Vida en Serie: Recuerda mi nombre… ¡Fama!

Serie Fama

Ustedes quieren la fama. Pero la fama cuesta. Y aquí es donde van a empezar a pagar por ella. Con sudor.
Lydia Grant, profesora de Danza

Descubrí Fama cuando comenzaba el preuniversitario, hace unos 10 años. De casualidad tropecé con ella a punto de empezar en el Educativo. Apropiado el nombre de ese canal para transmitir una serie como Fama, e increíbles las cosas que nos influyen en nuestra educación sentimental.

Fue tan inesperado como repentino mi enganche con esta propuesta juvenil. Surgida en los tempranos 80, continuaba y superaba en éxito a una película homónima, respuesta a cada rato por Multivisión, que hoy en día acumula mayor prestigio que entonces. Ni una ni otra son meros musicales ni van “de baile” en el sentido que los cubanos entendemos este último subgénero. El universo creado por el director Alan Parker y el guionista Christopher Gore trata de la condición humana, como casi todas las obras interesantes creadas por el hombre y para el hombre.

Aunque en la Fama original, la de los cines, había un retrato mucho más dramático de las ambiciones que remueven el interior de una academia, la de casa y TV familiar suavizaba en cambio las zonas oscuras. Menos alineación, menos homosexualidad, menos fracaso. No obstante, también abordaba temas que no pasan de moda, mantenía la premisa básica y buena parte de sus personajes y elenco. La música, la danza, el canto, la literatura y la actuación seguían siendo pretextos para mostrarnos seres de carne y hueso a un lado y otro de la madurez.

Todas las tardes de domingo, en un espacio dedicado al género musical, la rescataban del olvido y ella, a más de un joven como yo, nos rescataba del tedio, de la depresión, de la derrota. Era tan útil para graduarse como un buen repaso para aprobar una asignatura difícil. Inyección de autoestima en el punto exacto de la vena.

Supongo que el aprecio que le guardo va más allá de su calidad, a la que podríamos calificar de solvente. Algunos productos simplemente están hechos para ti, en ese momento, durante esa crisis; son salvavidas flotantes, en medio de la marejada, a los que te puedes aferrar. Te ayudan a sobrevivir con mayor motivo de emisión a emisión. Encontré en ella lo que nunca en Mucho ruido, Adrenalina 360 o S.O.S. Academia, que no por cubanas me resultaron más cercanas: confort, serenidad, arte al rescate.

Cuando la profe de Matemáticas se empeñaba en dejarme mal por destacar en todo menos en lo suyo, cuando el subdirector me mandaba a pelar si me crecía el pelo un centímetro, cuando el amor de pasillo se me resistía, cuando las tareas pospuestas hasta el día antes en la noche se me juntaban sin piedad, cuando me miraba al espejo… cuando no encontraba en nada, absolutamente en nada, la fuerza para seguir adelante con ese delirio que los adolescentes llaman vida, me acordaba de Fama.

Me daba por creerme un personaje más, un estudiante común, una parte dentro de un todo, a quien simplemente le tocaba en esos ratos oscuros estar atento al grito de “¡Acción!” y no rendirse mientras rodaran las cámaras. Ya tendrían otros sus escenas de agobio y superación, de duda y resolución. Seguro que sí.

En la gran serie que nos incumbe a todos cada cual sigue su línea argumental, y con Fama comprendí que la mía es importante… hasta que descubro la tuya, y que tú, compañero de mesa, chica del fondo, profesor atribulado, tienes tantas razones o más que yo para desear el fundido en negro. Con Fama aprendí a retar esa disolvencia final, no a desearla.

Por cierto, Coco me recordaba tanto a Maybel, la que se sentaba detrás de mí, con esa energía y ganas siempre de sacar lo mejor del grupo, como la profesora Sherwood a Zoilita, la de Cultura Política, tan preparada y elegante en su trato emocional con los estudiantes.

La vida discurría, a la par de mi encuentro dominical con los docentes y alumnos de la Escuela de Arte de Nueva York.
No deja de ser curioso que en la época de su salida al aire fuese poco habitual algo de su estilo. Hoy sobran los dramatizados “sobre jóvenes y para jóvenes” que tienen un fondo motivacional, que se ambientan en una escuela, que en un capítulo abordan el problema de uno y al siguiente el de otro. Algunos, incluso en la clara tradición de Fama, como Un paso adelante o El coro, conforman este subgénero que me divierte denominar el de “escuela de arte” y han llegado a ser más atrevidos, espectaculares, reales.

Pero para llegar ahí, sus showrunners, guionistas, actores, compositores o coreógrafos han tenido que rebasar el encanto de una serie que es todavía, en su génesis modélica, el precio a pagar.

Una serie que arrancaba con una verdadera intro poderosa: Coco cantando; Julie correteando; Leroy bailando; Bruno al piano; Danny y Doris representando una obra; el profesor Shorofsky evaluando a los de Música; Lydia Grant, a los de Danza; miss Sherwood animando a estudiar literatura con esa sonrisa que enamora… Todos celebrando, a su manera, desde la contención o el éxtasis, ese sudor del que hablaba la profesora negra al inicio de cada capítulo: el costo de la fama.
Y de fondo, por siempre en el corazón, los sintetizadores de Giorgio Moroder con la voz de Irene Cara jurando, y haciéndome jurar: “¡Voy a vivir por siempre! Cariño, recuerda mi nombre”.

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