Ridley Scott ya venía pisando fuerte desde los años 70 del pasado siglo: con el estreno de su popular Alien y años después Blade Runner, sumaría a su filmografía dos películas que se convertirían en clásicos instantáneos, además de franquicias con las que cualquier director quisiera estar involucrado.
En el caso de Alien, figuras como James Cameron o David Fincher harían lo suyo con la propiedad intelectual, a lo cual se irían sumando otras que le añadieron variedad a la serie.
Estamos hablando de aquellas cintas relativamente modernas que bajo los subtítulos de Resurrection, Prometheus, y Covenant sirven para atar cabos sueltos de las primeras entregas.
La misión de Fede Álvarez es concluir lo empezado por Ridley Scott con ayuda de su Romulus, y asegurar un nuevo reinicio del reinicio: es sabido que Scott tenía un plan de cinco películas que fue cancelado, y que Álvarez retomó el proyecto. Quien termine de ver Alien Romulus podrá darse cuenta de que es la primera parte de un cuerpo aún sin definir.
Álvarez trae consigo su visión personal de lo que es este monstruo: una peligrosidad cósmica biomecánica que se divierte matando, acechando, cercenando; es un soldado entrenado que se conoce la escena del crimen como la palma de su mano. Se adapta a lo que le rodea y para colmo lo transforma a su voluntad.
Para la creación de una atmósfera tan lúgubre y terrorífica el director se basó en sus vivencias jugando a Alien Isolation, un videojuego que según sus propias palabras le hizo ver cuán verdaderamente peligroso puede llegar a ser el xenomorfo.
En los años 70 sus víctimas fueron los tripulantes de una nave empresarial, en la segunda fueron soldados que le hicieron frente a una reina madre hiperbólica, Prometheous fue protagonizada por arqueólogos en busca de descubrimientos que luego serían los supervivientes de Covenant.
Por último, tenemos a los jóvenes emigrantes de Romulus: muchachos que tienen el objetivo de escapar de un sistema que les oprime, que les explota, que les promete la libertad después haber cumplido con una cuota de trabajo injustamente renovable y que están obligados a actuar pensando en el mejor interés de la compañía.
El único problema es que al ser esto una película de género (terror cósmico) y al ser esto una película de Alien, las cosas no pueden ir demasiado bien para ellos. Su objetivo consiste en encontrar una nave olvidada en el espacio que tiene cápsulas de hibernación capaces de llevarlos hasta el planeta donde quieren reiniciar sus vidas.
El obstáculo principal reside en la amenaza constante del alienígena, que sirve como recordatorio a la humanidad de cuán insignificante es por su arrogancia y por querer colonizar el espacio exterior olvidando los múltiples peligros que acechan en la inmensidad de las estrellas.
Cailee Spaeny se convierte en una nueva versión de la ya clásica Ripley, personaje icónico donde los haya que deslumbró en las pantallas gracias a la interpretación de Sigourney Weaver. El explorador que resiste, que se enfrenta al extraterrestre y que con el paso del tiempo evoluciona. Una de las mayores virtudes de este film está ahí: en la elección de Spaeny como protagonista, una actriz que a pesar de su corta edad ha demostrado un registro ya admirable. Ya sea por su papel como inminente periodista de guerra en Civil War, de Alex Garland o la facilidad con que encarna a Priscilla Presley en la obra más reciente de Sofia Coppola.
Spaeny hace suyo un personaje insertado en este universo con el cual es fácil identificarse y perseguir junto a ella sus ambiciones. Un héroe moderno del cine de acción, del cine denominado man versus the invincible. Un John Wick menos preciso, en estado de florecimiento, inteligente de cerebro y de músculos: la Sarah Connor del siglo XXI.
Puede ser que Alien Romulus se sienta tan fresca gracias a su apuesta de no traer (demasiados) personajes o actores de películas anteriores que sirvan como aderezo mayor a una cinta menor: un cameo de unos pocos minutos o un diálogo que sirva para revivir viejos chistes. Todo eso es arrancado de cuajo para que haga aparición un androide cuyo rostro sí es reconocible para los que no sean nuevos en la franquicia, pero cuya intervención en el filme responde a una finalidad narrativa. He ahí lo que no pudo hacer Star Wars o Terminator.
Reiniciar franquicias es una de esas tácticas modernas empleadas por las productoras que se sienten como lanzar una moneda al aire: cara o cruz: todo puede pasar: la película gusta, hace dinero; la película no gusta, es un fracaso.
Y estamos hablando de que Romulus costó menos de 90 000 000 de dólares en realizarse y logró beneficios a los pocos meses de su estreno. Lo mismo ocurriría con otra película maravillosa, Prey, con quien comparte espíritu. Esta última también escribe sus escenas desde el género del terror y la acción, pero utiliza una confrontación directa de humano versus alienígena que divierte por su espectacularidad y acción inteligente alejada de los canones del pasado.
Una sesión doble de estas cintas en un mismo día convierte cualquier domingo aburrido en todo un espectáculo.
Muchos se preguntan cuál era la necesidad de traer de vuelta el nombre de Alien y arremeten contra ella argumentando cuán necesario es que existan nuevos nombres, nuevas ofertas, nuevas películas.
Creo que con esto ocurre lo mismo que con Star Wars, Terminator, Back to the Future, Blade Runner, Scream, etcétera: son las primeras cintas que se nos vienen a la cabeza cuando alguien menciona la palabra blockbuster. Pero todo director fantasea con hacer su propia versión de cada uno de estos títulos. ¿Por qué? Porque son leyendas del séptimo arte. Transformar lo existente, aportar una visión nueva, honrar lo ya realizado.
Por eso Fede Álvarez interviene en dicho ecosistema y nos regala imágenes y situaciones que solo han podido reproducirse en su imaginación. Toda la secuencia del ácido y la gravedad, las múltiples referencias a los videojuegos como narrativa interactiva, la no repetición a calco de la escena en que el pequeño xenomorfo destruye el pecho de su víctima y se deja ver por primera vez, las pruebas de crecimiento celular que se hacían con su ADN y cuán desastroso resulta su inserción en el genoma humano: dando lugar al híbrido, una mutación deforme, una combinación entre humano y alienígena que subvierte lo tolerable y se hace aborrecible de ver en la pantalla. Incómodo, viscoso, peligroso, adjetivos que pudieran definir solo un poco lo extraordinarios que son los últimos treinta minutos del film.
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