Miriam Muñoz Benítez es incansable. Su vida gira siempre, a través de una fecha, el 29 de enero, que cada año se convierte en una festividad: su nacimiento en Matanzas en 1947; la fundación en el 2001 de Teatro Icarón, colectivo que creó en las ruinas polvorientas del Teatro Principal, una joya arquitectónica del siglo XIX, que decae en la calle Manzano de Matanzas, y posteriormente la inauguración de una nueva sede en el antiguo Cine Moderno, en la calle Ríos.
Todo, un 29 de enero, fecha en que Mirita celebra su cumpleaños trabajando, a veces en una función en su sala, una actividad comunitaria o en un evento (en otra provincia) como el de El Mejunje en Santa Clara.
Lo cierto es que ella no se detiene, sigue enfrentándose a la realidad del teatro, a los sueños de reinventarse de muchas maneras, constantemente sobre el escenario.
Teatro Icarón surge para que con Miriam, y a partir de ella, nacieran una serie de proyectos escénicos.
Su carrera es larga e intensa. Comienza en el Conjunto Dramático de Matanzas en la década del 70, se mezcla con Teatro Papalote, en diferentes etapas de la agrupación titiritera. Alcanza instantes significativos, primero con Teatro El Mirón Cubano, y luego con Icarón, el ascenso, buscando los sueños, el sol. Últimamente, ha estado muy relacionada con varias de las puestas del grupo unionense Teatro D’ Sur.
En el repertorio de sus personajes están los clásicos, la dramaturgia latinoamericana, las propuestas de Albio Paz, para la sala o la calle; el trabajo con Papalote, que la relaciona con Feo o Sueños de payasos, y por lo tanto con el arte del Clown.
Entre sus personajes están los que una generación sigue viendo, como en Las penas que a mi me matan, de Albio Paz, o su Edith, de Gilberto Subiaurt; y los que solo podemos rememorar por imágenes guardadas en archivos.
De estos últimos, podemos verla en el Carlo, de El Cruce sobre el Niágara, junto al querido Francisco Rodríguez Cabrera, o en Doña Rosita la soltera, de Lorca; y una amplia galería que nos remite a autores como Milanés, Chéjov, René Fernández, Dorr, Moliére, Albio Paz, González Melo, Gilberto Subiaurt y los dos Ulises, Cala y Rodríguez Febles.
Durante su vida ha formado pedagógicamente, en talleres, a varias generaciones de actores, que están diseminados en muchísimos colectivos.
Con asma o dolores, Mirita, la de Feo, la de las penas que no la mataron, la Edith, la Emilia Teurbe de Tolón bordando la bandera patria, sigue batallando, como el Ícaro, que busca el sol.
Es la protagonista de una larga batalla contra el tiempo, como una luz de nuestro teatro, que en los últimos años ha ido perdiendo a varios que se extrañan: Francisco Rodríguez, Pedro Vera, Gustavo Álvarez, Rolando Estévez, Migdalia Seguí.
Una actriz, como otras mujeres semillas regadas por toda la isla; transformándose en muchos seres, con su cuerpo menudito.
A veces, parece que va a cansarse; pero se levanta en algún lugar, como ave fénix, para defender el teatro, su manera de verlo, y las esencias de su vida.
Sus últimas actuaciones tienen el sedimento de una actriz diminuta e inmensa, fulgurante, que camina a proscenio, mientras la bandera la escolta, ondeando.