Hace algunos meses suscitó revuelo en redes sociales cierta publicación institucional en la que se elogiaba la belleza nocturna de una ciudad completamente iluminada, cuando el país atravesaba —y atraviesa— por el pináculo de una contingencia energética que mantiene en vilo a millones de cubanos.
Quizás este no sea el ejemplo más ilustrativo de un problema que atañe al ser humano desde que se repartió el primer excedente y surgieron las clases sociales, pero sí nos toca muy de cerca y precisamente uno de los comentarios publicados al respecto resume magistralmente el origen de la situación: “ellos piensan como viven”.
En Cuba y en cualquier parte del mundo existen personas con distintos niveles de adquisición monetaria, así como de acceso a determinados bienes y servicios que por razones geográficas o de cualquier otra índole no llegan a todos los lugares e individuos por igual.
Esto hasta cierto punto se justifica —sobre todo la primera parte del asunto— a partir de las capacidades, esfuerzo e interés de cada ciudadano a la hora de buscar un trabajo que le remunere lo suficiente —e incluso, un poquito más, ¿por qué no?— para suplir sus necesidades.
Sin embargo, dicha justificación pierde efecto cuando te encuentras en un país bloqueado en muchos sentidos donde, además, se libra una lucha diaria contra problemas internos como la corrupción, los altos precios del mercado informal, la escasa producción nacional o el acaparamiento, solo por mencionar algunos.
En Cuba, la desigualdad económica que existe en cualquier nación del orbe se acrecienta a partir del hecho de que los que tienen más, quieren y obtienen más; mientras que los que tienen menos no pueden tener más, ni aunque quieran.
De seguro algunos dirán: “yo todo lo que tengo lo luché bien duro, siempre dentro de la legalidad; proveo de trabajo bien pagado a otras personas e incluso realizo labores comunitarias”. Y tiene toda la razón, el mérito incluso, pero recuerde: uno, la mayoría no es como usted; y dos, las posiciones privilegiadas, aunque sean alcanzadas con gran esfuerzo, no justifican la ignorancia —consciente o no— del problema ajeno, y es ahí donde entra lo de “pensar como se vive”.
Lea también
Busco alquiler por tiempo indefinido II
Mario César Fiallo Díaz – Buscar alquiler es un ejercicio de disciplina, paciencia y atención. Tienes que estar pendiente de todo lo que se mueva a tu alrededor: eres un depredador… Leer más »
Federico Engels, gran filósofo alemán, dijo lo siguiente en su discurso frente a la tumba de Carlos Marx: “el hombre necesita, en primer lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes de poder hacer política, ciencia, arte, religión, etc.”. Dicha máxima explica —mas no justifica— por qué la mayoría de personas piensan como viven y aseguran que “tienen derecho a…”, cuando hay otros que también lo tienen y no pueden llevarlo a feliz término.
Aquellos que disfrutan de determinados beneficios se encuentran a menudo en una burbuja que les impide comprender las realidades de quienes enfrentan luchas cotidianas. Esta desconexión no solo perpetúa la desigualdad, sino que también limita la capacidad para empatizar con los problemas ajenos.
El privilegio genera una especie de “normalidad” que se convierte en la referencia para quienes lo poseen. Cuando las personas están acostumbradas a desenvolverse en un entorno donde sus necesidades básicas están satisfechas, les es difícil imaginar lo que significa vivir en la incertidumbre. Esta falta de experiencia directa con las adversidades puede llevar a una visión distorsionada de la realidad, donde los problemas de otros parecen exagerados o irreales.
Cuando al entonces presidente uruguayo José Mujica le preguntaron por qué vivía en condiciones tan humildes, al instante respondió: “nadie es más que nadie (…), yo estoy viviendo como vive la mayoría de la gente en mi país”. Este es un claro caso de alguien que vive como piensa —y no es el único: en Cuba misma son varios los dirigentes a los que se les ha visto comer de la misma bandeja que el obrero o el campesino—; y no solo eso: es también un ejemplo de alguien que “piensa”, así de sencillo, incluso más en los otros que en sí mismo.