“A dos metros de ti” es una película de drama y romance, la cual presenta a dos adolescentes que sufren de fibrosis quística, internados en un hospital. Al conocerse, comienzan a enamorarse el uno del otro. Sin embargo, las reglas del tratamiento impiden que puedan acercarse o siquiera tocarse, haciendo de su romance un amor imposible.
Esta cinta tiene la clara intención de hacerte llorar, y lo logra, pues un pañuelo no sería suficiente. En un nivel más profundo, gana algo de esa emoción a través de una historia basada en un dilema real: ¿cómo se enamoran las personas con esta enfermedad cuando nunca pueden tocarse entre sí? La respuesta, por supuesto, es enamorarse de alguien que no la padezca, reduciendo así el riesgo, pero eso no sería una historia con tanta atracción.
Su idea es mantener a la audiencia enganchada con la negación del acercamiento, y genera una situación y época de la vida en la que se cree fielmente en el romance y amor de por vida. Prácticamente lo que hace es jugar con esas emociones y nos golpea hasta que lloramos, y no solo una vez, sino a intervalos regulares, salpicados por una serie de canciones que con sus melodías llegan hasta el alma.
Hay una clara investigación sobre la enfermedad y, para aquellos que no son tan cercanos al tema, el filme logra condensar y contextualizar de manera sencilla para que el espectador no se pierda entre los términos médicos y el desarrollo de la historia.
Haley Lu Richardson y Cole Sprouse, los protagonistas conocidos como Will y Stella en la ficción, tienen buena química en pantalla. Al tener la restricción de no poder tocarse o acercarse para expresar sus sentimientos, las expresiones juegan un punto determinante, lo cual logran todo el tiempo.
El choque de las personalidades entre ambos brillan y se sienten naturales. El carisma de los actores se ve reflejado tanto en las escenas más conmovedoras como en las más divertidas.
La narrativa es bastante simple y fluida, no pretende extenderse más de lo requerido o pasar de largo lo esencial de la historia. El guion, si bien no intenta penetrar en lo más profundo de las emociones o explicar a detalle todos los acontecimientos de la vida de los protagonistas, logra combinarlos y complementarlos entre sí.
En el caso de las subtramas son igual de emocionales, divertidas e incluso, aunque se prefiere solo contar lo necesario, hay un perfecto equilibrio entre lo que se puede asumir y lo que era vital para entender ciertas actitudes y aptitudes de los personajes.
La película cumple con lo que promete, una trama llena de fe, amor y lágrimas. Aunque seguramente nos fuerza a replantear la existencia o la manera en que tal vez no se valora lo que se tiene, se deja plantada una idea sobre la realidad. Por más ficción que sea la historia, es una verdad absoluta sobre este tipo de enfermedades. (Por Gisell López Martell)
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