En mi aula de la primaria, una vez, salió a colación el misterioso origen de la palabra «Yumurí». Sí, ya sé lo que están pensando; y no, no se les ocurra preguntármelo, porque no tengo ni la más mínima idea de por qué aquel grupo de niños, entre los que me incluyo, empleaba sus quince minutos de receso en semejante dilema, en vez de jugar a las bolas o hablar de Power Rangers.
El caso es que tengo un recuerdo nítido, casi fotográfico, del momento en que uno de mis compañeritos nos contó ―vaya, casi que juró― que el dichoso nombre provenía de una muchacha aborigen que cayó al río y, mientras era arrastrada por la corriente, gritó: «¡Yu… murí…!» (Yo morí). Llámenme escéptico, desconfiado, lo que quieran, pero me pareció tan infantil aquella historia que, a día de hoy, todavía no me la creo.
Con el paso de los años me di cuenta de que aquel relato no era un producto aislado de la imaginación de un niño mitómano, sino que se encuentra ampliamente extendido, con varias versiones que giran alrededor de la antes mencionada imitación taína del castellano.
La más conocida de todas, reproducida incluso en EcuRed, asegura que eran los habitantes de la región quienes, en un acto de autoinmolación ante la represión española, se lanzaban de los desfiladeros mientras gritaban el susodicho «¡Yu… murí…!».
Algo debe quedar claro, y es que yo entiendo la importancia de las leyendas para la confección del imaginario popular que secunda a una ciudad, a un país, en la cimentación de sus tradiciones. Mas, no olvidemos que el carácter de «leyenda» ―narración de sucesos fantásticos que se transmite de generación en generación― debe acompañarlas a donde quiera que vayan, acotando siempre que no son sucesos históricamente verificables.
De hecho, hace algún tiempo se dio el caso del restaurante “La Casa de Al Capone”, en Varadero, donde algunos clientes denotaron cierta inconformidad ―y con razón― pues se les aseveró fervientemente que el famoso gánster neoyorquino había habitado el inmueble, cuando esto no es más que un mito creado con fines comerciales. Para no hacerles largo el cuento: se abrió un proceso legal y todo.
Volvamos al Yumurí. Otras versiones de la fábula aseguran que este era el nombre de un noble aborigen que falleció en los predios del río; lo cual, verdaderamente, tiene un poco más de sentido. El Dr. Américo Alvarado se hace eco de esta historia en su libro Siete leyendas matanceras, donde asegura que el vocablo sustituyó a «Babonao», anterior nomenclatura del cuerpo de agua en cuestión.
Sin embargo, estos datos no acaban de convencer a los historiadores. El propio Dr. C Ercilio Vento Canosa los descarta, y prefiere guiarse más por la lexicografía antillana, donde «yu» significa blanco y la terminación «arí» se refiere a los ríos. Esto, sumado al hecho de que en algunos mapas antiguos de la ciudad su nombre era rotulado como «Yumarí», explicaría su parentesco con palabras aborígenes como «Mayarí» ―un río, precisamente―, así como la existencia de otro Yumurí en las cercanías de Baracoa, Guantánamo.
Hoy, en fotos de época, les traemos algunas instantáneas del río Yumurí y sus alrededores. Observándolas, podrían elucubrarse cientos de explicaciones sobre el origen de su nombre. La inspiración está ahí: en esas aguas donde, a altas horas de la noche, algunos dicen escuchar un rezo en lengua aborigen.