Todas las noches los vemos pasar: motoristas privados o de alquiler. Transitan raudos, casi todos ellos; en el horario cercano a la medianoche.
Es notorio que se trasladan a exceso de velocidad por la calzada General Betancourt. Los primeros citados, o sea, los privados, quizá ya terminaron su jornada laboral y desean llegar temprano a casa.
Los segundos, tal vez —y es lógico considerarlo así— van deprisa para tomar nuevos pasajeros, en un ir y venir constante: rápidos, pero no furiosos, mas sí peligrosos, porque en su trayectoria pasan frente al policlínico de La Playa y puede darse el caso de que algún paciente de la tercera edad, o una madre con su bebé en brazos, estén cruzando de acera a acera para recibir asistencia en ese centro de Salud.
En ambas situaciones el peligro es latente, propicia la posibilidad de que ocurra un lamentable accidente y lleven la peor parte los peatones, porque en ocasiones dos y hasta tres motoristas, incluso conversando entre sí o con quienes les acompañan, ocupan gran parte de la vía.
¿Tendrán, entonces, los ejemplos citados, la suficiente agilidad para evadir la potencial embestida de las ahora exageradamente iluminadas motos?
Si los conductores van entretenidos conversando y además tienen a todo volumen su equipo de música, ¿estarán en capacidad de prestar la imprescindible atención en la conducción de su vehículo?
En ese horario nocturno tal parece, no permanentemente, una pista de carrera la mencionada vía. Así se les ve: rápidos, no furiosos, pero sí peligrosos. (Por Fernando Valdés Fré)
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