¿Homofóbico yo?

Estandarte de la homosexualidad contra el acto del homofóbico
Estandarte del ciudadano homosexual contra el homofóbico

Aún cuando crecí en el Período Especial, época de carencias en grado superlativo, hubo algo que tuve a borbotones en mi infancia: los afectos y la educación formal. Mi familia no escatimó en mimos pero tampoco en inculcar valores como la solidaridad y el respeto al otro. 

Ayudar al prójimo, compartir meriendas, visitar al compañero enfermo y llevarle las libretas para que copiara clases era lo correcto. Daba igual si se tratara de un rubito, una gordita, un negrito o un alien; pero la juntadera con la más tosca del aula: ¡ojo! 

No se decía mucho, pero los rostros se transformaban cuando me percibían con cierta niña que era despreocupada con su imagen y tenía gestos “varoniles”. Cuando me veían en su compañía, un silencio castigador se apoderaba de los minutos siguientes al encuentro, y al rato saltaba alguna que otra interrogante en torno a por qué no jugaba más con fulanita o con menganita. 

No es que estuviera mal que me llevara con ella, pero eso podría traerme “cartelitos”, que no eran más que correrse el rumor de una orientación sexual “diferente” de mi parte, o sea, una posible homosexualidad. 

Qué bueno que los años han pasado y ya las miradas al fenómeno han cambiado; aunque, si hurgamos bien, de seguro encontramos algún que otro vestigio de homofobia disperso dentro de la sociedad. No tan marcados como en mi infancia, cuando ni se soñaba con legalizar el matrimonio igualitario y muchísimo menos los derechos reproductivos; pero todavía queda mucho terreno por recorrer y eso lo demostró el nuevo Código de Las Familias.

Si bien en el documento se lograron plasmar avances en cuanto a la aceptación de lo “diferente”, y luego respaldar con leyes dichos “privilegios”, la discusión del anteproyecto demostró que no somos tan abiertos de mente como nos autoproclamamos. Y entrecomillo los términos “diferente” y “privilegios”, para resaltar frases trilladas y discriminatorias que aún se escuchan por ahí, cuando ni la orientación sexual nos hace distintos, ni tener derechos como ser humano al fin constituye privilegios.   

Por mucho tiempo el beso gay fue censurado en las grandes industrias cinematográficas, hasta que alguien se atrevió a normalizar lo que ciertamente no es más que eso: normal. Un poco más demorada, la aceptación también llegó a nuestro país, donde excelentes productos televisivos como Calendario han sido osados en sus mensajes y junto a la homosexualidad han abordado otras temáticas igualmente “fuertes” como la religión, la discapacidad, el racismo y la prostitución. Si alguien duda que queden homofóbicos en nuestra Isla, que revise los comentarios en las redes cuando se exhibe un audiovisual “atrevido”.

Todos somos iguales más allá de colores, creencias y gustos; y no se trata de recitar la máxima como niños de primaria en un matutino especial, sino de incorporarla a nuestro actuar y volverla parte de nuestras rutinas. 

¿Homofóbicos? Sí, sí quedan. Mientras caminar de manos sea natural para algunos y exhibicionista para otros, demostrar afectos entre iguales se considere un “escándalo”, tener amigas “toscas”: un delito, y la reproducción asistida en parejas gay: demasiado libertinaje; aún quedarán muchos derechos por defenderse y valores por inculcar. 


Lea también

Dígase hombre, y lo demás es racismo

Boris Luis Alonso Pérez – Cuando comencé a crecer fue que se me aparecieron los fantasmas del racismo, al ver que mis amigos blancos tenían más recursos materiales… LEER MÁS »


Recomendado para usted

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *