No vamos a renunciar al deseo de que seamos felices. No vamos a renunciar a luchar para que alcancemos la felicidad. Ninguna condición nos va a hacer cejar en el empeño. Sé que muchas personas piensan así. No importa cuán mínimo sea lo que se logre con el esfuerzo compartido. Un paso es suficiente para dar otro más. Por eso, ahora que está por empezar el año 2025, plasmo aquí está “Desiderata desde la crisis”.
Que la familia sea ese sentimiento de unidad, de complicidad bienhechora, que la origina y la alimenta. Que cada miembro de la familia sea constructor de apoyos, de solución a los problemas, de superación de las dificultades. No importa cuánta distancia física se levante. No importa cuánta diversidad de miradas contenga. La familia no es unidad de opiniones, sino unidad de respeto, de sentimientos nobles. Las diferencias no hacen antagonismos. Los antagonismos nacen de los modos inadecuados de tratar con las diferencias.
Que se extiendan los sentimientos de familiaridad hasta encontrar al vecino, a quienes comparten el espacio comunitario. Que los malos tiempos no mellen ese deber sagrado. Que la escasez no pase a ser falta de claridad en lo esencial. El alimento de la familia no tiene por qué faltar y aunque no sustituye al pan, comulga con el principio de compartir, de asumir empáticamente la búsqueda de soluciones.
Que seamos capaces de tomar responsabilidad con nuestro entorno, con el espacio vital en que vivimos y que nos da vida. Que pensemos que no estamos solos en el mundo (en nuestra ciudad, nuestro barrio, en el lugar donde vivimos) y que cada acto nuestro impacta sobre otras personas. El mundo que vemos es como lo hemos hecho. Él habla no solo de cómo es, sino también y mucho, de cómo somos. Por poco que se haga hay que hacer, porque es imposible no sentirse aludido ante los desperdicios sólidos, saturando esquinas, edificaciones a punto de caer fatigadas por el peso de los acontecimientos. También hay mucha indisciplina social, desconsideración, maltrato, violencia, prejuicios de todo tipo, invitados tal vez por situaciones que se viven. Pero ser invitado, no es razón suficiente para aceptar tan degradante invitación.
El bloqueo sí existe y debe cesar ya. Pero también existe la negligencia, la desidia, la incompetencia, la burocracia y tantas otras disfuncionalidades de la sociedad que se aprovechan de la crisis para desencadenarse. Deshacernos de ellas está más a nuestro alcance.
Que seamos transparentes en la expresión de nuestras ansias, sin confundir ansias con ansiedad. Que los deseos no se nos agoten nunca. Que siempre queramos mejorar. Saber proyectar la inconformidad en caminos reparadores, en la construcción de un tejido social armónico, equitativo, es de una sabiduría existencial que transpira paz, nobleza, justicia. El mundo humano destaca por sus diferencias. Si las asumimos para excluir, construimos sufrimiento. Si lo hacemos para empoderar tendremos una potencia de desarrollo insuperable. Que los discursos políticos sean menos barricadas y más puentes. Que estén más cerca de la construcción que del modelo ideal, más cerca del presente sin descuidar el futuro. Sin el hoy, no se puede construir el mañana. Que nos hagamos cargo de una racionalidad que deseche cualquier forma de explotación, de intromisión, de invasión, de genocidio. El mundo alcanza para todos y si lo hacemos producir para distribuir adecuadamente es capaz de alimentar con la cordura de lo necesario.
Que las decisiones que tomemos, cualquiera que estas sean, sean consensuadas. Que no se apoyen en el mero impulso. Cuando actuamos por impulso nos lanzamos a un campo minado de errores posibles que termina en lamentaciones inútiles. Mejor que precipitarse es anticiparse, poder evaluar los costos y los beneficios. Las decisiones argumentadas no solo son más inteligentes, sino también más efectivas. Todo tiene un costo. Lo que se logra sin esfuerzo es una dádiva. Y de dádivas no nace ni el compromiso verdadero, ni el sentido de pertenencia y mucho menos la satisfacción de haber logrado lo que nos proponemos. No hay que evadir ni evitar. Hay que afrontar y enfrentar las rispideces de la vida, sobre todo cuando está marcada por complejidades profundas.
Que aun transitando por un año difícil, marcado por las dificultades y la escasez de servicios básicos, seamos capaces de preservar la sensibilidad humana, la solidaridad, la honestidad, el respeto, la integridad. Que las normas y los pactos sociales sean cumplidos disciplinadamente, porque la indisciplina es el caos; la desintegración, una puerta abierta a las peores degradaciones de la esencia humana. Que no nos dejemos atrapar por la avaricia, el egoísmo. Solo así sobrevivirá la cultura espiritual de la nación, solo así seguiremos teniendo independencia y soberanía, porque solo así seguiremos sintiendo el orgullo de ser cubanas y cubanos.
No hay que esperar epifanías. Vale asumir los retos y afrontarlos con firmeza. El único milagro posible es el que nace de la capacidad humana para superar los obstáculos y crecer en cada intento. Afrontar las dificultades y vivir con decoro. No separarse por ninguna razón del camino inacabable de la felicidad compartida, porque no hay verdadera felicidad allí donde unos la logran y otros sufren por no poder alcanzarla. La esperanza parece esconderse en los tiempos de crisis, desvanecerse en su condición de utopía y diluirse entre los imposibles. Pero ella es, sobre todo, un anticipo que da la felicidad a los que luchan por la vida y solo desaparece en los que se rinden. Venga la esperanza, incluso si aparece acompañada de un cierto pesimismo racional, pero nunca carente del optimismo de los sentimientos, de la voluntad.
Una desiderata desde la crisis es posible, porque la esperanza, la unidad de las familias, la defensa de los valores son una fuerza inconmensurablemente mayor que cualquier otra que quiera acabarla.