Malacrianzas y malcriados. Foto tomada de Internet
En la cuadra donde vivo, se reúnen habitualmente unos 12 chiquillos para jugar y mataperrear. Algo que no sería un problema, de no ser por lo indisciplinados y falta de respeto que son todos.
En menos de un mes los han visto tirar basura para los patios, les contestan con groserías a los vecinos que los regañan e, incluso, ponen a sus padres como garantía de que van a seguir haciendo lo que les venga en gana con total impunidad.
Los di por incorregibles, hasta que un día uno de ellos brincó el muro de mi casa para recoger una pelota y, por casualidad, yo estaba en el patio buscando conexión en el teléfono. Después de “cantarle las 40” para que se bajara, le pregunté el porqué de su comportamiento, y su respuesta fue amenazarme con que sus padres vendrían a reclamar la pelota si yo no se la devolvía.
Cuando uno intenta analizar estas actitudes, la base del problema está más que clara: una malacrianza por parte de la familia; si bien el círculo de amigos influye en exacerbar la rebeldía y la altanería.
Es inconcebible que niños de entre 8 y 12 años se crean con el derecho de hacer y deshacer a su antojo sin consecuencia alguna. Bajo esa lógica, lo irrespetan todo y pasan por encima de cualquier figura de autoridad, porque nadie les enseñó a seguir normas.
Aunque parezca alarmista y exagerado, esas son las bases de las prácticas delictivas. Si desde pequeños no entienden y aplican el consenso social, de adultos les va a costar más cambiar su manera de relacionarse con el resto de las personas.
Dichas conductas también son originadas en el constructo familiar, debido a patrones donde la picaresca, el oportunismo y la estafa son cualidades “positivas” sinónimos de éxito, por lo que se premian y fomentan.
Otro punto es que a uno, como individuo y como ente social, le cuesta señalar o reprimir las malcriadeces de los menores, porque siente que no tiene autoridad sobre ellos. Si, además, estos responden de forma violenta a la reprimenda, quedamos, entonces, con las manos atadas.
Las familias tienen que velar por lo que hacen sus hijos en la calle y con quiénes se juntan, para que no se busquen problemas con los vecinos ni le falten el respeto a nadie. No pueden dejarlos salir bajo su libre albedrío y que terminen afectando la tranquilidad de otros.
Más allá de inculcarles el respeto por el prójimo, hay que supervisarlos e, incluso, acompañarlos en sus juegos, para que no se den casos donde adultos desconocidos sean los que terminen encarando a menores de edad por sus indisciplinas.
Hace poco uno de los vecinos, un anciano, dicho sea de paso, vio a dos de esos chiquillos robándole la jaba del pan que le dejó el mandadero colgada en la ventana.
Por ahí se empieza, sintiéndose superiores a todo y todos, impunes a cualquier tipo de regaño y escarmiento. Luego, comienzan a delinquir, a pasar por encima de la ley, y es que nunca nadie les enseñó que sus actos tienen consecuencias.
Sobre las malcriadeces que decir frente a mi casa se reunen los de la cuadra y otros que ya ni se como regalarlos he ido desde los buenos modales hasta …. tirando la pelota para la pared de mi casa toda marcada de pelotazos y todo el mundo sabe como está el tema de la reparación de las casas, los regañas y se ríen te contestan algunos de los padres te escuchan pero como si con ellos no fuera o sea la enseñanza que les están dando a los q hoy no le hacen caso pero mañana van a llorar cargando jabitas a la prisión.