Héctor Almeida Fernández, campesino matancero. Fotos: Del Autor
El fuerte sol del mediodía cae con furia sobre la posesión de Héctor Almeida Fernández. Las plantas que inician su desarrollo no resisten las altas temperaturas y se tornan mustias. Sus hojas languidecen por el intenso calor y desde la tierra emerge un vapor que poco a poco lo envuelve todo, produciendo una sensación de fatiga. Ni los animales osan emitir sonido alguno rehuyéndole a la soberbia del Astro Rey. Todos los seres precisan de alguna sombra donde guarecerse para mitigar el bochorno de la calurosa tarde.
Bajo una frondosa mata de mango, Héctor Almeida Fernández permanece en silencio, reclinado en una silla. Bate un sombrero con su mano derecha para sentir una pizca de frescor al menos. El aire que percibe en su rostro es tan caliente como el que magulla a las posturas de habichuela que no aguantan el “resistero” del sol.
“Si al menos cayera un buen chubasco, de esos que eran tan habituales en el mes de mayo”, piensa Héctor, mientras se percata de que ya han pasado 15 días y no ha llegado ese primer aguacero del quinto mes, anunciador de los buenos augurios.
También cavila el productor sobre los canteros que permanecen sin cultivar esperando la dicha de la lluvia que permitiría la nacencia de las plantas.
La vieja mata de mango ubicada justo al frente de su casa le brinda la sombra necesaria. Allí permanece siempre cuando el sol se encuentra en el cenit. Aprovecha ese momento del día para repasar las actividades realizadas en la primera jornada de labor y planificar las del horario vespertino. Por un momento, su rostro dibuja una sonrisa de satisfacción, al rememorar las experiencias del martes pasado, cuando recibiera de manos de las principales autoridades de la provincia la Distinción Antero Regalado.
Como anapista, no se cree merecedor de semejante reconocimiento, aunque le llena de orgullo el instante en que el primer secretario del Partido Comunista de Cuba en la provincia, Mario Sabines Lorenzo, le coloca la medalla en su pecho. Lo cierto es que no pudo contener la emoción, ni evitar sonreírle a la cámara de un fotógrafo que inmortalizó el instante para la posteridad.
“No trabajo para reconocimientos”, confiesa, mientras nota que el sol comienza a declinar. Tras la cerca de cardón le esperan sus cultivos, casi desfallecidos, que ganarán en vigor al regarlos.
Luego de encender la turbina, los rayos del sol crean un arcoiris al interactuar con el agua. El suelo se humedece de a poco, pero es tanta la falta de lluvia que al instante se muestra nuevamente reseco.
A pesar de ello, ya se dejan ver las primeras berenjenas, rozagantes. Los ajíes también se muestran saludables. De los 30 canteros que posee, solo unos tantos permanecen cubiertos de habichuelas.
Se mantiene pendiente al parte meteorológico del noticiero para, nada más arranquen las lluvias, sembrar quimbombó y berenjena.
En los primeros meses del año ya ha extraído más de dos toneladas de hortalizas, que comercializa en un punto de venta ubicado a la entrada del reparto Monticelo. También destina parte de sus producciones a un círculo infantil de la comunidad y al Hogar de Niños Sin Amparo Filial.
Su labor de productor destacado la comparte con la de Delegado de Circunscripción, junto a tantas otras responsabilidades. Asimismo, asume parte de la alimentación de varias familias vulnerables de la zona, a quienes entrega módulos de hortalizas periódicamente.
En su ajetreado día a día encuentra momentos para la innovación científica. No hace mucho creó una grada manual para la preparación de suelos que presentó en un Fórum de la Anap, evento en el que recibió premio por la relevancia de su propuesta.
Mientras se adentra a su finca, va pasando revista a cada planta. Posee la capacidad de conservar en su mente los detalles del proceso de crecimiento de los frutos.
Por eso domina en qué punto preciso de la rama de la mata de limón criollo nacen los cítricos más robustos; en cuál cantero se aprecia una berenjena que se adelantó en su desarrollo, o si le falta algún aguacate a la matica de la cerca. Él regala a quien le pide y detesta a quien le roba. Supervisa cada palmo del organopónico que prosperó a golpe de sacrificio y sudor, cuando pocos creían que sería posible tamaña empresa.
Por allá por el 2000 se dio a la tarea de extraer todas las piedras de aquel paraje, y necesitó una decena de viajes de camiones para retirar los más de 100 metros cúbicos de rocas.
Luego trajo tierra de la zona de desarrollo próxima a su casa, donde se erigiría un nuevo asentamiento habitacional. Al observar aquel sustrato ferralítico rojo sobre el área, sintió que su empeño daría frutos. Localizó excreta animal y levantó los primeros canteros.
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Buscando la sostenibilidad que debe caracterizar a las producciones agroecológicas, creó su propia nave donde obtener humus de lombriz, y hoy produce casi una tonelada al año.
Poco a poco fue asentándose su fama de productor de avanzada, capaz de entregar más de tres toneladas de hortalizas al año.
Ante inicio de cosecha, abre una zanja profunda en los canteros, introduce el extracto de humus de lombriz y los aporca, con lo que obtiene ejemplares de vegetales que despiertan la admiración de los vecinos debido a la dimensión de las coles, pepinos, rábanos…
Sus producciones son totalmente agroecológicas, basadas en las prácticas sostenibles más amigables con el medio ambiente y con la salud humana, ya que no emplea ningún tipo de químico.
Para contrarrestar el flagelo de enfermedades, se vale del control biológico de plagas con el empleo de plantas repelentes que circundan los canteros.
Aun con sus tantos logros, no se siente ufano, porque lo que más disfruta es observar el manto verde cuando cubre cada centímetro, algo que no ha logrado alcanzar por la ausencia de precipitaciones.
Con su tesón logró convertir en jardín un espacio pedregoso donde corría de niño, y no se erigían más de cinco casitas. Con los años, ha crecido la densidad de la población, naciéndole al barrio hasta un reparto de edificios; pero cuando camina entre canteros regresa a su niñez y surge una conexión extraña con el pasado, porque a pesar de la transformación del entorno ante la nueva zona de desarrollo, desde su terruño intenta darle vida a una especie de oasis donde el verde prevalece.
Producir alimentos para los demás dignifica a los hombres, quizás sea la razón del respeto que despierta Héctor en su comunidad.
Los asociados de la Cooperativa de créditos y servicios 17 de Mayo decidieron estimularlo con la Condición Antero Regalado, porque con menos extensión de tierra logra grandes producciones durante todo el año. No es de los que se sientan a añorar la llegada de los buenos tiempos, prefiere que estos le sorprendan trabajando, inmerso en sus tantos proyectos.
Solo al mediodía, sobre todo en los meses de verano, reposa unos instantes bajo la sombra de un árbol para restablecer las fuerzas y reiniciar la segunda jornada de trabajo. Se le verá cualquier día de la semana encorvado a orillas del cantero, o con una guataca retirando la maleza, o cosechando los frutos. Pero siempre atareado, entregado en cuerpo, alma y sudor a la producción de alimentos, como todo campesino de estirpe.