Cuando la guerra se hace demasiado cuesta arriba como para seguir librándola de igual a igual desde el terreno militar, o bien, cuando se necesita de un hecho lo suficientemente conmovedor como para potenciar una repuesta visceral y así capturar la atención —y el compromiso—, de ciertos esquivos aliados, ingresa entonces la «fase sucia» de los indignantes atentados terroristas.
Por supuesto, estos también tienen la intencionalidad de evitar cualquier acuerdo de paz o negociación, embarrando la cancha —como diríamos en Argentina—, obligando a endurecer la posición de Moscú y obstaculizando cualquier eventual proceso de paz impulsado desde la próxima Administración Trump.
Hagamos memoria contextual:
La Operación Militar Especial (OME) fue la respuesta final no-deseada rusa a una serie de desoídas (exigencias de) garantías de seguridad manifestadas a Estados Unidos y la OTAN, quienes desarrollaron durante años constantes aproximaciones (expansiones) hacia su frontera, retiradas unilaterales en Tratados clave de la Guerra Fría (como INF y ABM) y el montaje de un Escudo Antimisiles. Asimismo, era un pedido serio de terminar con las violaciones a la Carta de la ONU, que produjeron los crímenes en Yugoslavia, Afganistán, Irak y Libia.
Considérense además dos hechos fundamentales que precipitaron, desde mi particular punto de vista, la OME:
- La «Revolución de Color», a partir del 2 de enero de 2022, en Kazajistán, aliado fundamental de Rusia en Asia Central, que fue evitada luego de que el presidente Kasim-Jomart Tokáyev diera intervención a las tropas de la OTSC (Organización del Tratado de Seguridad Colectiva).
- El anuncio por parte del presidente ucraniano Volodimir Zelenski, en la Conferencia de Seguridad de Múnich, el 19 de febrero de 2022, de que se saldría del Tratado de Budapest de 1994 y fabricaría sus propias armas nucleares.
Lo cierto es que la OME empezó el 24 de enero de 2022 como una Blitz, donde se privilegiaron los ataques de largo alcance sobre “blancos duros” y las maniobras —tres puntas de lanza por norte, sureste y sur—, que tenían como objetivo la liberación definitiva de los territorios de Donbás, el “blindaje” de la península de Crimea (crear una zona búfer adecuada) y el cerco de Kiev, esto último, para presionar la caída del gobierno banderista. Desde lo exteriorizado, los objetivos fueron, son y serán denominados públicamente como de “desnazificación y desmilitarización”.
La Operación fue montada con indudable profesionalismo. A los pocos días, cayeron la ciudad de Jersón (al otro lado del río Dniéper), la vital central nuclear de Zaporozhie, se aisló al poderoso Regimiento Azov —cuyos miembros eran/son abiertamente filonazis, rusófobos y hasta satanistas—, en la estratégica ciudad de Mariúpol, se tomó Melitópol y se capturó el aeropuerto de Gostómel, al oeste de Kiev, para evitar refuerzos de la OTAN y hasta desembarcar propios en una operación aerotransportada. Kiev también fue rodeada por el norte y el este (Chernígov). Pero había un hecho a destacar: la mayor cantidad de tropas fueron utilizadas en la zona sur y sureste —unas 100.000— mientras que las unidades de élite aerotransportadas y algunas unidades acorazadas —que no superaban los 50.000 soldados— fueron utilizadas para rodear Kiev. Las estimaciones más infladas hablan de 250.000 hombres implicados. Esto es, definitivamente, muy poco como para invadir y ocupar un país como Ucrania… [considérese que para invadir Irak en 2003 se utilizaron 375.000 tropas regulares].
Una simple “cuenta de almacenero” nos revela mucho sobre los verdaderos objetivos tácticos iniciales de la campaña rusa en Ucrania. La invasión no pretendía (inicialmente) una ocupación —no les daban los números—, sino el descabezamiento del gobierno banderista, el cual pretendió ser logrado por una demostración de fuerza, no una utilización de fuerza bruta. Por ejemplo, no hubo un solo bombardeo masivo contra Kiev. Basta ver una postal del grado de devastación de Gaza, convertida en cenizas, y el nivel arquitectónico de Kiev para darse cuenta.
Los verdaderos objetivos territoriales se hallaban en el Donbás —punto neurálgico del enfrentamiento— y la creación de una zona de amortiguación que permita dar profundidad a Crimea, para entre otros asuntos, liberar el abastecimiento del agua, raptada por Ucrania desde junio de 2021.
Asimismo, esa zona de amortiguación al norte de Crimea posibilitaría un verdadero puente terrestre entre el territorio ruso, Donbás y Crimea, liberando de la exigencia al puente trans-marítimo de Kerch, muy vulnerable a todo tipo de ataques, incluso terroristas —como veremos después en este artículo—, y a congestionamientos, en caso de necesitarse grandes movilizaciones militares.
La intimidación sobre Kiev casi logra hacer caer al gobierno de Zelenski: el 28 de febrero de 2022, apenas cuatro días después de iniciada la operación, los ucranianos solicitaron negociaciones de paz, siendo el lugar neutral elegido los bosques de Gómel, en Bielorrusia. Allí hubo elementos muy proclives a una capitulación, como Denis Kireyev. Los rusos querían un diálogo bilateral, pero la OTAN y las agencias de inteligencia occidentales (CIA/MI6) operaban fuertemente sobre la dirigencia ucraniana, que se hallaba realmente entre la espada (rusa) y la pared (atlantista). La intransigente postura de Londres y Washington impidió finalmente la firma de un armisticio. La guerra continuó a todo volumen… y Kireyev, expuesto, fue asesinado por la SBU por «traición a la Patria». Gracias a sus excelentes medios de reconocimiento satelital, electrónicos (ELINT), de comunicaciones (COMINT) y los siempre bien dispuestos espías infiltrados, Washington había evaluado perfectamente que las tropas rusas no tenían capacidad suficiente para penetrar en la ciudad capital y que, por el contrario, podían ser repelidas del “centro hacia afuera”, no con grandes operaciones combinadas, sino con pequeñas pero intensas operaciones de hostigamiento, sumados a falsos llamados a la concordia.
Los rusos no ingresaron a esta guerra con las “manos sueltas”: tenían órdenes de minimizar al extremo las bajas civiles ucranianas y preservar la infraestructura civil. Si bien era casi evidente que el pueblo ucraniano venía siendo adoctrinado con discursos de odio hacia todo lo ruso, la planificación político-militar intentó totalmente en vano no quedar pegada a situaciones que denoten una superioridad moral rusa y procuraron verse como hermanos al rescate.
Sin embargo, ello nunca pudo ser apreciado en ese sentido. Salvo en Donbás, donde las milicias prorrusas luchaban desde 2014, no hubo vítores ni recibimientos amistosos, sino una resistencia fuertemente organizada, que diezmó las columnas blindadas y las formaciones de helicópteros con emboscadas sangrientas.
Por otra parte, el gobierno ucraniano ejerció un control de acero sobre su propia población, no siendo raros los ajusticiamientos populares, las acusaciones cruzadas de traiciones y los asesinatos sumarios.
En ese nuevo marco de situación resultante, caracterizado por una guerra asimétrica, de posiciones políticas inflexibles, y un apoyo creciente anglosajón, los rusos decidieron cambiar de tácticas y consolidar territorio en la franja este – o sea, el Donbás- y sur costera, o sea, los óblast de Jersón y Zaporozhie, poniendo todo el énfasis en la conquista de Mariúpol. Sin embargo, nunca dejaron de intentar forjar negociaciones bilaterales, una especie de armisticio que diera apertura a una forma mínima de entendimiento. Rusia exigía (para aquel entonces): (1) El respeto de las autonomías constitucionales ¡no de independencias! de la Repúblicas Populares de Lugansk y Donetsk suscripta por el presidente Petró Poroshenko en la firma de los Protocolos de Minsk I y II, (2) el compromiso de Kiev de no ingresar en la OTAN y (3) el compromiso de Kiev de no realizar acuerdos militares bilaterales o multilaterales con países occidentales que permitan el despliegue de armamento avanzado en su territorio.
Esto casi se logra gracias a la mediación turca, en Estambul, cuando entre el 29 y el 30 de marzo se firmó un “principio de acuerdo” (¡firmado en un papel!) que posibilitó la retirada de las tropas rusas de las afueras de Kiev y Chernígov, y una apertura de diálogo creciente que hasta incluyó la posibilidad de un encuentro entre Putin y Zelenski en Turquía.
Pero la escandalosa “Masacre de Bucha”, acaecida supuestamente el 30 de marzo y atribuida rápidamente a los rusos, evidenció que ya no habría posibilidad de una negociación para evitar más derramamiento de sangre y que la guerra se haría de desgaste.
Si los ejecutantes fueron los miembros de la 64.ª Brigada de Fusileros Motorizada, como acusaba todo el Occidente Colectivo, no se entiende cuál sería el objetivo político de arruinar, dejando un tendal de cadáveres por la carretera de salida, unas negociaciones largamente buscadas por Moscú.
Pero si la idea era buscar un argumento para borrar con el codo aquello firmado con la mano —máxime luego de unos llamados desesperados del PM británico Boris Johnson—, pudo haberse tratado de una falsa bandera. Este, probablemente, sea el primer uso de un acto de terrorismo para boicotear un acuerdo ya firmado y con negociaciones abiertas en lo sucesivo, como así también, con el fin de incrementar el aislamiento internacional de Rusia. 1
Roto el acuerdo, Boris Johnson visitó sorpresivamente Kiev el 9 de abril. Poco antes, el 7 de abril, Rusia esa suspendida del Consejo de Derechos Humanos de la ONU con 93 votos a favor, 24 en contra y 58 abstenciones. Era un gran logro propagandístico occidental.
Encima, el 14 de abril, ocurrió el hundimiento del crucero Moskvá, buque insignia de la Flota del Mar Negro, operación planificada y muy probablemente ejecutada por la OTAN y de la que poco sabemos efectivamente porque se tendió sobre ella un manto de secretismo.
Este hecho fue un punto de inflexión pues determinó que Occidente se salía del mero rol de proveedor de armas, entrenamiento, inteligencia y reconocimiento, para también asumir operaciones militares altamente sensibles cuando evaluara que ello era de carácter necesario y urgente.
Estimo que este hecho “continuador de guerras” marca la firme decisión atlantista de evitar salidas negociadas, empleando recursos a fondo.
Ya para ese entonces, empezaron los sabotajes sobre depósitos de combustible en Briansk, seguido por el del aeródromo de Saki, Crimea, un territorio que era considerado —en ese momento—, como una «línea roja» por los rusos, como asimismo, el capítulo de la extorsión política sobre la central nuclear de Zaporozhie, bombardeada a los efectos de implantar una «zona desmilitarizada» con tropas internacionales.
Hasta ese momento, sacando al acontecimiento de Bucha, podríamos decir que se trataban de actos de guerra o de socavamiento de la retaguardia. Sin embargo, el 20 de agosto, ocurrió el asesinato con bomba de la politóloga Daria Dúgina, hija del filósofo euroasianista Aleksandr Dúgin, en la región de Moscú, bien lejos del frente. Se inauguraba la fase terrorista.
Aunque se dice que quisieron matar a Aleksandr, Daria también era un blanco exquisito: ella misma estaba sometida a los efectos de las sanciones impuestas por Estados Unidos en marzo de 2022 por ser la directora del sitio web United World International (UWI), calificado como «medio de desinformación» por fomentar el euroasianismo y un mundo multipolar opuesto al atlantismo.
El FSB (Servicio Federal de Seguridad) logró identificar a Natalia Vovk, miembro del Escuadrón Azov, reclutada por el SBU, quien ingresó a Rusia en un MiniCooper con patente de Donetsk junto a su hija de 12 años, Sophia Shaban. Lo hizo con pasaporte falso kazajo bajo el nombre de Yulia Zaiko y se instaló en el mismo departamento que Daria, a quien acechó hasta lograr su cometido. Tras el atentado, huyó a Estonia, país miembro de la OTAN y furiosamente rusófobo.
Este atentado marcó el inicio de una «guerra sucia discontinua» por parte de Ucrania y sus patrocinadores occidentales. Marcaba que segundas y terceras líneas de mando (político o militar), asesores, comunicadores o simples apoyos del gobierno con alguna popularidad o influencia mediática, estaban en el radar de los atentados.
De hecho, luego llegó el turno del bloguer Vladlen Tatarsky, el 2 de abril de 2023, quien tuvo una muerte similar por atentado con bomba en el café Street Food Bar No 1 de San Petersburgo, mientras hacía una presentación. Más de 30 personas resultaron heridas. Una ciudadana rusa, de nombre Daria Trepova, le había entregado una estatuilla de “regalo”, rellena con explosivos.
Probablemente, estos asesinatos selectivos contra ideólogos del “Putinismo” tuvieron por objeto ahogar los apoyos de la juventud rusa —solo Tatarsky tenía 500.000 followers—, de modo de espantarlos y desanimarlos en su apoyo a la política exterior del Kremlin. Tangencialmente, era una forma de demostrar la imposibilidad del gobierno de protegerlos, con el fin de limar su legitimidad y autoridad, y por consiguiente, afectar la moral de la ciudadanía.
Pero para los rusos, los atentados terroristas no son un fenómeno nuevo.
Los atentados terroristas en ciudades rusas comenzaron durante la Primera Guerra Chechena (de diciembre 1994 a agosto 1996), como parte de una guerra asimétrica contra las fuerzas rusas, principalmente focalizada en las repúblicas rusas circundantes (Daguestán, Ingusetia y Osetia del Norte). La tomade rehenes en el hospital de Budionnovsk, en el Krai de Stávropol, fue el hecho más conmovedor de esa etapa. En ese acto hubo 129 muertos y el apoyo a la guerra en Chechenia mermó de manera brutal.
Sin embargo, durante la Segunda Guerra Chechena (agosto 1999 – abril 2009) los atentados recrudecieron y se hicieron mucho más salvajes, alcanzando Moscú, a medida que el integrismo wahabita (la llamada «Brigada Internacional Islamista») tomaba mayor poder en el bando checheno. ¿Y adivinen qué? Querían formar el Califato Caucásico… ¿les suena? Casualmente, esta era la etapa que tuvo que comandar Vladimir Putin en la presidencia, mucho más inflexible a negociar con los insurgentes.
En esta etapa hubo al menos dos atentados espantosos que quedaran indelebles en el recuerdo, como el tristemente célebre «Secuestro del Teatro Dubrovka», en pleno Moscú, el 26 de octubre de 2002, con un saldo de 133 rehenes y 40 terroristas muertos, y la horrible masacre de la escuela de Beslán ( 1 de septiembre de 2004), que se llevó 334 personas, casi la mitad, niños.
A pesar del enorme costo en rehenes, Putin siempre se mostró inflexible contra la barbarie terrorista.
Ese fantasma del pasado de inspiración islámica se hizo presente el 22 de marzo de 2024, poco después de la reelección presidencial de Vladimir Putin, en el atentado del Crocus City Hall. Esta vez, no fueron los wahabistas infiltrados en la insurgencia chechena, ni el SBU (bueno, no del todo), sino aparentemente el Estado Islámico del Gran Jorasán (ISIS-K) quien “reclutó” cuatro sicarios tayikos —Tayikistán es el paraíso del ISIS-K, porque se posiciona perfecto para destronar al Talibán afgano, mientras acecha a los chinos de Xinjiang—, que se cargaron 144 ciudadanos moscovitas. Los terroristas fueron capturados huyendo hacia Ucrania y confesaron haber sido contratados por el SBU.
Lo paradójico de todo esto es que Occidente Colectivo, en especial la Unión Europea, estaba forzando la inclusión de Rusia como «Estado Patrocinador del Terrorismo».
Lo que no resultaba para nada paradójico, sin embargo, era el vínculo entre yihadismo y los extremistas ucranianos. Durante las guerras chechenas, voluntarios neofascistas ucranianos de la organización UNA-UNOS, fusionada a Právy Sektor en 2014 y luego incorporadas por Zelenski a las Fuerzas Armadas, cooperaron con los rebeldes chechenos.
¿Es novedoso entonces el vínculo entre los integristas ucranianos con los yihadistas de Hayat Tahrir al-Sham en Siria? ¡Claro que no! Tiene su génesis en las guerras chechenas ¿Y quien es el actual ministro de Defensa ucraniano? Rustem Umiérov, un tártaro de Crimea, asesor del antiguo presidente del Mejlis del Pueblo Tártaro de Crimea, Mustafá Dzhemílev (Qırımoğlu), un viejo agente de la CIA con profundas conexiones políticas con Turquía.
Turquía, Ucrania, yihadismo sunnita, Hermandad Musulmana. Faltan las escuelas wahabitas, por ahora, lejos de sus antiguos socios (el cisma llevó a la famosa Guerra Fría entre Arabia Saudita y Qatar en 2017).
En momentos en que acaba de caer la República Árabe Siria, y estando Bashar al-Assad refugiado en Rusia, este martes 17 de diciembre de 2024 sucede entonces el funesto atentado con bomba contra el teniente general Igor Kirillov (54 años), jefe de las Tropas de Protección Radiológica, Química y Biológica (NBQ) de las Fuerzas Armadas de la Federación Rusa. Su ayudante, el mayor Ilya Polikarpov, también murió en el artero homicidio.
El dispositivo explosivo estaba colocado en un monopatín eléctrico estacionado en la entrada de su casa, un edificio de departamentos bastante humilde en Ryazansky Prospekt, al sur de Moscú. Fue accionado por un malnacido cualquiera pero la realidad dice que fue financiado, planificado e instigado por el SBU. Increíblemente, la UE nunca intenta catalogar a esta agencia gubernamental ucraniana como «organización terrorista» o «patrocinante del terrorismo», muy a pesar de sus muy documentados involucramientos.
La prensa ucraniana —obviamente bajo control estricto del gobierno, a la vez bajo control estricto de la OTAN—, sostuvo que Kirillov “ordenó el uso de armas químicas contra las Fuerzas Armadas de Ucrania”, una afirmación totalmente incomprobable y directamente mentirosa desde todo punto de vista. Obviamente, esa falacia fue echada a rodar para justificar la sangrienta decisión de eliminarlo.
En 2022, en medio de la OME, Igor Kirillov presentó pruebas documentadas de que el Pentágono financiaba laboratorios de guerra biológica en Ucrania, hecho que no pudo ser ni siquiera negado por Victoria Nuland, bajo juramento en el Congreso, ni posteriormente por el director de la CIA, Bill Burns.
La (entonces) subsecretaria de Estado Victoria Nuland se ve forzada a reconocer que existen laboratorios biológicos estadounidenses en Ucrania y antepone la preocupación de que “caigan en manos de las fuerzas rusas”. Nótese que quien le formula las preguntas es el senador republicano Marco Rubio, actualmente designado por Donald Trump como 72.ºSecretario de Estado de los Estados Unidos. Rubio termina haciéndole una “pregunta patriótica” para salvar la reputación de Nuland y cargar cualquier accidente o filtración (de virus o bacterias) a los rusos.
El programa de laboratorios biológicos en Ucrania era harto conocido por Rusia, que se la pasaba denunciándolo en vano ante la ONU. Inclusive se realizaron pruebas sobre pacientes psiquiátricos —puntualmente en el hospital psiquiátrico Nº 1, situado en la localidad de Strelechye, en la región de Járkov—, y se intentó buscar “el genoma eslavo” para crear enfermedades crónicas en determinado biotipo racial. Esto parece ciencia-ficción, pero no lo es. 2
El binomio Ucrania-Estados Unidos inició estos programas militares secretos en 2015, post Euromaidán, construyendo más de 30 bio-laboratorios diferentes a lo largo y ancho del país. Al poner la «investigación secreta» en cabeza de los mandaderos ucranianos, la tarea de realizar investigaciones prohibidas por la Convención sobre la Prohibición de las Armas Biológicas, firmada por Estados Unidos en 1972, no «vulneraba» la posición americana. Oh casualidad, la OMS —un instrumento de Bretton Woods, financiado mayoritariamente por Estados Unidos y agentes privados como la Fundación Bill y Melinda Gates— dijo desconocer el tema.
Asimismo, Kirillov fue el encargado de demostrar en 2013 que los ataques químicos con gas sarín perpetrados en Siria —específicamente el de Guta, en las afueras de Damasco—, endilgados al «régimen» de Bashar al-Assad, y que constituían la «línea roja» de Barack Obama para perpetrar un mortífero ataque aeronaval contra ese país sin la aprobación del Consejo de Seguridad de la ONU (aludiendo a la cláusula R2P), no provenía de los almacenes químicos del gobierno sino, por el contrario, de «la cepa libia». Esto iba en consonancia con la hipótesis de que los almacenes libios de Muammar Gadafi habían sido saqueados y caído en manos del Frente al-Nusra, que hoy sobrevive con el nombre Hayat Tahrir al-Sham, la gran facción yihadista que acaba de tomar el poder en Siria.
Kirillov también desmontó la burda operación británica del Novichok, un supuesto agente nervioso con que el Kremlin habría querido asesinar al ex espía ruso Serguéi Skripal y su hija Yulia en Salisbury (Whiltshire), el 4 de marzo de 2018. Eran momentos en los que se intentaba sancionar a Rusia y reimpulsar el asunto químico en Siria (el que había fracasado en 2013). La primera ministra Theresa May inmediatamente apostó: “O fue un acto directo del Estado ruso contra nuestro país, o el gobierno ruso ha perdido el control de este agente neurotóxico potencial y catastróficamente dañino, lo que habría permitido que pasara a otras manos”, y acto seguido, dio ultimátum de 24 horas a Putin para que demuestre su inocencia o admita su culpabilidad.
Esta apretada obscena generó la respuesta de la vocera de la cancillería, Maria Zajárova, quien respondió: “Nadie puede dar un ultimátum a una potencia nuclear”… frase que nadie pensaba que se repetiría incluso hoy.
Kirillov demostró que la fórmula del Novichok, que según los ingleses solamente se producía en la URSS, aparecía en el libro de un químico ruso disidente, Vil Mirzayanov, quien vive actualmente en ¡Estados Unidos! ¡y el libro se vendía por Amazom.com!
Increíblemente, el asunto Novichok sería refritado con el quintacolumnista comodín listo-para-todo ¡Alexei Navalny! en septiembre de 2020, como si nadie tuviese memoria.
En agosto de 2023, Kirillov describió cómo Estados Unidos y las grandes farmacéuticas “gobiernan el mundo” a través de la “fabricación de crisis biológicas”. También habló de cómo todas estas pruebas se han presentado a la ONU muchas veces y Estados Unidos las vetaba de manera continua. Básicamente, Kirillov encontró el rastro documental que demuestra que el gobierno de Estados Unidos, junto con ONG dudosas, crearon el COVID-19 y lo utilizaron para generar cientos de miles de millones de dólares en ganancias para las empresas farmacéuticas a través de la producción de vacunas, así como para promover la extralimitación del gobierno a través de poderes de emergencia. ¿Es casual entonces que Rusia —mejor dicho, un Instituto Estatal Ruso—creara la vacuna Sputnik?
Con estas osadas intervenciones, Kirillov se había convertido en una espina en la garganta de la OTAN (y la Pharmafia). La misma Zajárova lo describió así: “Era como una espina en el costado de la hidra centrada en la OTAN, por así decirlo. Así es precisamente como les impidió vivir en paz. Desmintió mitos y desmanteló los fundamentos informativos y políticos sobre los que basaban sus acciones agresivas, particularmente contra Siria. Basta pensar en cuántas veces Occidente, específicamente los estadounidenses, los británicos y los franceses, atacaron Siria y al derecho internacional en general”.
El asesinato de Kirillov se configura como un caso emblemático sobre los extremos a los que puede llegar Occidente —que continuamente se rasga las vestiduras sobre terrorismo (ajeno)—, cuando tiene que preservar sus intereses políticos y económicos.
El ex presidente ruso Dmitri Medvedev, actual presidente del Consejo de Seguridad, de la Federación, estaba visiblemente indignado por este atrevimiento. Pero además, si cae un alto mando militar en pleno Moscú… ¿Qué impide pensar que ellos también son parte de una lista negra?
El FSB finalmente capturó al autor material, un uzbeco de identidad no revelada (se llamaría Akhmad Kurbanov), quien admitió haber sido reclutado por el SBU ucraniano a cambio de 100.000 dólares y un pasaporte para vivir a uno de los países europeos. La operación seguramente demandó meses de inteligencia (ubicación del paradero secreto de Kirillov, armado del explosivo plástico, microondas para estallarlo a distancias, y toda la producción necesaria).
¿Qué se viene? Es difícil saberlo.
Rusia ha estado jugando otro juego: el del largo plazo, el del destronamiento paulatino del poder occidental, y ha evitado incendiar el planeta con respuestas viscerales. Lo manifesté en varias oportunidades: la paciencia estratégica y la solidez de convicciones sobre el camino planteado, sumado a la responsabilidad por la vida misma, están guiando las decisiones del Kremlin. Los hechos, si miramos la “temporada completa de la serie” (y no capítulos aislados) nos dicen que Occidente da grandes golpes de efecto, pero no puedo doblegar (por ahora) la fortaleza de Rusia y sus aliados (China a la cabeza). Desde el inicio de la OME en Ucrania, la OTAN ha intentado provocaciones realmente ultrajantes, desde atentados terroristas hasta la sublevación de la PMC Wagner. Pero Rusia ha resistido, incluso, cuando parecía desfallecer. Desde ese lugar, es probable que crímenes sanguinarios como el asesinato del teniente general Igor Kirillov no sean vengados de manera directa y simétrica, porque los responsables —la palabra encaja más que nunca—, de la toma de decisiones en Rusia probablemente estén mirando el bosque, el panorama general. Lanzar un Oreshnik sobre Kiev es una tentadora forma de calmar la ansiedad. ¿Pero no es acaso lo que esperan? Y eso… ¿puede llevarnos al Holocausto nuclear? Probablemente sí. Quizás, entonces, es mejor que el edificio se derrumbe por erosión. Es un camino lento, pero efectivo. La paciencia es la madre de la fuerza, dijo Confucio.
Ahora bien: algún tipo de respuesta esta vez puede ser la excepción a la regla, o se corre el riesgo de la deslegitimación pública. Además, los psicópatas de Kiev y sus patrocinadores entienden la carencia de un golpe por golpe como una debilidad, y una invitación a proseguir. Podría darse entonces esta vez una licencia al límite autoimpuesto por Moscú, esto es, puede que haya vía libre para atacar en represalia a altos funcionarios militares y de inteligencia ucranianos. La amenaza tantas veces dispensada de atacar los centros de decisión —los cuarteles de la OTAN que operan en Lvov, por ejemplo—, nunca se cumplieron… (de manera brutal…).
Ha sido cegada la vida de un alto militar de la Federación, lo cual —con el debido respeto y considerándose el valor que tiene toda vida—, no es lo mismo que un bloguer o una ensayista. Se trata de un golpe artero, siniestro y ruin contra una institución. Sus colegas querrán cargarse una medalla con la V de Vendetta. Rusia realiza respuestas tangenciales, pero quizás tengamos la excepción del golpe por golpe. Se puede esperar, en lo sucesivo, algún tipo de vuelto similar.
Además… hubo un cambio de vientos, un desequilibrio evidente, en la situación siria. Si Rusia no actúa decidida, sorpresiva y fuertemente, como su inesperadísima intervención en 2015 en el Levante, la mano de obra triunfante en Siria —como muchas veces profetizó Putin—, se paseará por las calles de Moscú en un festival de bombas. Ya es vox populi, que la cúpula ucraniana hizo una asociación estratégica con los yihadistas triunfantes en Siria. Ya no es informal y está bajo el paraguas OTAN-Turquía. No es casual que los últimos atentados conmocionantes en Moscú hayan sido cometidos por tayikos y un uzbeko, naciones que han aportado gran cantidad de yihadistas a las facciones implicadas en Siria. Y lo hayan hecho bajo «contratos» del SBU.
¿Veremos una vendetta contra Budánov, como parte de una respuesta sustancial contra la inteligencia ucraniana? ¿O por el contrario, veremos caer como moscas más generales o dirigentes rusos? ¿Cuál es la medida de la paciencia estratégica? Se abren, entonces, interrogantes serios.
Durante las guerras chechenas, Putin tomó la iniciativa de no dar tregua a los terroristas. El pueblo ruso sufrió atentados extremos, conmocionantes e inolvidables. Pero la dirigencia se mantuvo firme en sus objetivos. Chechenia y las autoridades allí reinantes (Ramzán Kadírov) son hoy un aliado de hierro del Kremlin, y esa amenaza que estuvo a punto de subvertir todo el Cáucaso y convertirlo en un Califato wahabita desapareció.
Ahora todo adquiere una proporción superior, mucho más peligrosa. Pero los osos pueden ser muy agresivos cuando se los rodea. Ya vimos sus garras en el fuego hipersónico del Oreshnik. (Por: Christian Cirilli/Tomado de su blog La visión)
- La Masacre de Bucha brinda muchos interrogantes y dependiendo de quien la relate tiene variantes que implican volcar la culpabilidad sobre los rusos o sobre los ucranianos. Lo que se puede reconstruir es lo siguiente: el 30 de marzo, las tropas rusas se marchan de la ciudad, apenas después de finalizar la ronda de negociaciones en Estambul y tal como se habían comprometido los dirigentes rusos en esa oportunidad. El 31, el alcalde de Bucha publica un video sin mencionar ninguna masacre anunciando su «liberación de los orcos rusos». El 1 de abril, un diputado del Ayuntamiento de Bucha graba el centro y algunos distritos más de la ciudad. Las calles están limpias. No hay cadáveres ni siquiera rastros de casas dañadas. El mismo día, la organización fascista «Boatsman Boys», tampoco escribe nada sobre cadáveres arrojados por los rusos, y sube varios videos de calles vacías solo con algunos equipos destruidos. Alguien de esa milicia pregunta si puede disparar a civiles que «no usan brazalete azul». El 2 de abril, la Policía Nacional de Ucrania publicó un video bajo el ominoso título «Bucha: limpiando la ciudad de los ocupantes». De nuevo, no se denuncian cadáveres, ni matanzas ni genocidios. Solo se ven daños en la ciudad. Ningún organismo oficial denuncia ninguna masacre. Ese mismo 2 de abril llegan las tropas del Regimiento Azov, incluida la «División Misanthropic», una especie de SS Einsatzgruppen conocida por «ajusticiar colaboracionistas». Tras la llegada de esa infame división, empiezan a publicarse videos de las supuestas masacres «perpetradas por los rusos». Muchos de los ejecutados aparecen con brazaletes blancos, símbolos de los soldados rusos para evitar fuego fratricida. Esto llama a la reflexión: ¿por qué los civiles usarían esos brazaletes? ¿Acaso los ucranianos los ejecutaron obligándoselos a poner porque fueron tildados de colaboracionistas? Muchos de los cadáveres tienen sangre húmeda reciente en sus cabezas y cuerpos: ¿pasarían eso con un cadáver que está a la intemperie durante 4 días? En otros, por el contrario, ni siquiera hay regueros de sangre, como si hubiesen sido asesinados por otro método o como si los cadáveres hubiesen sido arrojados premeditadamente en la vía pública. Por último, ¿puede un ejército que acaba de retirarse para reagruparse ser tan estúpido de asesinar civiles y dejarlos – para colmos – a la vera del camino de la carretera por la que salió de la ciudad para que el ejercito enemigo ingresante lo denuncie de manera inmediata? ¿Puede un comandante militar realizar esa imbecilidad sabiendo que la guerra mediático-propagandística es una gran habilidad occidental , y exponerse a una corte marcial en Moscú? ↩︎
- El embajador ruso ante el Consejo de Seguridad de la ONU, Vasili Nebenzia, puso también sobre la mesa un grave interrogante sobre los miles de muestras sanguíneas de pacientes de origen eslavo que Ucrania envió al Instituto de Investigación Walter Reed del U.S. Army. El embajador Nebenzia recordó seguidamente el «Project Coast», un programa de investigaciones biológicas realizadas en los años 1980 por el doctor Wouter Basson para el régimen sudafricano del Apartheid y para Israel sobre la posibilidad de desarrollar medios químicos o biológicos que afectaran específicamente a ciertos grupos étnicos. En tiempos del Dr. Wouter Basson se trataba liquidar poblaciones negras y árabes. ↩︎