El Cinematógrafo: La última película

El Cinematógrafo: La última película
El Cinematógrafo: La última película

Confieso que Peter Bogdanovich me engañó. Yo pensaba que vería una oda al cine en general. Una epifanía convertida en negativo, de las que homenajean algo verdaderamente apasionante en lo que no puedes dejar de pensar, a tal nivel que se te ocurre una historia alrededor de exactamente eso, tu pasión. Pero no fue así.

Vi, en cambio, un reflejo agridulce y certero de una América profunda de los años 50, consumida por la Segunda Guerra Mundial y de nuevo por la de Corea. Un western en toda regla, y es preciso reconocer que Bogdanovich no muestra cuánto ama al cine con sus personajes, sino con su lenguaje mismo.

Porque La última película es uno de los mejores westerns sin pistola que he visto en mi vida, nadie dispara a nadie. Como dice Genevieve, la camarera del lugar, aquí todo el mundo tiene un arma, y cualquiera puede dispararte si lo molestas lo suficiente. Y, de nuevo, nadie muere por una bala en toda la película: la culpa la tiene el polvo. La confrontación constante entre caracteres, femeninos y masculinos, necesitados de sentir un despertar sexual, incluso un segundo despertar sexual.

Esto no sucede, por tanto, solo con los adolescentes; también con los adultos, amén de esa señora interpretada por la comediante Cloris Leachman que, tras una cita con el médico, comienza un romance con el muchacho que la acompañó hasta allí. Y Ben Johnson, contando la historia de cómo amó a una muchacha alocada, que hacía cosas con el objetivo de ver simplemente qué pasaría… Más, claro está, las idas y venidas del otro lado de la frontera, con ese México de mentira lleno de mujeres, tequila y rancheras. Así, como si de un “toque de maldad” o una Chinatown maldita se tratara, todo cambia cuando se cruza el desierto, cuando regresas oliendo a esas mujeres, el tequila y las rancheras.

Rodada en blanco y negro cuando lo usual ya era el color, y dotada de una atmósfera carnal, nostálgica y desoladora, La última película describe el paso del tiempo y los cambios de una sociedad como pocas veces se ha logrado.

La última película tiene el alma de Cien años de soledad. Lo que Bogdanovich hace con la cámara es tan asombroso como lo que hizo Gabriel García Márquez con una máquina de escribir: llenar de hombres y mujeres con pasado, presente y futuro tan atractivos un lugar en medio de la nada. Mientras Macondo se fue poblando de personas y negocios con el paso del tiempo, en este filme ya está todo inventado. Ese pueblito de Texas tiene autos, televisión, música, comida, bar y un cine que solo contemplamos en pantalla un par de veces. Entre ellas, cuando van allí a ver Río Rojo, de Howard Hawks. Y casi al final, cuando está a punto de cerrar para siempre.

Opino que este director lo que verdaderamente hizo fue The New Picture Show, entre otras cosas, por la frescura de sus personajes, por los desnudos tan valientes para la época y, a la vez, prueba inquebrantable de las barreras que se estaban destruyendo. Cybill Shepherd se convierte en la novia de los dos protagonistas, Jeff Bridges y Timothy Bottoms; ella, una chica alejada de la femme fatale de los años 40 y 50. Se le describe con un realismo que, imagino, necesitaban las mujeres del momento, pues la historia se filmó en los 70 pero transcurre dos décadas antes. Y en aquel entonces era casi imposible encontrar esta clase de seres. Se muestra una reinterpretación del boys will be boys, esta vez a la girls will be girls.

Cuerpos que se prestan, hombres que se prestan entre madres e hijas. Todo el pueblo conoce los romances que acontecen entre ciertos vecinos, pero no pasa nada. ¿Por qué? Yo trato de pensar en la época, en la posguerra, en la anterior crisis de la década del 30, en los movimientos feministas que se formaban, o en un sencillo rompimiento con todo lo que se había hecho hasta el momento, en términos de cómo se desarrollaba el american cinema.

Relatando a cámara fija la historia de un amor imborrable, Ben Johnson conquistó su único Oscar y concentró en un plano digno de Ford todo el poder evocador del filme.

Bogdanovich, quien fuera crítico de la revista Esquire y seguidor de Orson Welles, es parte de ese nuevo cine americano setentero que también vio nacer a autores como Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, George Lucas o Steven Spielberg, entre otros. Eran los tiempos del Travis de Taxi Driver y las malas calles scorsesianas, y Gene Hackman escuchaba conversaciones ajenas en 1974 a las órdenes de un Coppola que, mientras, convertía a los Corleone en referencia primaria del género de gánsteres; Spielberg encontraría las claves del miedo en las playas y los dientes de tiburones, y Lucas se iría a filmar a una galaxia muy, muy lejana. Sin embargo, Peter Bogdanovich hacía un western moderno, en blanco y negro, trágico y esperanzador a la vez. ¿Cómo es eso posible?

Componiendo, conociendo el guion de cabo a rabo. Entendiendo a los personajes y cómo cada uno de ellos es un símbolo de la tragedia americana, de la búsqueda del sueño que ya ha traspasado fronteras. Las mujeres, en especial el binomio madre/hija de Burstyn y Shepherd, me parecen una demostración poética de cuánto había avanzado la lucha feminista en ese período. La adulta le dice a la joven que se vaya de ese pueblo, que sueñe en grande, que haga todas las cosas que ella no pudo hacer. Fácilmente veo a esa cándida Shepherd como una integrante más de 20th Century Women, la de Mike Mills. No solo eso. Aunque se acuestan con el mismo hombre, no hay conflicto alguno, solo entendimiento; lo que en otra etapa pudo significar un nudo narrativo sobre la moral, aquí ocupa un mero instante.

Los chicos son otra parte fundamental de la película. Andan juntos todo el tiempo, pelean por chicas, están ansiosos por saber qué se siente al tocarlas y al besarlas. Hasta el punto de que le pagan una prostituta a uno de ellos porque, una vez más, boys will be boys. Pero el tiempo pasa y es hora de tomar nuevos roles en la sociedad. Algunos trabajarán, otros irán a la guerra, varios morirán, y no por culpa de una bala: disculpen que lo vuelva a decir, pero aquí todo es culpa del polvo.

Como aquella vez que Kirk Douglas hacía de sheriff en Camino a la horca y veía cómo todos a su alrededor se iban, morían o lo traicionaban. Bogdanovich sabía que la vida es así, aunque ya no se necesitaran caballos y revólveres para decirlo. Solo sexo, drama, un poco de polvo y una última película. (Por: Mario César Fiallo Díaz)

Peter Bogdanovich (1939-2022), uno de los mejores continuadores del legado de Hollywood, primero como crítico y finalmente como cineasta. Al igual que Orson Welles y Ciudadano Kane en su momento, La última película lo estableció como el “niño prodigio” del cine de su época.

Ficha técnica

Título original: The Last Picture Show; Año: 1971; País: Estados Unidos; Dirección: Peter Bogdanovich; Guion: Larry McMurtry, Peter Bogdanovich; Fotografía: Robert Surtees; Música: Hank Williams; Reparto: Timothy Bottoms, Jeff Bridges, Ben Johnson, Cybill Shepherd, Ellen Burstyn, Cloris Leachman, Clu Gulager…; Duración: Dos horas

Recomendado para usted

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *