B. J. Novak se ha sacado de la manga una de las mejores películas sobre periodismo y venganza que he visto en toda mi vida. El actor, guionista y director acreditado en muchos episodios de la icónica comedia de televisión The office ha sabido desmarcarse de todo lo que le hacía famoso para dirigir una historia tan sencilla como impactante. Hay un momento en Vengeance donde su protagonista (interpretado por el mismo Novak) recorre las carreteras de Texas mientras el sol se esconde detrás del horizonte, este busca palabras exactas y grandilocuentes con las que describir la magnitud de lo que está viendo y, al encontrarse vacío de frases, no puede evitar expresar lo que realmente siente.
“It´s fucking beautiful! (Es jodidamente hermoso)”.
En un principio, Vengeance parece ser la típica historia de venganza donde hay que atrapar a un asesino, y lo es, pero solo en la superficie. La profesión de nuestros personajes es algo que define muchas veces su papel dentro del argumento. En este caso tenemos un protagonista narcisista y ególatra que se sumerge en la rutina diaria de uno de los estados americanos peor representados de la ficción. Cuando pensamos en Texas lo primero que se nos viene a la cabeza son caballos, vaqueros, rodeos, negacionistas del cambio climático y la pandemia de covid. Gracias a las nuevas formas de hacer periodismo aquí representadas, podemos saber de primera mano cuán indescifrables llegamos a ser los humanos.
Nuestro héroe, que está construido a la antigua, pero le sobra gabardina, el cigarrillo y el olor a alcohol, lo encontramos primeramente en una fiesta, hablando sobre cuán difícil es explicar Estados Unidos. Para este hombre, las mujeres son simples ligues; el periodismo, una mera oportunidad para hacerse famoso; y su opinión, la única que se debe tener en cuenta.
Lejos de su ubicación, una chica es dada por muerta en medio de la nada y la última persona con quien intenta contactar es él. Días después, recibe una llamada de alguien que dice ser su cuñado, quien le dice que su novia ha muerto y que su boleto de avión a Texas ya está comprado.Como en los clásicos del cine negro, la fórmula se repite, pero es imprescindible que se transformen ciertos elementos. El investigador deja atrás la libretilla y el lápiz, y en su lugar utiliza una grabadora y su teléfono móvil como herramientas de recolección de información. Su objetivo es producir una serie de pódcast con los que arrojar luz sobre la turbia muerte de su supuesta pareja y, a la vez, ganar prestigio, premios y fama como reportero. Tal como John Reed narraría la Revolución rusa de octubre de 1917 en sus Diez días que estremecieron al mundo, nuestro podcaster se inserta en la vida de los texanos. Conversa con ellos, analiza su comportamiento en un intento de entender por qué piensas como piensan y por qué son como son.
Ellos no son tan estúpidos como se los había imaginado. Ashton Kutcher interpreta a un productor musical capaz de regalarnos una visión sobre la vida, tan particular que su personaje parece un hippie atemporal sacado del verano del amor. La familia de la víctima, compuesta por dos hermanos, dos hermanas y una madre, tratan de superar la pérdida de una hija cuya vida era un misterio. Un joven narco se descubre como un fanático escondido de Taylor Swift, como un hombre obligado por el ecosistema que le rodea a actuar cual despiadado rey del tráfico de drogas. En Texas nada es lo que parece.
Tal vez la película será recordada por su puesta en escena teatral, su estructura coral y su gran representación del neo noir, pero, en mi opinión, donde más se luce es cuando celebra la profesión del periodismo y la utiliza para otorgar tridimensionalidad no solo a una fracción del país, sino a su totalidad. El pódcast que produce Novak va alterando sus objetivos a medida que van entrando más personajes a su universo. Los cabos se van uniendo y las respuestas a qué pasó y quién lo hizo se hacen más evidentes
Quizás el western y el noir sean la combinación perfecta del séptimo arte, el eslabón perdido que nunca encontraron Welles o Wilder o Hawks, etcétera. Pero los hermanos Coen sí supieron vislumbrarla de entre tanto negativo recopilado durante más de 70 años de cine; después de todo, fueron ellos los que dirigieron el resultado de dicha fusión: la maravillosa No country for old man. Incluso en la televisión, Vince Gilligan hizo lo suyo con sus increíbles Breaking bad y Better call Saul. Arena, muerte, policías y narcotraficantes, ¿qué puede salir mal?
La película de B. J. Novak merece estar entre esas grandes obras de ficción mencionadas en los párrafos anteriores. Lo mejor de todo es que lo logra a base de saber diferenciarse del resto y contar un pasaje maduro, rompedor e inspirador. Mi elemento favorito es cuando nos hace partícipes a nosotros, la audiencia, de un secreto compartido por el reparto protagónico. Y nos convertimos en cómplices de una muerte necesaria de la que no voy a seguir comentando, para que sea el lector quien entienda después mis palabras. No puedo esperar a saber cuál será el próximo proyecto de este hombre a quien conocí siendo un personaje regular en mi comedia favorita, The office, y que de seguro sabrá tener la valentía necesaria para meterse en géneros como el terror o la ciencia ficción.