Sobre las seis de la tarde del domingo 12 de mayo de 1918, la locomotora de vapor no. 95, procedente de La Habana, estaba estacionada en el neopoblano patio de los Ferrocarriles Unidos. Un empleado comenzó su acostumbrada revisión y limpieza y, aprovechando que la máquina aún tenía vapor, la hizo retroceder. Confiado, dejó abierta la válvula de arranque. Fue entonces cuando esta partió a toda velocidad y el operario, atemorizado, la abandonó.
Por fortuna, el puente giratorio se encontraba en posición normal, lo que evitó que la locomotora cayera al río San Juan. Atravesó toda la calle Laborde, en Versalles, hasta descarrilarse frente a los almacenes de la compañía estadounidense Cuban Distilling, en zonas del puerto.
El inusual suceso, que causó pánico entre vecinos y transeúntes de la ciudad, no solo existe en la filmografía contemporánea universal, sino también en nuestra historia local.
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