Trabajar por la unidad del barrio. Ilustración: Dyan Barceló
Una de las fechas que más gustaba a los muchachos de mi generación era la celebración del 28 de septiembre. Tocar de puerta en puerta para recolectar sazones, ayudar a cargar la leña, ver cómo descuartizaban la entonces económica cabeza de cerdo, y colgar de poste a poste las cadenetas, sin duda, era una de las atracciones que más disfrutábamos años atrás.
La víspera del 28, se dormía tarde, nadie quería perderse el placer de empinarse un buen jarro de caldosa cubana, la de Kike y Marina, esa “capaz de levantar hasta un muerto”, y que tenía el poder de reunir a su alrededor a millones de cubanos que de Oriente a Occidente festejaban el nacimiento de los Comité de Defensa de la Revolución (CDR).
Al otro día, era casi imposible despegar un ojo para ir a la escuela; sin embargo, nadie olvidaba llevar en el bolsillo, cerca del pecho, el bono que recordaba que se había cumplido con la guardia pioneril, esa que más que vigilancia era motivo para recorrer el barrio e impregnar con la alegría infantil hasta el más oscuro rincón.
Varias de las generaciones nacidas en esta Isla crecimos junto a los CDR y nos sumamos con el mayor entusiasmo a sus convocatorias para recoger materias primas, a las movilizaciones para donar sangre, a la “patrulla clic” para contribuir con el ahorro energético, o a la rigurosa guardia cederista que velaba por la paz y la tranquilidad del barrio y sus habitantes.
Fuimos de los que pintamos aceras para embellecer la cuadra, de los que plantamos árboles para oxigenar la ciudad, de los que nos sumamos a los trabajos voluntarios, sin importar que fuera sábado o domingo, para chapear la mala yerba y eliminar microvertederos.
Éramos los que en la noche del 27 escuchábamos bien atentos las palabras del héroe del barrio, que contaba cómo apenas unos meses después de su creación, en 1960, la mayor organización de masas de Cuba, o sea, el pueblo, desarticularía a los elementos que pretendían servir de quinta columna a la brigada mercenaria derrotada en Playa Girón.
Quizás ese empuje que años atrás tuvo esta organización, que tanto protagonismo alcanzó en tareas fundamentales para el desarrollo económico y social del país, ya no cuente con los mismos bríos en muchos lugares de Cuba; no obstante, queda esa chispita que prende cuando la avivamos.
Si no, cómo olvidar el rol desempeñado por los cederistas que sirvieron de mensajeros para llevar los recursos necesarios a las familias en aislamiento, cuando la covid-19 era noticia en todo el mundo. O cómo no resaltar su actuación para incentivar la producción de alimentos, los aportes a la campaña contra el mosquito Aedes aegypti, la implementación de medidas ante la temporada ciclónica, y la activación de destacamentos juveniles en función de las pesquisas y la organización de colas, también durante el enfrentamiento a esta pandemia.
Es la misma organización que por muchas mellas que haya sufrido todavía respira y pone su aliento en función de cualquier problema que afecte a la comunidad. Por supuesto, que ya muchos no tienen los mismos ánimos ni los mismos recursos, pero ahí está su mayor reto en este 64 aniversario: en enamorar y hacer que todos continuemos trabajando por la unidad del barrio.