El viajero aún no lo sabe bien. ¿Ha llegado a Matanzas? ¿O acaso la Marco Polo sin aire acondicionado ni ventanas lo ha escupido en Londres, Oslo o Reikiavik? Y, más importante aún: ¿dónde está la nieve?, se pregunta mientras seca el sudor de su frente con la palma de la mano. El Sol del trópico, terrible como pocas cosas en el mundo, raja en dos el asfalto y brota un vapor de calderas. No cabe duda: está en Matanzas, lo dice el cartel y lo gritan los 40 grados de temperatura.
La Terminal de Ómnibus de Matanzas, fundada como estación de ferrocarriles en 1883, posee una arquitectura que no suele pasar desapercibida ante la curiosidad de locales y foráneos. ¿A qué se deben esos tejados nórdicos, diseñados para nevadas que no ha visto ni verá matancero alguno en su terruño? Resulta, amigos, que la respuesta es más simple de lo que cualquier mente conspiranoica podría elucubrar.
La “Estación de la Bahía”, como se le denominó en sus inicios, fue construida por una empresa de capital británico: los “Ferrocarriles Unidos”, quienes buscaban unificar la industria del tren cubana mediante la conocida como “vía férrea central”, proyecto en el que se invirtió gran cantidad de tiempo y recursos.
La influencia de una arquitectura propia de países de altas latitudes estuvo dada precisamente por el dominio inglés sobre las inversiones realizadas, cuestión que llevó al ingeniero Antonio Vilaseca, autor del diseño aprobado, a inspirarse en las principales estaciones británicas de la época.
Justo frente al edificio, la fundición francesa Val d’Osne erigió la estatua L’ Union, símbolo del casi logrado sueño de unificar los raíles de la Isla. La pieza representa a una figura femenina vestida con túnica transparente y sandalias, que sostiene en la mano izquierda una rama de laurel y apoya la diestra sobre un escudo.
Lamentablemente, el estado actual de la Terminal de Ómnibus deja mucho que desear en comparación con su bello diseño. La falta de higiene y acondicionamiento, sumada a la desorganización imperante, han generado una matriz de opinión muy negativa entre aquellos que se ven obligados a visitarla con frecuencia.
Hasta hace un par de años se vislumbraba la posibilidad de construir una terminal de ómnibus más acorde con las exigencias de los nuevos tiempos, a un costado del Viaducto y con mejores condiciones, mientras que el antiguo edificio comenzaría a ejercer como Museo del Transporte.
Sin embargo, dadas las condiciones actuales del país, es este un sueño que probablemente permanecerá engavetado, para pesar de muchos que, como el viajero de la Marco Polo sin aire acondicionado ni ventanas, esperan por la llegada del tan ansiado “día que nieve”.
(Por: Humberto Fuentes)
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Aunque, un techo así es adecuado para el verano en horas de máxima perpendicularidad de los rayos del Sol.