Los “fuertes vientos” y las “lluvias esporádicas” que azotan a Matanzas por estos días reafirman al noveno mes del año como la época más propicia para el paso de huracanes por nuestro país. Sin embargo, el evento meteorológico que acabamos de presenciar no le llega ni a los talones ―si es que los ciclones los tienen― a cierto meteoro cuyo tránsito devastador sobre la provincia definiría para siempre el nombre con el que sería recordado.
El Huracán de Matanzas, como se le conoce en la historia de la meteorología cubana, afectó al occidente del país entre la noche del 20 y la madrugada del 21 de septiembre de 1948. De categoría 3 en la escala Saffir-Simpson, esta depresión tropical cruzó de lleno sobre la provincia, causando pérdidas estimadas en unos 5 millones de pesos de la época.
Matanzas no estaba preparada para el paso del huracán debido, principalmente, a tres factores: uno, la inusual trayectoria del meteoro, que generó escepticismo en una población que rara vez solía ser afectada por un evento de este tipo; dos, la falta de previsión de las autoridades, que tampoco adoptaron las medidas necesarias; y tres, los partes contradictorios del Observatorio de Belén, que anunciaron a Pinar del Río como territorio por donde atravesaría el huracán cuando, según informaciones del Observatorio Nacional, los vueltabajeros ni siquiera debían preocuparse. Al final, fueron estos últimos quienes tenían la razón.
¿El resultado? Los estragos en nuestra provincia afectaron a 26 edificios públicos, 25 municipales, 4 515 casas de campesinos y 6 572 viviendas urbanas. El pueblo más perjudicado fue Cidra, con 4 muertos y casi el 90 % de sus hogares destruidos. Otros sitios de la geografía matancera, como el batey del ingenio Armonía, desaparecieron para siempre.
Es curioso el abordaje del tema por parte de la prensa republicana, pues en las horas posteriores al paso del meteoro se reportaron daños mínimos y un posible engaño por parte de los observatorios del país ―que anunciaron un evento de gran magnitud―; mientras que, en los días siguientes, comenzaron a informarse poco a poco las numerosas pérdidas.
En uno de los artículos al respecto, ya en la etapa de “aceptación de lo realmente ocurrido”, se puede leer lo siguiente: “Matanzas mostraba hoy un completo estado de desolación. En una sola cuadra, 15 casas habían sido arrasadas totalmente por el huracán. Esto ocurrió en la calle Laborde, frente al mar, en la barriada de Versalles. Partes de las casas cayeron al mar y otras sobre la calle”.
Es este un recuerdo estremecedor, almacenado en la memoria de aquellos ancianos que, luego de vivir semejante suceso en su remota infancia o juventud, hoy no creen en “vientos fuertes” ni “lluvias esporádicas”. “Yo viví el Huracán de Matanzas, a mí no hay quien me haga un cuento”, se les oye decir.