Un “Indian Removal Act” para Palestina

Un “Indian Removal Act” para Palestina
Un “Indian Removal Act” para Palestina

Siguen pasando los días y la nueva administración estadounidense —léase el segundo mandato de Donald Trump—, no deja de darnos material para titulares, como si se tratase de una usina inagotable de inconfesables ideas que, de golpe, se hacen realidad con igual dosis de desparpajo y naturalidad.

En línea con lo vislumbrado y efectivamente confirmado en los artículos previos «Trump vuelve a la marquesina», «La “Era Dorada” de Trump» y «La Colmena Occidental está enloquecida», el ejecutivo estadounidense está intentando patear el tablero con constantes iniciativas, que van desde el irredentismo descarado en el continente americano, hasta la reforma del Estado Federal —DOGE mediante— para el reforzamiento de las autonomías estaduales, y desde el pretendido regreso del protestantismo como factor aglutinante y dinamizador —lo que incluye necesariamente la destrucción de lo woke—hasta la idea de que la voluntad “contratista” mercantilista puede resolver cualquier tipo de conflicto, como si la política internacional fuese una cuestión de ofertas hostiles, deberes de hacer y no-hacer, cláusulas con contragarantías y proyectos de inversión.

En el fondo de todo este impulso singular subyace omnipresente la idea del «excepcionalismo norteamericano», doctrina-misión (y también mitología) que con más o menos impulsividad estuvo, está y estará presente en todos los presidentes estadounidenses, pero que regresa con vigor con Trump, que es tanto elemento como presa de un voluntarismo radiante, como fuerza vital y motriz de las acciones políticas.

El excepcionalismo, vale aclararlo, se fundamenta en la gesta de los «Padres Peregrinos» (Pilgrim Fathers), puritanos ingleses de cuño calvinista que llegaron a Norteamérica en 1620 desde Plymouth en el barco Mayflower, creyéndose el «pueblo elegido». Ellos huían del anglicanismo forjado por del rey Jacobo I, quien perseguía a los puritanos porque eran un desafío “a su autoridad divina”. El exilio temprano en Leiden (Países Bajos) luego se trasladó a América, en búsqueda de la «Tierra Prometida» (Promised Land) donde finalmente fijaron las bases filosóficas de las colonias angloamericanas.

Aunque en clave de terror, la película The Witch de Robert Eggers captura el tipo de mesianismo de las familias puritanas de 1630. El subtítulo del film («Una historia del folklore de Nueva Inglaterra») delata que se trata de un verdadero documento fílmico de los primeros tiempos del calvinismo en América, caracterizados por la bendición de (y el temor a) Dios.

Nótese que la epopeya de los Padres Fundadores, signada por la búsqueda de la identidad religiosa, la sufrida represión por parte de la monarquía, el exilio forzado, el cruce de las aguas (Océano Atlántico) y la pretensión de llegar a la Tierra Prometida para fundar una “nueva sociedad de merecedores” está prácticamente calcada de la historia fundacional de Moisés, quien estableció la identidad judía en virtud de las Tablas Sagradas y la renuncia a la idolatría (el Becerro de Oro), se opuso firmemente a la realeza egipcia (Ramsés II), se fundó en el sacrificio de la peregrinación (el Éxodo) por el Sinaí abriendo las aguas del Mar Rojo para llegar al Levante, donde tendría finalmente morada en “su lugar sagrado” (aunque según Génesis 15:18-21, Yahvé prometió a Abraham, «A tu descendencia daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el Éufrates: la tierra de los ceneos, los cenezeos, los cadmoneos, los heteos, los ferezeos, los refaítas, los amorreos, los cananeos, los gergeseos y los jebuseos», profecía que es reafirmada hoy por los «excepcionalistas» —sionistas y descendientes de puritanos— de ambos lados del océano). 1

En ambos casos, como se aprecia, renuncian a la asimilación (al reino de Inglaterra, al faraón egipcio), y se excluyen como “elegidos de Dios”, reafirmándose entonces como contendientes. Usando una lupa, allí encontraremos la raíz profunda de por qué Washington y Tel Aviv rechazan los principios del derecho internacional (que ponen a todos bajo las generales de la ley) y desarrollan un «orden basado en reglas» diferenciado sólo para ellos. Y también veremos por qué hizo su aparición el término «judeocristiano» —dos conceptos que eran universos filosóficos separados en virtud de la gravitación de la Nueva Alianza—, como un eufemismo de la noción política de «excepcionalista».

Para los cristianos puritanos «excepcionalistas» preexiste, de manera intrínseca y omnipresente, un axioma constitutivo que contradice la versión católica y la ortodoxa del cristianismo. Ese axioma es que no existe igualdad entre los hombres. Incluso en las versiones más ligeras del calvinismo, existen “elegidos” y “condenados”, y no es únicamente en términos puramente morales o celestiales, sino en términos estrictamente materiales. Esto fue la idea por la cual en Estados Unidos, por ejemplo, la igualdad prevaleciera entre los blancos anglosajones, con derecho a la alfabetización y la protección comunitaria pero hacía necesario segregar aquellos que no estaban destinados a ingresar en el sistema, como indios y negros.

El 4 de septiembre de 1957, Elizabeth Eckford intentó entrar en el Little Rock Central High School, reservado para los alumnos blancos, razón por la cual fue detenida por la Guardia Nacional de Arkansas a las órdenes del gobernador Orval Faubus. Los alumnos la recibieron con insultos y abucheos.

El «excepcionalismo» se reforzó fuertemente también durante la Guerra Fría: el marxismo ateo consideraba virtuosa la colectivización productiva, por ejemplo, y creía que el individuo tomaba conciencia de su humanidad gracias a las relaciones sociales con otros. Como muchos judíos eran parte del colectivo comunista, los anglosajones empezaron a incorporarlos en su seno para quebrar los avances de su sociedad (eso explica por qué Estados Unidos no fue demasiado crítico de la políticas antisemitas de Alemania, pero los incorporó desde lo intelectual y científico, siendo, por ejemplo, la inteligencia creadora de la bomba atómica en Los Álamos).

Algunos pueden argumentar que los negros hoy gozan de una asimilación mayor o absoluta en la sociedad norteamericana (los indios están confinados o extinguidos) y puede que tengan algo de razón. Pero ello obedece a la caída de los valores religiosos protestantes —eso es en definitiva lo que generó el rebote woke— y no a un proceso virtuoso de iluminación consciente. Esa caída puede deberse, entre otros motivos, a una mayor estratificación educativa (más personas acceden a la educación superior, afectando sus creencias y cambiando sus conductas, saliendo de su “mentalidad de gueto”). Lo cierto es que la lucha por los derechos civiles, la «Affirmative Action» 2, la corriente vengativa-conmemorativa «Black Lives Matter» o el paso simbólico de conseguir el primer presidente negro en 2008 (Barack Obama) fueron hitos importantes para la asimilación racial… pero hizo añicos la “igualdad blanca”, la cual encima se vio azotada por el crecimiento de la desigualdad económica (Reaganomics en adelante), el abrupto descenso de la calidad educativa y la pauperización del empleo (cuando no su desaparición progresiva).

Así las cosas, el “racismo protestante” viene buscando tangentes para encontrar aquel “equilibrio democrático” de la «Época Dorada» 3 estadounidense, representada en una familia nuclear absoluta, un regreso del protestantismo político (lo cual implicaría la creación de enemigos internos como los inmigrantes ilegales —usualmente latinos de impronta católica— y todo lo woke —representativo de la ausencia del orden religioso y de la perversión moral) sumado a la recuperación de la clase obrera fagocitada por la globalización (con sus “subproductos”, como la drogadicción, la obesidad mórbida, la intra-violencia y el nihilismo social).

Esas obsesiones de Trumpismo por retroceder el tiempo hacen que impulse medidas que son apreciadas como reivindicativas, aunque muchas de ellas, en estos inicios, pueden ser vistas como ficcionales o banales.

La lucha contra el fentanilo, que viene afectando fundamentalmente a jóvenes blancos homeless abandonados a la vera del camino por el sistema de marginación estadounidense, está siendo encarada como una cuestión de abastecimientos externos y vulneración de fronteras —se machaca contra los cárteles mexicanos o el crimen organizado en Canadá y China—, y no como un fall from Grace (caída de la Gracia Divina) de toda una generación que no encuentra una salida solidaria ni un lugar adecuado donde prosperar.

Las dantescas escenas en las calles de muchas ciudades estadounidenses marcan el espantoso deterioro social producto de un Estado ausente, una polarización escandalosa entre ricos y pobres, y un nihilismo social instalado que lleva a muchos jóvenes al suicidio inducido.

Los asesinatos, los episodios de mass-shootings y las cárceles hiperpobladas también son parte de la misma ecuación. Las sociedades sin cauce ni esperanzas se marchitan en un espiral de violencia y adicciones (la obesidad cae en ese rubro), lo que también marca, en muchos sentidos, la carencia de disciplina y valores donde sentirse reflejados.

Es por eso que Trump ha hablado en su discurso iniciático del «regreso a la meritocracia», la vuelta a la «tierra de las oportunidades» para todo aquél que se discipline, sacrifique y trabaje con tesón… algo que nos vincula nuevamente al mito fundacional judeocristiano de «la Tierra Prometida» y la necesidad de no obedecer a una «falsa idolatría» (ni becerros de oro, ni perversiones woke).

En los hechos, esto es algo tremendamente difícil de conseguir: la pirámide social está fuertemente estratificada, no es igualitaria, y genera constantemente trabas para que no impere ningún tipo de igualdad. La estratificación mantiene la polaridad de clases al máximo. Unos, con las mieles del dinero, otros, con drogas, basura woke, armas y grasa abdominal. Cada cual atiende su juego.

Estados Unidos debería cambiar su verdadera faz de oligarquía democrática (que es lo que en definitiva es) por una democracia menos ficticia, donde los recursos se desparramen y los accesos al bienestar, se garanticen.

Toda esta forma de ver las cosas internamente, Trump la proyecta —como la lógica indica— a su política exterior.

El reciente acto de marginación de inmigrantes latinoamericanos, enviados a sus respectivos países esposados y en aviones militares, es una creación del enemigo y una forma de volver a la «tradición protestante estadounidense» de expresar superioridad sobre los condenados.

No importa aquí si la expulsión de esos inmigrantes, aun estando ilegalmente instalados (es curioso como los creadores de la desregulación económica no soportan la desregulación del trabajo humano), incidirá gravosamente en la economía. Lo interesante es el mensaje subliminal, el hecho de que ellos viven de lo nuestro. Y lo nuestro es irremediablemente —natural, divinamente, exclusivamente—, para nosotros.

Paradójicamente, Trump propone una reactivación de la industria, lo cual implicaría una demanda de mano de obra. Los puntos fuertes de la economía estadounidense —GAFA, Sillicon Valley y Texas/Alaska— se sitúan hoy en dos polos: el software y el extractivismo energético. Sin embargo, los bienes (es decir, los objetos en el sentido clásico de la palabra) son hoy mayormente fabricados en otras zonas del mercado mundial, fundamentalmente, en China. Esto le da un enorme desequilibrio en su balanza comercial pues Estados Unidos consume más de lo que produce (aumentando exponencialmente la deuda pública).

Este gráfico de Statista nos muestra la producción de automóviles en el año 2022, donde China obtuvo la cifra de 27 millones de vehículos contra los 10 millones de Estados Unidos. Nótese que Japón e India, unidos, sobrepasan a Estados Unidos también. Este gráfico no lo expone, pero las tendencias de crecimiento de la productividad china, india y mexicana son muy superiores a las esperadas por la industria estadounidense. La producción automotriz es un indicador típico de la pujanza económica y tecnológica de un país, su capacidad de ofertar al mercado interno y su potencial exportador.

Entonces, el objetivo es de triple vía: recuperar a la clase trabajadora estadounidense para incorporarlas, como si se tratase de una nueva revolución industrial, a los talleres y fábricas en el país, expulsar a la vez mano de obra que podría ser útil a los efectos económicos pero no lo es respecto de la homogeneización religiosa-racial buscada y a la vez disminuir gradualmente o en shock la dependencia de bienes del exterior (para eso está la guerra arancelaria, que a veces es para adoctrinar y otras para calibrar). Todo eso, teniendo a la tecnocracia neorreaccionaria de su lado… que no considera esos objetivos económicos industrialistas como propios, pero que comparte el segregacionismo.

Los acuerdos comerciales internacionales, en ese aspecto, son importantes, diría, vitales. Porque no se trata de proteccionismo puro y duro (aunque parezca) que provoque un aislacionismo de Washington del sistema mundo, sino de reequilibrar la balanza comercial mediante una re-industrialización (o sea, anti-globalizar), convertir a las clases abandonadas blancas nativas (incluso las progre-wokistas) en obreros de “clase media”, y de reimpulsar nuevamente aquella “Era Dorada” donde Estados Unidos producía excedentes industriales, tenía un alto nivel de consumo y vida (para las clases “elegidas”) y encima, inundaba con dólares el mercado mundial para que compren “Made in U.S.A.”.

El desafío es tremendo: hoy aparece en el horizonte (aun lejano) la desdolarización… y ¡Estados Unidos depende de muchos trabajadores con formación foráneos, como los ingenieros! (fundamentalmente, chinos e indios).

Pero volvamos al punto…

Trump cree, como Andrew Jackson en su momento, que el comercio debe suplantar a la guerra. Y que Estados Unidos tiene que recuperar el rol principal de potencia comercial para asegurar su éxito y primacía.

Por supuesto, esto no implica una subestimación del aparato militar. Si algo demostraron los ingleses y los franceses con su política colonial en Asia, África y América, es que la superioridad comercial se logra también manu militari. Los neerlandeses, que fueron ases del comercio y también tuvieron sus colonias (como la actual Indonesia o Surinam), carecieron del soporte militar para sostener un Imperio y se vieron forzados a achicarse. Los españoles, católicos al fin, perdieron su imperio por tener un pensamiento de melting pot.

Hoy día, el avance arrollador de China, utilizando incluso los instrumentos librecambistas creados por el sistema occidental, ha trastocado todo. Obviamente China también avanza en la conformación de un aparato militar moderno, para proteger sus rutas comerciales e intereses.

Trump necesita aumentar sus capacidades con una revolución cultural y económica propia, y a la vez, cercenar los tentáculos del Gigante chino. La única forma en que puede hacerlo —más allá de los amagos arancelarios—, es fidelizar aliados para sí (por la razón o por la fuerza) y bloquear los caminos chinos de expansión comercial, en especial, la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Esto implica arquitecturas nuevas…

Algún éxito ya ha obtenido con su semi-colonia panameña, simplemente girando el dial del dolor respecto del Canal, dando a entender incluso que podría invadir al país centroamericano, en una muestra cabal de la Doctrina Monroe 2.0:

Indignamente, y como era de prever, el presidente panameño José Raúl Mulino aceptó las presiones estadounidenses personificadas en Marco Rubio, y se bajará de la Iniciativa de la Franja y la Ruta china.

En Siria, el gobierno anterior hizo lo suyo, pero Trump lo vio aparentemente de buen agrado. La Hermandad Musulmana está “haciendo bien las cosas”, abriendo el mercado a las inversiones estadounidenses, no entrando en colisión con el régimen israelí (nunca lo harían, obviamente, son socios silenciosos) y facilitando la eliminación de “elementos insumisos” (chiítas alauitas, cristianos pro-iraníes). Esto es tan promisorio, que hasta ha pensado en repatriar sus tropas.

El tema se pone espinoso cuando ni un arreglo comercial ni el resultado criminal de una guerra de exterminación pueden llevar las cosas a un “punto de equilibrio”. Existen al menos dos casos paradigmáticos sin resolución satisfactoria bajo este esquema, pues la complejidad del conflicto excede la mera “solución comercial” y las resistencias implícitas hacen que sea imposible una abrumadora victoria: se trata de Ucrania y el conflicto israelo-palestino.

Vamos meternos de lleno en este último:

El 4 y 5 de febrero tuvo lugar la primera visita oficial de un mandatario internacional a la Casa Blanca desde que Donald Trump tomó posesión por segunda vez del ejecutivo estadounidense. Por supuesto, como no podría ser de otra manera, se trató del influyente Benyamin Netanyahu, quien ya visitara anticipadamente, el 24 de julio de 2024, el Congreso estadounidense para asegurarse el apoyo bipartidario, poco antes de las elecciones estadounidenses. Este hecho fue admitido públicamente por el primer ministro israelí, como demostrando quien tiene la sartén por el mango. Es que la élites israelíes —y judías prosionistas en general—, están tan profundamente entremezcladas en las altas esferas políticas y empresariales estadounidenses que muchos sostienen que son ellas las que dirigen la política exterior de ese país (entre ellos el estadounidense de origen judío John J. Mearsheimer).

Trump en AIPC durante 2016. Ningún candidato que se precie de ser futuro presidente puede ignorar las sugerencias de este lobby.

Siempre se supo del favoritismo de Trump por Israel en cualquier “conflicto” 0 interés que tuviera por protagonista la cúpula hebrea. Durante su primera presidencia (2017-2021), Trump tuvo relaciones carnales con Israel, favorecidas además por su yerno Jared Kushner. Algunas de las decisiones más aventuradas fueron [1] El reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel, [2] El reconocimiento de la soberanía israelí sobre los Altos del Golán, [3] El fomento de los Acuerdos de Abraham, de los cuáles logró cuatro suscripciones (Marruecos, Sudán, Emiratos Árabes y Bahréin), [4] La retirada unilateral del acuerdo nuclear firmado con Irán (JCPOA, bajo el formato 5+1) y la inmediata reimposición de sanciones económicas severas, [5] La caracterización de ilegal a legal de los asentamientos israelíes en Cisjordania, y finalmente,[6] el vergonzoso Plan “Peace to Prosperity”, que fue presentado como una solución para israelíes y palestinos, pero que no tuvo la aceptación de éstos últimos, y que prácticamente concedía a Israel todas sus pretensiones territoriales, de seguridad y de sumisión árabe, pero compensaba “económicamente” las pérdidas políticas y soberanas palestinas. Tal es así que Jared Kushner dijo que era un Plan Marshall.

El 28 de enero de 2020, en la Casa Blanca, se dio a conocer el Plan Peace to Prosperity: A Vision to Improve the Lives of the Palestinian and Israeli People que iba a marcar una nueva etapa de armonía y justicia en las relaciones palestino-israelíes. El tema es que ninguna delegación palestina fue invitada y el plan solamente se condecía con los requerimientos de Tel Aviv. El plan, articulado por su yerno (de origen judío) Jared Kushner, intentaba indemnizar a los palestinos a cambio de la renuncia de prácticamente todo aquello por lo que venían luchando desde 1948.

Ahora los mismos protagonistas vuelven sobre el asunto, luego de que Trump forjara una tregua para detener la espantosa masacre israelí sobre el pueblo palestino tras el 7 de octubre de 2023, que a la fecha provocó (mínimamente) más de 50.000 muertos. Este hecho es tan escandaloso e imposible de ocultar, que hasta la Corte Penal Internacional, creada en La Haya para perseguir únicamente dictadores tercermundistas pero jamás a los sádicos propios, tuvo que incurrir en un error en La Matrix y dictar una orden de captura.

Como un eco del 2020, con la evidente venia de Netanyahu, Trump hizo toda una pantomima que evidentemente se apoyaba en un acuerdo previo de favoritismo por Israel y sus objetivos geopolíticos.

Sostuvo que Estados Unidos “tomará el control” del enclave palestino, agregando que “veo una posición de propiedad a largo plazo” y que “a todas las personas con las que he hablado les encanta la idea de que Estados Unidos sea dueño de este pedazo de tierra, creando miles de empleos”.

Básicamente, lo que plantea Trump es la expulsión de los palestinos de sus torturadas tierras, lo mismo que indisimuladamente impulsó Netanyahu desde el 8 de octubre de 2023 —usando muy convenientemente el extraño acto de vindicación de Hamás—, para librarse de toda una población permanente. Lo que los diferencia es el estilo: mientras Netanyahu lo ha llevado a cabo con técnicas letales de muerte y demolición; Trump lo pinta como una oportunidad soñada, donde los ruinas darán lugar a una esplendorosa Riviera internacional y las familias palestinas prosperarán… lejos de allí. Es que hay Nakbas (a punta de fusil) y Nakbas (a punta de fusil pero bajo la luz de la luna y con música de violín).

No olvidemos que Trump, Kushner y su hoy asesor en asuntos internacionales para Israel, Steve Witkoff, son multimillonarios desarrolladores inmobiliarios.

El mensaje de Trump dice “La Franja de Gaza sería entregada por Israel a los Estados Unidos al concluir los combates. Los palestinos, gente como Chuck Schumer, ya habrían sido reasentados en comunidades, con nuevos y modernas hogares, en la región. De hecho, tendrían la oportunidad de ser felices, estar seguros y ser libres. Estados Unidos, trabajando con grandes equipos de desarrollo de todo el mundo, comenzarían lenta y cuidadosamente la construcción de lo que se convertiría en uno de los más grandes y espectaculares desarrollos de su tipo en la Tierra. ¡Ningún soldado estadounidense sería necesario! ¡¡¡ Reinaría la estabilidad en la región !!!”.

Lo que ha sacado Trump del arcón de los recuerdos es la aplicación de la Indian Removal Act o Acta de Remoción India de 1833, aplicada en su momento por su admirado Jackson, también acordada como una solución razonable para evitar matanzas, por la cual la Nación Choctaw dejaba sus tierras ancestrales —ubicadas al este del río Mississippi—, para así ubicarse al oeste, en un territorio que, durante al menos un tiempo, no sería pretendido. Increíblemente eso mismo es lo que desea el tándem judeocristiano israelo-estadounidense: desviar a los palestinos del este (Gaza) hacia el oeste (Sinaí).

En aquella oportunidad, aproximadamente 6.000 indios de las llamadas Cinco Tribus Civilizadas murieron de frío, hambre y fatiga extrema a causa del desplazamiento compulsivo; tal es así que el éxodo fue nombrado como“Sendero de Lágrimas” (curiosamente, esos éxodos no son fundacionales, sino amnésicos, perdidos en la memoria de la Historia…)

Esta deportación masiva tuvo sin embargo un lugar de confinamiento amplio: los llamados Territorios Indios… que pronto se vieron cada vez más limitados a una estrecha porción en Oklahoma.

Si sondeamos sus experiencias de formación como nación, los Estados Unidos no ven nada escandaloso en eso de deportar poblaciones enteras hacia otros sitios. La Remoción India corrió a cheroquis, chikasaw, choctaw, creek y seminole desde sus tierras originales a un reducto al oeste, donde las condiciones y los contextos ambientales eran muy diferentes.

Bajo esa experiencia de “limpieza étnica” indígena, disfrazadas bajo un “Acuerdo” conveniente… ¿Cómo pueden reaccionar los palestinos, obligados a una nueva Nakba, bajo la amenaza de un nuevo genocidio, pero con tan maravillosas como falaces expectativas de paz y felicidad? ¿Deberían confiar?

Nakba es el término árabe que significa “catástrofe” utilizado para designar al desplazamiento forzado de palestinos de su lugar de residencia habitual (Palestina Británica) entre junio de 1946 y mayo de 1948 como consecuencia de un plan programático, que tuvo su apogeo durante la guerra árabe-israelí de 1948. Hubo una segunda oleada de desplazamiento, tras la guerra de 1967, con la conquista de nuevos territorios por parte de Israel (Sinaí, Gaza, Cisjordania, Altos del Golán).

Lo cínico de todo esto, por si faltaba algo, es que Trump justificaba su idea diciendo que “los palestinos viven en un infierno”, como si el responsable de “ese infierno” no estuviera allí, contemplando con una mueca de satisfacción, a pocos centímetros. Y tampoco es cuestión de sacar los pies del plato: Israel lo hace a consciencia de que Washington provee y proveerá todo tipo de armamento para la faena 4. Ya existen unos 5,9 millones de refugiados palestinos en todo el mundo, descendientes de personas que huyeron con la creación de Israel en 1948… por lo que la experiencia no es nada nueva. Y también está vigente la Resolución 194 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, adoptada el 11 de diciembre de 1948, que exige (en vano) el retorno de las poblaciones palestinas a sus lugares de origen. Pero todo esto es apenas una anécdota cuando se trata de excepcionalismos y bondadosas ofertas de indemnizaciones.

Este delirium tremens confirma que los tiempos contemporáneos abrevan, sin el más mínimo pudor, del pasado más recalcitrante y feroz; que en definitiva, eso parecen estar deseando los representantes del turbocapitalismo, bajo el formato que sea, neocon o trumpista. En el último caso, se establecen algunos conceptos corpóreos: una ética protestante weberiana que vuelve a la concepción donde el negocio es llave política, y la predestinación que separa elegidos de condenados.

Los palestinos están en esa última desgraciada categoría: son los “nuevos indios del sistema”, aquellos que no pueden ni deben ingresar al orden mundial deseado, y que encima, por su obstinación y tenacidad, pretendiendo formar un estado-nación justo donde se intersecan los intereses del capitalismo supremacista sionista, se vuelven más reluctantes.

¿Cómo se atreven a reclamar tierras si pueden vivir en otras, como inquilinos, desplegando sus preciosas vidas sin bombas aterrizando sobre sus cabezas? El tándem Trump-Netanyahu ya estableció dos opciones para Palestina: o se corren al oeste, se difuminan entre otras naciones y culturas, y se pierden inexorablemente en el incinerador de la Historia… o serán masacrados de todas maneras. Ellos no merecen esas tierras. Nosotros, por el contrario, podemos aprovecharlas magníficamente (y de qué bellas maneras, haciendo grandes conglomerados con aroma a sal marina).

Que la misión divina para puritanos y sionistas concuerda fantásticamente. En el relato, y peligrosamente, en las acciones.

(Por: Christian Cirilli/Tomado de su blog La Visión)


  1. El presidente argentino Javier Milei hace continuas alusiones a Moisés. Alineado con el rabino Menajem Mendel Schneerson, ha hecho culto del excepcionalismo y “los merecimientos”. En tal sentido, ha tenido constantes expresiones denigrantes contra el Papa Francisco I (“el representante del maligno en la Tierra”) y el concepto de “justicia social” (“una aberración”) inspirado por la Doctrina Social de la Iglesia, incorporado luego por el Peronismo en su plataforma política. ↩︎
  2. La «Affirmative Action» es un conjunto de políticas y medidas diseñadas para promover la igualdad de oportunidades para grupos históricamente discriminados, especialmente en educación y empleo. ↩︎
  3. «The Golden Age of America begins right now» dijo Trump como frase de apertura de su discurso de asunción. ↩︎
  4. Trump ha levantado el embargo sobre el suministro de armas a Israel por valor de más de 1000 millones de dólares impuesto tardíamente por la administración anterior. ↩︎

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