Fotos: Raúl Navarro González
Para muchos cubanos no existen vacaciones si no se dan un chapuzón en la playa. Me atrevería a asegurar que, si hacemos una encuesta nacional, entre las opciones de recreación y esparcimiento más demandadas por las familias, se encontrará acudir a estos balnearios que invitan a espantar las altas temperaturas.
El vivir en una Isla quizá produzca ese efecto de dejarnos fascinar con facilidad por el mar. Matanzas es una ciudad privilegiada en este sentido y, aunque quienes habitamos la urbe rodeada de puentes, ríos y custodiada por una bellísima bahía tengamos el privilegio de disfrutar de sus playas durante todo el año, es precisamente en las vacaciones de verano cuando más uso hacemos de ellas.
La oportunidad de contar dentro de la propia ciudad con varias playas como El Tenis, Allende o El Bahía hace que se incremente la explotación de estos espacios. Sucede similar en otros municipios de la provincia como Martí, Cárdenas, Ciénaga de Zapata y el principal polo de sol y playa del país, Varadero, lugares hacia los cuales se trasladan miles de personas durante los meses de verano para bañarse en sus aguas.
Con esta concurrencia vienen también los desechos, producto de las comidas y bebidas que consumimos tanto fuera como dentro del océano. Latas de refresco y cerveza, botellas, cáscaras de mamoncillos y hasta culeros desechables pueden verse flotando alrededor de los bañistas.
Incluso, en zonas donde se desarrollan algunas prácticas religiosas que involucran el mar se observan hasta restos de animales, como pude presenciar semanas atrás cuando una gallina desmembrada hizo que quienes disfrutábamos de la tranquilidad de la playa El Bahía tuviéramos que darle “vía libre al animal” para continuar espantando el calor.
Es cierto que a veces conspira contra el cuidado y la protección de estos ecosistemas la escasez de cestos y otros depósitos que deberían estar dispuestos en estos lugares con el propósito de que los desechos no vayan a parar a la duna y por consiguiente provoque un daño a las especies que habitan estos entornos.
Sin embargo, ello no justifica que esparzamos estos residuos provocando un daño irreparable al medioambiente. La mayoría de las veces no somos conscientes de que la basura puede acumularse generando un impacto directo en los hábitats físicos, además de que transportan contaminantes químicos, amenazan la vida acuática e interfieren con el uso humano de ríos y medioambientes fluviales, marinos y costeros.
La temporada estival no solo invita al disfrute y a la recreación, también implica la responsabilidad de actuar de forma consciente y velar por el cuidado de los espacios naturales. Es un deber de todos evitar que desechos contaminantes floten a nuestro alrededor y que en días de alta concurrencia la arena emule con el piso de cualquier centro recreativo.
En actuar de forma diferente va parte del civismo que debemos aprender desde pequeños. Y en ese sentido es indispensable incorporar desde tempranas edades buenas prácticas que contribuyan al cuidado del medioambiente.
No bastan las campañas de educación y concientización, si estas no van acompañadas de un mayor compromiso de las personas y un control efectivo por parte de quienes deben vigilar por que actos como estos no proliferen.