Vida en Series: El crepúsculo de las diosas
Ya se pierde fácil la cuenta de series que lleva producidas (y en camino) el señor Ryan Murphy, showrunner de propuestas tan diversas como El coro, Pose, las dos American (Horror y Crime) Story y tantas otras. Diversas, digo, aunque unidas por un sello que le convierte a él en autor indiscutible de cada una, de piloto a cierre. Las intros, los colores, las transgresiones… Intuyes que estás viendo algo de Ryan Murphy, aunque lo empieces por el minuto 10.
La primera entrega de Feud no es solo una más dentro de esta norma, sino, estoy seguro, una de las aventuras más personales que ha emprendido Murphy en su carrera. No todos los empresarios televisivos se arriesgan a viajar al pasado y mostrar al presente una historia de gente pasada de moda en su día, reacias a admitirlo. En este caso, la historia de enemistad sostenida (feud) e íntima destrucción de dos divas del cine. Nada menos que Bette Davis (la Reina de Hollywood) y Joan Crawford (la que hacía al espejo repetirle que era la verdadera Reina de Hollywood).
Quien conozca los picos biográficos de ambas, de antemano conocerá las circunstancias que rodearon la filmación de ¿Qué fue de Baby Jane?, película de 1962 que las rescató del olvido en el momento más bajo de sus trayectorias y las rehízo de cara a las taquillas como íconos estimables del género de terror, al menos durante un par de años. La odisea compartida que les devolvió a primera plana.
Imaginemos por un momento a un director con la personalidad de Robert Aldrich, un tipo parado mil veces al frente de westerns, películas bélicas y duros repartos, a punto de colapsar tras la enésima fricción entre Davis y Crawford, sus protagonistas en la nueva Psicosis que le conviene dirigir como si le fuera la vida en ello. A la sombra de una Warner Pictures que no se atreve a ceder respiro, decidida a lucrar con las chispas que se saquen las dos leonas que tiene en contrato. Esa es, a priori, la premisa de Feud, temporada uno: Bette and Joan (me interesa mucho la segunda, acerca de Capote y sus Cisnes).
Pero poco a poco nos damos cuenta de que el rodaje más infernal jamás registrado, con permiso de Apocalypse Now y algún otro peor que siempre habrá, es solo una parte de un todo más complejo. El entretenido y lúcido guion, de esos tan raros donde todo está realmente en su sitio, recorre diversas etapas en torno a Baby Jane y sus problemas de rodaje, para acabar adentrándose en la psique de dos ancianas. Orgullosas, fuertes y también inseguras. En conflicto con sus respectivas hijas. Apreciadas por la industria. Merecedoras del Oscar y aspirantes a verdaderos hombres de oro. De historial ilustre, vena melodramática y ojazos dignos de canción, cada una de ellas.
¿El único defecto? Que quieres más y más, no lo niegues. Más de esa impredecible enemistad sin fin.
Feud: Bette and Joan no es para evaluar los parecidos entre Susan Sarandon y Bette Davis, ni entre Jessica Lange y Joan Crawford, mucho menos entre Kathy Bates y Joan Blondell o Catherine Zeta-Jones y Olivia de Havilland. Que también, pues hay que ver, y admirar, la maestría y la capacidad de conversión con que cada una de ellas suple cualquier diferencia física con sus colegas de otro tiempo, como hace Alfred Molina con Bob Aldrich. Pero esta serie brinda mucho más: la frescura, el entretenimiento y la profundidad de que carecen cientos de biopics.
El episodio referente a los Oscar y lo que allí pasó, que es el cuarto, posee un ensamblaje admirable sobre todo en su tramo final. Supone el punto de inflexión máximo en las tensiones que el producto ha acumulado hasta entonces y las que se encargará de seguir hilvanando. Si bien existe el acierto de relativizar cuál es “la buena” y cuál es “la mala” de la función, y en todo momento se encuentran las actrices al borde de un pozo de humanidad en que se niegan a caer, porque sería reconocer la derrota, porque sería estar muchos peldaños debajo del Olimpo por el que deben seguir luchando.
Murphy lanza dardos contra la industria rival a lo largo de ocho capítulos y da en unas cuantas dianas. La relación entre el artista (Aldrich) y el mercader (Jack Warner); el crepúsculo de los dioses… y las diosas (B. D. y J. C.); el acallamiento de realidades escandalizantes para el público… y por ende para el negocio (Victor Buono); entre otras que se me escapan y quedan esparcidas, pero presentes, entre las que he citado.
Ojalá tras bambalinas, al ganar este creador el Premio Cecil B. DeMille en los Globos de Oro, hubiese sucedido algo tan novelesco como para que merezca ser contado algún día en una serie producida por él mismo. En plano secuencia, directo a nuestro corazón y a la yugular de un gremio sin piedad. Hasta ese punto de entusiasmo llego con la influencia estética y narrativa de Feud: Bette and Joan en mí. No se note que escribo contagiado por la histeria de dos divas peleadas en el Cielo, o donde sea, por el mayor número de primeros planos en la mejor serie de homenaje que pudieron soñar.
Vean Feud. Vean también ¿Qué fue de Baby Jane?, incluso sus sucedáneas Canción de cuna para un cadáver (con Davis) y El caso de Lucy Harbin (con Crawford). Vean buena televisión. Vean buen cine. Todo sea por disfrutar en imágenes y sonido de la magia de grandes historias, como esta por la que Ryan Murphy se atrevió a pagar.