Al ardor asfixiante del último de sus dolores de pecho, el Dr. Juan Guiteras Gener pensó en Martí. Tan solo unos días antes, mientras firmaba el juramento de la Federación Médica de Cuba —de la cual había sido electo Presidente—, supo por el temblor de sus manos que la próxima sacudida de su ya maltratado corazón de hombre sensible pondría punto final a una vida larga, acaso plena, en la que se había propuesto mirar la mañana frente a frente.
Recordó entonces cuando, siendo tan solo un niño, la diestra le tembló al escribir su nombre completo sobre la matrícula del colegio La Empresa: Juan Luis Simeón Guiteras Gener, hijo de Eusebio Guiteras Font y Josefa Gener Puñales. La escuela, propiedad de su familia paterna, quedaba a solo un par de cuadras de su casa, ubicada en el número 43 de la calle Río, entre Matanzas y Jovellanos.
Contaba con apenas ocho años cuando, el 17 de febrero de 1860, su ciudad natal fue declarada “La Atenas de Cuba”. El pequeño Juan, ávido lector por herencia de su padre, supo entonces de Asclepio y Galeno; de Alcmeón e Hipócrates. Muchos años después, en las frías calles de Filadelfia, reconocería al gabinete que quedaba entre su casa y la escuela —propiedad de un doctor camagüeyano cuyo apellido no recordaría hasta el momento justo—, como el otro germen de su vocación médica.
Los Guiteras-Gener eran independentistas. Eso todo el mundo lo sabía. Como mismo se sabía que tarde o temprano la situación los obligaría a emigrar, tomando en cuenta su pasado contestatario y los contenidos patrióticos que se impartían en La Empresa. Allí, un jovencísimo Juan Guiteras descubrió a Varela, a Luz y Caballero, a Plácido. Supo de la matanceridad, casi un siglo antes de que Cintio Vitier esbozara por primera vez el concepto. Llegó el 68, y con él la guerra. Al año siguiente, Filadelfia abrió las puertas del exilio a los Guiteras-Gener.
Allí, Juan retomó sus estudios truncados de Medicina, en una ciudad que, para asombro suyo, era conocida como “La Atenas de Norteamérica”. Y las coincidencias no terminan ahí, pues escuchó hablar a sus profesores de otro cubano que estudió medicina en Pensilvania haría cuestión de unos diez años y, a pesar de llamarse Juan Carlos, firmaba como «Carlos J.». El nombre no le decía nada; no así su apellido, pero eso no lo sabría hasta años después.
Durante su época como estudiante de Medicina en Filadelfia, Juan sintió su pecho estrujarse en dos ocasiones. La primera, cuando supo del cierre de su amado colegio La Empresa, por ser considerado “un nido de víboras separatistas”. La segunda, el día en que conoció del fusilamiento de su primo José Ramón, luego de ser traicionado y pasar dos meses en un cayo inhóspito. Desde aquel momento, el futuro Dr. Juan Guiteras Gener tuvo la certeza de que lo bueno y lo útil no siempre son imperecederos; sobre todo si no conviene a los poderosos.
Guiteras se graduó con honores en el año 1873 y estudió la especialidad Anatomía Patológica en Frankfurt, Alemania. Allí se codeó con Ehrlich, Virchow, Liebeich, Hirsch, Pfeiffer y Kitasato. Pero ninguno de sus viajes a Europa, a donde regresó más tarde para estudiar la tuberculina de Koch, lo marcó tanto como sus visitas a los hospitales de San Luis, Nueva Orleans, Galveston, Cayo Hueso y Charleston, como perito técnico durante las epidemias de fiebre amarilla que azotaron a los Estados Unidos. Allí conocería, en menos de un año, cuánto sufrimiento puede soportar un ser humano antes de sucumbir bajo el peso de su propia osamenta.
Cuando le propusieron viajar a Cuba como parte de la primera comisión médica norteamericana que estudiaría la fiebre amarilla en la isla, no lo pensó dos veces y dio un sí rotundo. Solo entonces, arropado por la nostalgia del regreso, recordó el apellido del doctor de su infancia —el mismo que décadas atrás tiritó, al igual que él, con el invierno de Filadelfia— cuando aquel señor de gruesa barba y espejuelos minúsculos le dijo: “es el mosquito, Dr. Guiteras; recuerde mis palabras”.
Y Juan las recordó; sobre todo cuando, casi treinta años después, la erradicación de la fiebre amarilla en Cuba demostró que Finlay tenía razón. Su viaje a la isla lo marcó, al punto de que en 1884 fundó junto a Gómez y Maceo la Sociedad Secreta Carlos Manuel de Céspedes. Había visto las condiciones en las que vivía su pueblo, y no podía quedarse de brazos cruzados. Pasaron los años, y sería en medio de su quehacer independentista donde conoció a aquel caballero de cabellos ralos y complexión delgada, casi moribunda: la persona en la que pensaría segundos antes de morir.
Martí llegó a la vida de Guiteras en un momento convulso. La desunión imperante en el exilio cubano lo había desencantado, y sus convicciones comenzaron a inclinarse hacia el tentador anexionismo. José Julián fue el primero en notarlo, y no tardó en llamarlo a capítulo, por el bien de la causa. “Los Guiteras son hombres de veras”, dijo de él y su familia con motivo del Congreso Panamericano de Medicina. Pero nada impresionaría más a Juan que leer aquellos versos escritos por el Delegado sobre la primera página del ejemplar de Versos sencillos que le regaló:
Del portal, al sol abierto,
sale el bribón, de alma helada,
como una bestia azorada,
como un crimen descubierto.
Esta fatídica gente
que vive de ansiar y odiar,
¡oh, no; no puede mirar
la mañana frente a frente!
Desde aquel día de 1894, el prolífico Dr. Juan Guiteras Gener no solo volvió a volcar sus mejores horas en los esfuerzos independentistas, sino que enraizó a su destino los dos últimos versos de la advertencia martiana, sabiéndose parte de una obra mayor en la que lo bueno y lo útil, a pesar de no ser imperecederos, valen la pena.
Lo tuvo claro cuando se alistó en el ejército durante la guerra del 98. Algo parecido sucedió el día en que propuso a Finlay para el Premio Nobel de Medicina; o la vez en que el presidente Zayas firmó una renuncia al cargo de Secretario de Sanidad y Beneficencia que Guiteras nunca redactó, y él, ajeno al ansia y al odio, se retira de la profesión y marcha a su ciudad natal, donde funda una escuelita en la que enseña a leer y escribir a los niños pobres de la zona. Juan Guiteras Gener: el patólogo, higienista, epidemiólogo; el patriota que miró la mañana frente a frente, y no parpadeó.
Excelente trabajo!!! Algo que vale la pena leer dos veces!!!!