Las palabras True Detective son bastante conocidas en la esfera narrativa de la televisión moderna. Hace años HBO logró que millones de personas alrededor del mundo se obsesionaran con una historia que interconectaba tramas y personajes de manera perfecta. Woody Harrelson y Matthew McConaughey protagonizaron la desesperante cacería de un asesino serial que esquivaba a las autoridades constantemente y cuya identidad se conocía décadas después de los asesinatos. A lo anterior hay que sumarle los dramas maritales y alucinaciones de un binomio cervantino que unía la crudeza de la vida normal y la anormalidad de una monotonía interrumpida abruptamente.
Tres temporadas más fueron producidas y varios actores y actrices le hicieron frente a una ola de fanáticos que trataban a la primera como una obra de culto. Y cómo no hacerlo, cuando tiene uno de los planos secuencia mejor elaborados del presente siglo, un villano tan acertado como aquel en que se basó la serie (el John Doe de Seven, de David Fincher), el sentimiento de pueblo en medio de la nada sacudido por una serie de homicidios, sus roces con la filosofía existencialista y la condición humana.
Todo esto sirvió como referencia para cientos de trabajos posteriores en disímiles géneros y medios. El Resident Evil VII es una oda que toma prestadas las mejores características del universo creado por Nic Pizzolato. La manera agria de contar la historia está presente también en otro par de videojuegos, los Outlast I y II, donde somos periodistas atrapados en espacios terroríficos.
Toda esta esencia televisiva del noir empezó con True Detective, y tal vez era lo que la televisión necesitaba, policías corrompidos por ser testigos impotentes de las maneras en que un ser humano puede hacerle daño a otro. Cosa que, de nuevo, David Fincher logró hacer muy bien con la serie Mindhunter. También está Mare of Easttown, con Kate Winslet, y producciones españolas como la mítica Homicidios, Mar de Plástico, o Hierro y El caso Asunta, protagonizadas por una electrizante Candela Peña.
Sorprendentemente, la última y más reciente temporada de estos “detectives verdaderos” supuso una revolución dentro de la propiedad intelectual. Esta vez son Jodie Foster y Kali Reis las que tienen que atrapar a un asesino. Un vuelco sin precedentes desde que empezó la ficción, y no porque esté protagonizado por mujeres, sino porque está escrito por una. Issa López me maravilló con un video suyo que vi en Facebook de las influencias que habían servido para construir Night Country. Era imposible no mencionar Seven, pero la cosa se puso aún mejor cuando habló de La cosa, de John Carpenter, El sexto sentido, de Shymalan, y El silencio de los corderos, de Jonathan Demme.
Toda esta fusión de terror con la aparente forma de un true crime y un poco de neo-noir por aquí y por allá sirvió para establecer una narrativa atractiva y refrescante. Por desgracia, hizo que mi atención se desviara por momentos, y luego la volvía a atrapar gracias a ciertos elementos. Ya sea por la habilidad sobrenaturales de uno de sus personajes, que puede ver gente muerta y comunicarse con ellos (Bruce Willis estaría orgulloso), o la magistral interpretación que hace Jodie Foster de una jefa de comisaría rodeada de hombres, un trauma que aún no ha podido superar y unas inexistentes ganas de caer bien a la gente.
Esto último es lo mejor del personaje; le da una tridimensionalidad que pocas veces he visto, la hace atractiva al espectador, la convierte en un signo de interrogación andante, nunca sabes qué va decir o hacer.
Estas detectives son las encargadas de investigar la desaparición de un grupo de científicos que se esfumaron de un centro de investigación. No hay evidencia de ningún tipo, exceptuando la lengua rebanada que aparece en el piso de la escena del crimen. Todo esto mientras el pueblo en el que ocurren los acontecimientos entra en una noche eterna, ya que debido a su posición geográfica el sol se esconde por más de un mes.
Por esto es que la nueva True Detective brilla a pesar de sus baches, por saber quién es y hacia dónde va desde el minuto uno. Me emocioné muchísimo con un plano cenital del auto de las protagonistas con las luces delanteras encendidas, atravesando una carretera sumida en la oscuridad. Un guiño a los fans que reafirma el respeto con que mira hacia las bases del original True Detective, pero reconociendo que de vez en cuando una nueva dirección puede traer resultados abismalmente buenos.
Y debo decir que la escritura de Issa López es acertada la mayoría de las veces. La showrunner mexicana la tenía muy difícil al tener que encontrar un equilibrio entre todos los géneros y temáticas con que trabaja: la vida en la comisaría, la vida en la casa, las relaciones de trabajo que se vuelven íntimas, las conversaciones de ultratumba, etc. Elementos bien trabajados, pero no tanto posicionados: a veces podías sentir que el episodio empezaba de buena manera y al final el hilo se descuidaba, con situaciones demasiado dramáticas, con personajes apáticos de cero comprensión situacional y un elemento cómico que tuvo su papel en el guion.
Desde un principio el hype era inmenso, porque una nueva temporada de True Detective siempre provocará la división de los fanáticos. Nunca se ponen de acuerdo si la nueva está a la altura de la primera. Justo como ocurre con Star Wars, la nostalgia les juega una mala pasada a los espectadores más reacios al cambio, no quieren que aquello que disfrutaron una vez sea deformado por otras interpretaciones.
Y Night Country junta a dos mujeres policías en una cacería que obvia el drama familiar, deja solo lo justo, y borra cualquier romanticismo exagerado con el que puedan actuar los personajes principales. Aquí hago énfasis en la normalización del sexo y su falta de estilismo; la mayoría de las veces que aparece en pantalla funciona como elemento descriptivo, nunca esencial. Un verdadero acierto, considerando que muchos defienden True Detective 1 por la delantera hipersexualizada de Alexandra Daddario.
Es decir, la nueva serie me hace dudar de cuán bien escritos están los personajes femeninos de los inicios. Es verdaderamente un lavado de cara a la franquicia, que ya necesitaba una reestructuración, una remodelación de toda su arquitectura, cosa que se logra sin quebrar su espíritu.
Los planos cenitales que resaltan cuán minúsculas son estas buscadoras de la verdad en un mundo atroz y lleno de oscuridad, el gore con que se presentan los cadáveres putrefactos y el rechazo instantáneo de la violencia que produce el clímax de la historia, los elementos sobrenaturales que nos incitan a preguntarnos si no hay una enfermedad mental en medio de tanto misticismo, y un par de histriones que cubren todas las deficiencias del programa, ya que no es una serie perfecta…
Todo esto convierte a la nueva faceta en una apuesta segura para desterrar el confort hogareño que podamos sentir en las noches y llevarnos a un viaje a lo más profundo y macabro de la mente humana, a una espiral de hierro, hielo y sangre. (Mario César Fiallo Díaz, estudiante de Periodismo)