a napalm en la mañana; mujeres pantera y hombres lobo cuyas espaldas se mueven con la misma agilidad de un gato escapando.
Del blanco y negro al color, del silencio al sonido; de la total indiferencia a la inmensa admiración pasaron nombres como el de Alfred Hitchcock o Billy Wilder, Murnau, Griffith, Chaplin, Keaton, Ford, Hawks, Altman, Huston, Bogdanovich, Cassavetes, Kubrick, Spielberg, Scorsese o Tarantino. Quien firmaba después del Directed by se convirtió en un artista y en un autor. También empezamos a hablar del suspense, del cine noir y sus femmes fatales, de cine bélico, romántico o de terror. Hubo olas de cine de todo tipo: francés, latino, indie, queer…
El negativo hizo concreto lo inconcebible. Gracias a su sofisticación hoy cualquiera es capaz de filmar su propia película con la cámara de su teléfono celular. Tal vez por ello las palabras de John Carpenter a un chico que sueña con convertirse en cineasta se cuelan en esta página: “¡Filmen! En mis tiempos nadie quería darnos dinero para nuestras locas películas; si fuera tan joven como ustedes, ahora mismo estaría filmando”.

Los creadores de Les vampires (1915) fueron precursores del pensamiento del padre de los zombis y, poniendo en práctica sus enseñanzas del futuro, crearon una serie sobre vampiros franceses que, décadas después, sería rescatada gracias a una serie cuyo argumento principal consiste en la ficticia filmación de un remake de Les vampires.
Irma Vep (2022) sirve como un recordatorio para la audiencia moderna de cuán mágico es el cine clásico, a pesar de las limitaciones de la época en que nació y cuán dramático puede resultar convivir en un set.
¿Por qué mentimos y quién decidió que era correcto pagarle a alguien para hacerlo encima de un escenario o frente a una cámara? Todos hemos ficcionado nuestras vidas y alterado apenas unos centímetros la propia existencia con el fin de convertirnos en otra persona. De pequeño fui pirata y policía, de adolescente quise ser médico forense y de adulto soy un superviviente. En cualquier caso, todos los días podemos jugar a ser una persona distinta sin que nadie nos pague un centavo por ello.
La actuación era considerada antiguamente un pasatiempo, una forma de entretener al populacho a cambio de unas monedas. Podías recibir tanto aplausos y rosas como frutas podridas. Ahora todos sabemos quién es Cate Blanchett o Brad Pitt, Luis Alberto García o Laura de la Uz, Mads Mikkelsen o Tilda Swinton, Jeremy Allen White o Matthew Perry. Los actores pasaron de ser la oveja negra amorfa y marginada del pueblo a conseguir carisma y atractivo ante su público.
De esta profesión amo la catarsis que provoca en los interpretes cuando se someten por completo a sus personajes. Me asalta la imagen potente de la Blanchett en Tár (2023), cuando rompe a llorar en una escena específica. Todd Field, director certero, prefirió la improvisación de la actriz antes que un apego inflexible al guion; como un documentalista del National Geographic que graba a una bestia en medio de su cacería. “Fue ahí donde me topé con un milagro frente a la cámara, un momento único donde todos habíamos desaparecido y Cate estaba completamente sola en aquella habitación”.

Alicia Vikander logra esto mismo en los últimos fragmentos de Irma Vep, y con ello que no quiero decir que este tipo de transformaciones deba ocurrir automáticamente; todo lo contrario: el trabajo de esta interprete en la serie demuestra cuán segura y sintonizada iba su visión de la historia con la del director. Presenciar una metamorfosis como esta en una historia de ocho episodios resulta una experiencia inolvidable. Vemos a Vikander transitar por diversas situaciones humanas: desde celos hasta amor, odio, compasión o euforia. A medida que la trama avanza, dos personajes -Irma Vep y Musidorea- se cuelan por las grietas de su voz y la fisura de su mente. Los diálogos se memorizan con mayor exactitud y las palabras corren con ritmo propio: la oratoria ha desaparecido. Su cuerpo baila con la libertad de una vampiresa sedienta de sangre, sensual, y extasiada de inmortalidad. Fue imposible no recordar a Catherine Denueve en The Hunger (1983).
Entonces Alicia es Irma.
Irma recorre los pasillos de los hoteles donde sus antiguos amantes tienen sexo con otras personas. Los observa desde la oscuridad vestida toda de negro, mezclándose con la penumbra, estudiando el panorama con detenimiento. Se mueve de tal forma que detiene el tiempo y parece bailar al ritmo del silencio y los gemidos de la habitación contigua. Roba el collar de su amante y escapa por una de las ventanas que conduce al techo. E Irma vuelve a ser Alicia.La metamorfosis deviene en objetivo principal de los personajes que aparecen en la serie. La protagonista convertida en vampira persigue sin pausa un alter ego construido junto a un director ansioso e inseguro (Vincent Macaigne). La dupla se complementa con todo tipo de personajes balanceados en distintos puestos de trabajo. Cada uno de ellos responde ante el negocio del storytelling.
Estas conversiones kafkianas me traen recuerdos de Gregorio Samsa y su metamorfosis marginal y repugnante, a la vez que icónica. No puedo dejar de pensar en los actores y actrices, alienados desde su propio cuerpo, luchando contra olas de dos metros en busca de una personalidad que fluya con lo que sea que quieran alcanzar. Una transformación que los saque de sí mismos y les ofrezca por unos minutos la dicha de ser alguien más. Irma Vep se nos presenta como una celebración de la actuación, ergo una celebración del cinema y la interpretación como inciso relacionado a él desde el principio mismo del séptimo arte.