Los cien del joven Abelardo Estorino

Los cien del joven Abelardo Estorino. Fotos: Adversy Alonso / Casa de la Memoria Escénica

Imposible no emocionarse cuando el personaje de Esteban, de la obra La casa vieja, lanza su inmortal sentencia, a punto de caer el telón: “Yo creo en lo que está vivo y cambia”. Su autor, el dramaturgo y director Abelardo Estorino (Unión de Reyes, 1925-La Habana, 2013), dejó para la historia del teatro cubano un corpus creativo que reúne, como pocos, los conflictos fundamentales de nuestra realidad, con un estilo plenamente reconocible y gran belleza escritural. 

Este enero, cuando se cumple el centenario de su natalicio, un grupo de estudiosos e investigadores de su legado, algunos de ellos amigos personales del autor, se reunieron en la Casa de la Memoria Escénica para celebrar el Coloquio Cien Estorinos, Cien Ferrer, donde también se repasó la trayectoria del dramaturgo santiaguero Rolando Ferrer. Exposiciones, paneles de debate, presentaciones de libro y puestas en escena que contaron con el auspicio de la Biblioteca Nacional José Martí, el Consejo Nacional de las Artes Escénicas y su correspondiente filial yumurina.

Quedó manifiesto allí que el unionense es un “clásico” dentro del entramado de la cultura patria. Tal como lo refiere el escritor y director de la Casa de la Memoria, Ulises Rodríguez Febles: “Supo captar la esencia de la identidad nacional y, especialmente, las de un pueblo de provincia como Unión de Reyes, que de alguna forma es una metáfora de muchos otros. Las subsiguientes generaciones de dramaturgos lo hemos sentido como un padre, alguien que nos ofreció un paradigma, nos brindó su apoyo, consejos, vivencias, su manera de ver el mundo del teatro”.  

Los cien del joven Abelardo Estorino. Fotos: Adversy Alonso / Casa de la Memoria Escénica
Fotos: Adversy Alonso / Casa de la Memoria Escénica

Para directores como Alberto Sarraín, quien llevó a escena Los mangos de Caín, Parece blanca, entre otras, Estorino proporciona una materia prima que constituye un verdadero disfrute para un artista. “Sus textos son una gozada, él daba mucha libertad para hacer, no te exigía que siguieras al pie de la letra sus acotaciones. De mi puesta de Morir del cuento, llegó a decirme que era mejor que la suya; resultaba muy pródigo a la hora de regalar elogios. Nos vimos mucho, tanto en Estados Unidos como aquí —contó el cubano asentado en La Florida— un hombre muy simpático, divertido, tenía una conversación estupenda y una lengua chispeante”. 

Una memoria similar guarda la Dra. Lillian Manzor, directora del Archivo Digital de Teatro Cubano y profesora de la Universidad de Miami: “Era muy cálido, optimista, dedicado por completo a su trabajo. Siempre le interesó el diálogo con los que vivíamos en el exterior, muy espléndido con sus obras, si estaba trabajando en algo, lo compartía”.

Ella recuerda que lo conoció a través de la actriz Adria Santana, cuando esta estuvo en Santa Bárbara, California, para presentar el monólogo Las penas saben nadar. Entonces, comenzó una relación epistolar con su autor hasta que finalmente se encontraron en persona, alrededor de 1994. “La Cuba que retrata es intemporal, por eso conecta con todos los públicos dentro y fuera de la Isla, especialmente con los cubanos, sin importar el tiempo que lleven alejados de la realidad nacional”. 

Luego de ver el montaje de La casa vieja, por Teatro D’Dos, representada como parte del evento la tarde del viernes 24 en la Sala Papalote, el crítico e investigador Omar Valiño, máximo responsable de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, visiblemente emocionado, aseguró que “eso que llamamos vigencia está en esta obra pleno, transparente, iluminado. Esas siguen siendo nuestras contradicciones humanas, reflejadas, además, a la manera hermosísima de Estorino, con ese don único para tocar el alma del espectador.

“Le estamos cumpliendo a él y a su legado, tanto los organizadores y participantes como todos los que no pueden estar aquí pero quisieran. Nos vimos en sus 80, con él presente, luego en los 90, tras su muerte y estamos en los cien, se ha vuelto un suerte de tradición a su memoria y el modo de enaltecer su creación y su papel en el teatro cubano”. 

Un sentimiento similar manifestó el teatrólogo, dramaturgo y ensayista Norge Espinosa: “Es un encuentro donde nos vemos las caras aquellos que conocimos y quisimos a Estorino, y eso le aporta un elemento que no es formal, y no es simplemente cumplir con una fecha. El cariño hacia alguien que apreciamos, no solo por su gran talento sino por su generosidad, nos trae cada vez de vuelta a Matanzas y de seguro volveremos siempre que nos convoquen para hablar de él.

“Mientras estuvo vivo bromeamos mucho acerca de llegar a sus cien años y, lamentablemente, ya no está. Significa mucho que nos podamos reunir aquellos a quienes él unió a través del respeto a su obra, a su trabajo como director de escena, sobre todo pensando que venimos incluso de distintas estéticas teatrales, que algunos están más ligados a la investigación, otros a la práctica y todos estamos hoy aquí porque él existió, no solo para congregarnos en la sala que lleva su nombre, en la Casa de la Memoria Escénica, sino para pensarlo en presente.

“Fue uno de esos dramaturgos que saben hablar en cubano, sin ningún tipo de limitación al respecto, mirando al mundo desde nuestra Isla, eso lo hace cada vez más interesante. Ahora mismo podemos revisar sus obras y demostrar a través de ellas que tuvo una noción de Cuba siempre creciente, si no, no estaríamos aquí.  El nunca limitó lo que podía decir con su teatro, y eso lo enlaza a Carlos Felipe, Rolando Ferrer, Virgilio Piñera, él es parte de esa gran tradición”. (Edición web: Miguel Márquez Díaz)


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Sobre el autor: Giselle Bello Muñoz

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