José Antonio Echeverría: “el libro de historia nos está esperando”

José Antonio Echeverría

En la Universidad de La Habana se realizan las elecciones para saber si José Antonio continúa como presidente de la Federación Estudiantil Universitaria y en el ambiente prepondera la agitación. Pronto darán los resultados. Con tanto que procesar, a lo mejor, reflexiona que faltan tres días para su cumpleaños 24, pero él se siente mucho mayor, como si cada golpe recibido le reste dos o tres días. Quizá la carne olvide la contusión y la piel, las magulladuras; sin embargo, la memoria no realiza lo mismo con el dolor. Lo repite una y otra vez. 

A la hora de dormir revive cada porrazo, cada patada en la costilla, cada piñazo en la nariz que le han propinado desde que entendió que la arquitectura iba de construir estructuras bellas y funcionales. Si comparaba a Cuba con un edificio, en estos momentos no era ni bella ni funcional. Entonces, en esas noches de descanso parece que se le quiebran los huesos de cristal y los vidrios sobrantes lo lacerarán desde adentro. A él, que por lo colorado y orondo lo llamaban Manzanita, su salud se le rompe; hasta las manzanas, cuando las agitan mucho, se empiezan a apolismar. 

Los médicos le habían advertido que, por lo menos, se protegiera la cabeza, que de tanta huelga y tángana ya corría peligro. Tal vez piense que aún no abandona la lucha. Solo un loco o un desquiciado no se rendiría aún. También por ello, en aquella manifestación, cuando la policía vino hacia él y logró hacerlo morder el suelo y en la postura más indefensa que el hombre puede adoptar, la del recién nacido en su cuna, comenzaron a golpearlo, Alfredo, su hermano menor, tuvo que protegerlo con su propio cuerpo. 

Intercambiaron miembros. Su espalda fue la del hermano y sus brazos y sus piernas, y recibieron la punta dura de la bota, el impacto contundente del bastón, por él. Pero no quiere pensar en Alfredo, hoy no, ahora no. Pronto se sabrá si sigue como líder estudiantil. Su solo recuerdo lo entristece. La tristeza envejece demasiado y merma las energías. Este 13 de julio se realizarán las elecciones para decidir si se ratifica o no, y sabe que si votan por él necesitará todas sus fuerzas para continuar. 

Si retoma la metáfora de que un país es como un edificio, puede decir que el que se erigió desde 1902 con la declaración de Cuba como República, después de tanta patriotería y corrupción los cimientos se han debilitado, estructuralmente peligra; pero para construir uno nuevo, más equilibrado, se precisa demolerlo. Para eso se alió con otros con ideas parecidas a las suyas, como Fidel y sus muchachos. 

Asalto al Palacio Presidencial y la toma de Radio Reloj el 13 de marzo
José Antonio Echeverría es uno de los referentes del movimiento juvenil cubano. Autor: Archivo de JR

En pocos años ha intentado intervenir cuando la justicia, como cansada de todo y de todos, dio un portazo y se marchó a quién sabe dónde. Combatió para que no partieran la Isla por la mitad con el canal Vía Cuba, que trataba de emular al de Panamá. Se fue a Costa Rica para oponerse al régimen de Anastasio Somoza y fue soldado de trinchera y fango. Organizó funciones de ballet con Alicia Alonso y exposiciones de Wilfredo, porque sin cultura está la tierra, pero no el espíritu de la tierra, y sin él, aunque en ella florezcan las selvas de Lam, no iría más allá de tierra muerta, de tierra baldía. 

No puede dejar de notarse agotado y pensar cómo habría sido su vida universitaria si nunca se hubiera involucrado en la política, si se hubiera dedicado a sus estudios y a disfrutar su juventud lozana. Por ejemplo, su cumpleaños se acerca y se pregunta cómo sería la celebración en otras circunstancias. 

Tal vez habría ido a algún local nocturno, bailaría un son con alguna muchacha, para aflojarla primero, y luego un bolero, para encontrarse lo más próximo a su boca, como si la canción fuera un puente hasta ella. En un punto brindaría con Alfredo, se desearían prosperidad y recordarían su niñez, en la cada vez más lejana Cárdenas. Probablemente rememorarían sus calles llanas como si el horizonte fuera la misma ciudad y no el cielo. 

José Antonio Echeverría

No quiere volver a Alfredo, pero lo hace una y otra vez. De la angustia no se escapa. Trata de mantenerse ocupado para alejarla, de convencerse de que la causa está por encima de ella, que lo colectivo siempre superará a lo individual; pero quién le dice todo eso al pecho que duele, al corazón que parece que quiere romper las costillas, quién. 

Alfredo murió tres meses atrás. Quizá si hubiera sido porque una bala perdida halló su frente o porque un golpe en la sien apagó sus luces, como a Rafael Trejo en la Revolución del 30, resultaría diferente; entonces habría un culpable, alguien o algo a quien dirigir su furia. Mas, cuando ocurrió por accidente, dónde coloca todo el pesar que no puede barrer fuera de sí, como el polvo de las casas. El polvo se apodera de uno. Ensucia las ganas, la mente, y no hay manera de quitárselo de encima. La única opción viable resulta aprender a convivir con él.  

Acaban de dar los resultados de la votación. Por otro año más él seguirá como presidente de la FEU. Lo eligieron por aplastante mayoría. La lucha no para. No puede parar. Ello sería como traicionar a Alfredo y a otros tantos compañeros que han quedado atrás, bueno… atrás no, sino adelante, más adelante que él, porque alcanzaron la posteridad. Más allá de todo lo que ronde en su cabeza dañada no es un momento para las dudas, sino para, como el arquitecto que quiere ser: construir. En medio de sus cavilaciones, un periodista se le acerca y le pregunta cómo se siente con la victoria. 

“El libro de la Historia nos está esperando. Escribamos en sus páginas actos dignos de sus antecesores. Como representantes de la juventud cubana e hijos cubanos, tenemos sobre nuestros hombros una seria tarea que cumplir”, responde. 

Recomendado para usted

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *