
Entre aviones que surcan los cielos, llegadas y salidas, equipajes por facturar, ilegalidades que combatir, se ha desarrollado la mayor parte de la historia de vida de Gilberto Rodríguez López, ¡y mira que tiene para contar!
Comenzó a trabajar en el aeropuerto matancero desde que su sede y aeródromo radicaban en Santa Marta y no en las cercanías de la comunidad de Carbonera, como lo hace ahora. Sus inicios en la aeronáutica civil se remontan a casi cinco décadas, por allá por el lejano 1979.
“Comencé como inspector auxiliar de aduana en el aeropuerto viejo. Después, se fueron incrementando los vuelos y ya sus espacios quedaban muy pequeños para satisfacer la demanda, por lo que se decide construir una nueva instalación.
“Ponerla en servicio demoró alrededor de 10 años y contó con varios contingentes de construcción, además del apoyo nuestro. Para su apertura, hubo una preparación previa, como el curso de equipos de rayos X que pasé en La Habana y algo más de técnica que necesitaba aprender para los nuevos desafíos que se proyectaban”.
Basta una pregunta a su quehacer para que la emoción le irradie el rostro. “Tiene que gustarte”, reitera, mientras la vista al infinito devela la retrospección en el tiempo, ese que le sabe tan prolífero.
“Si hablábamos de una anécdota que me marcara, pues fue justamente el acto inaugural donde estuvo nuestro Comandante en Jefe. Tenerlo muy cerca, que me hayan seleccionado para estar ahí ese día por donde él iba a transitar, y por demás prepararme para responder cualquiera de sus grandes preguntas… eso sin duda fue un momento inolvidable”.
Gilberto lleva años de tránsito por los mismos salones que de tanto ir y venir conoce al dedillo. Aunque la instalación en apariencias no sea tan grande, el quehacer en sus interiores no mengua, y lo que parece rutinario camuflajea retos en cada amanecer.
“De mi trabajo aduanal, debo decir que ha sido muy estable y lo hago por vocación. Me interesa mucho, porque es como un médico en el salón de operaciones: siempre encuentras algo nuevo en lo que te toca prepararte.
“Existen muchas líneas de enfrentamiento en las cuales el aduanero tiene que estar siempre listo en el dominio de la técnica, la metodológica y de las nuevas legislaciones vigentes. Eso me hace mantener las neuronas muy activas. Retos impone el avance de la tecnología. No es un secreto que cada día las detenciones se vuelven más complejas por los enmascaramientos, porque perfeccionan las formas de introducción de la droga, por ejemplo.
“En todos estos años de labor, he ocupado cargos en la dirección como jefe de turno, fui especialista principal y hoy soy oficial de aduana. Trabajo en los dos salones (de llegada de vuelos y de salida), y antes lo hice en Carga Internacional, además de haber asumido distintas responsabilidades en las marinas”.
La faena de la aduana no está solo en revisar cargas, y en decomisar a diestra y siniestra como algunos piensan. Por las fronteras es mucho lo que se mueve, y no siempre dentro de un equipaje va una buena intención.
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“He tenido detenciones relevantes como casos de narcotráfico, de patrimonio… Recientemente, recibí un certificado por el Registro Provincial de Bienes Culturales por detenciones que he ocupado aquí. La aduana tiene muchas líneas de enfrentamiento, evitamos la salida ilegal de bienes culturales, de valores tanto naturales como patrimoniales, y protegemos las fronteras.
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“Ante insinuaciones de amenazas, hechos infames que buscan crear el pánico y afectar el arribo de turistas, y que luego se han demostrado falsos, hemos revisado áreas, vuelos… Somos parte de la seguridad del país. Por ello, mi trabajo constituye una gran responsabilidad y un gran valor que tengo para mí, y hasta mi familia cuenta con eso”.
El rostro de Gilberto ya evidencia el paso de los años, las tensiones laborales, el cansancio sobre los hombros… pero también un brillo en la mirada que se enciende cada vez que refiere el deber cumplido, y el que aún queda por cumplir. Entre las condecoraciones obtenidas en casi cinco décadas como trabajador de la aviación civil, sobresalen el Sello de Honor Aduanero y otras otorgadas por el sindicato de administración pública.
—Me jubilo en el aeropuerto. Fue mi primer centro de trabajo y aquí quiero terminar mi labor. De hecho, este será mi último año.
—¿Y no ha pensado recontratarse?
—Bueno…
Excelente trabajo, la felicitación al BOLO, como lo conocemos de los días y noches aeroportuaria, ejemplo y formador de generaciones de aduaneros matanceros. Laboramos juntos por 20 años. Muy merecido artículo.Fuerte abrazo