Girón, 64 años defendiendo un sueño
Hereje, del griego hairetikós,
“el que es libre de elegir”.
El Guille se recuesta en la silla giratoria, impulsándose levemente con las muñecas para mantener una oscilación ligera, pero constante. Sus compañeros de profesión explican a los estudiantes de duodécimo grado del IPVCE Carlos Marx todo lo que necesitan saber sobre la carrera de Periodismo. De repente, silencio, tentador y abusivo. Sus colegas lo observan, al parecer esperando a que intervenga en la conversación. No ha hablado desde que comenzó el encuentro.
El Guille respira, acodándose sobre la mesa, y, ante la pregunta de si hay que estudiar mucho para las pruebas de aptitud, dispara hacia el infinito la frase que terminaría de consolidar mi vocación ―aunque estoy seguro de que hoy, seis años después, no se acuerda de lo que dijo ese día―. “Para las pruebas de aptitud de Periodismo no se estudia; se nace”, dice el Guille, como si de una verdad absoluta se tratara, y regresa a su oscilación semicircular en la silla giratoria.
Pasó el tiempo ―coronavirus mediante―, y finalmente ingresé a la carrera. Mi grupo de Periodismo fue atípico en muchos sentidos. Para empezar, éramos muchos. Muchísimos. Nos decían “Los 40 por África”. Todos inquietos, rebeldes. La mitad trabajó en el hospital de campaña de la Universidad durante el pico más alto de la pandemia. Jóvenes más que probados, aunque a veces no muy bien vistos que digamos.
Algunos de mis compañeros escribieron textos bastante polémicos. Yo mismo fui señalado con el dedo durante algún tiempo, por decir que cierto evento universitario poseía un carácter elitista; pero cuando sentíamos cerrarse algunas puertas siempre se mantuvo una abierta: una de vidrio calobar, ubicada en la Calle Manzano, entre Santa Teresa y Zaragoza. A un lado, el teatro. Del otro, una iglesia. El periódico Girón nos acogió, cual padre de hijos malcriados que escucha, comprende y educa, en vez de reprenderlos o castigarlos.
Todo comenzó con Adonis. O, mejor dicho, “el loco de Adonis”. Sí, porque ese era el calificativo que acompañaba su nombre en cuanta conversación se mencionara alguna de sus ocurrencias. “Al loco de Adonis le dio por emigrar el periódico hacia la web”. “Oye, el equipo de investigadores que se inventó el loco de Adonis publicó tremendo reportaje sobre los nasobucos”. Girón estaba en boca de muchos, por razones que no por buenas dejaban de ser, hasta cierto punto, “heréticas”.
Herejes. Esa es una palabra que caracteriza a las distintas generaciones que han transitado, transitan y transitarán por Girón. Periodistas intranquilos, transgresores, con un sentido de la crítica y la autocrítica, consecuentes con el código de ética de la profesión. Mi año también estaba signado por la herejía, y Adonis nos acogió, cultivando en nosotros la pasión por el buen periodismo: ese que desde el respeto y la verdad es capaz de mover incluso más mundos, galaxias, universos, que la palanca de Arquímedes.
La palabra hereje proviene del griego haireticós, que significa literalmente “el que es libre de elegir”, y está más que probado que los periodistas de Girón siempre han elegido el lado correcto de la historia. Ante el abuso, eligen la denuncia. Ante el funcionario evasivo, la insistencia. Nunca ha sido una opción elegir el silencio, la loa inmerecida o una derrota vergonzosa donde se pudo hacer más, mucho más. Así ha sido durante 64 años en los que la vida nos ha llevado recio, pero Girón supo salir adelante, echando su suerte junto al pueblo.
Hoy, tres estudiantes de mi grupo trabajamos en el periódico, arropados por un ambiente casi familiar. Aquí
me reencontré con el Guille, con quien ahora trabajo de igual a igual. Él, que alguna una vez fue ídolo, ahora es colega, amigo. Y su caso no es el único: mi generación siempre vio al periódico como ejemplo de buenas prácticas, y ahí estaban ellos, sus periodistas, correctores, diseñadores, fotorreporteros, sembrando en nosotros la pasión por el oficio.
En otras épocas, los jóvenes que llegaban a Girón se enamoraban del olor a tinta y plomo, del sonido de la impresora, de aquellas noches y madrugadas de cierre. Hoy los tiempos son otros y, por tanto, también son otras las razones por las que Girón enamora a quien atraviesa por primera vez sus puertas: el tecleo en la redacción, los cafés a toda hora, “la misa” de los viernes, el calor del colectivo, la libertad para elegir, la “herejía”.
Girón es persistencia. Es una cobertura en Perico, en la que la guagua se rompe y tu jefa se mantiene pendiente de ti todo el tiempo. Es que el impreso salga cada viernes, pase lo que pase. Es no quedarse callado. Es tallerear un trabajo con los colegas del gremio para encontrar juntos el mejor camino a seguir. Es
organizar una donación para enviar a Guantánamo, en medio de las lluvias y los apagones. Girón es entrega, sacrificio, ganas de hacer y fuerzas sacadas de Dios sabe dónde.
Girón es la tirada histórica de 100 000 ejemplares en la zafra del 70. Es Joaquín Benavides golpeando la mesa con su puño y diciendo: “Girón, ese es el nombre”.
Girón es Supertanqueros. Es el suplemento Yumurí, el Humedal, el Apartado 1433. Es la transición de diario a semanario en tiempos duros. Girón es historia: un medio del que hoy formo parte, y al cual siempre agradeceré por no cejar nunca en su defensa de la herejía.