Playa Girón el 16 de abril de 1961 era un infierno. Esa sería una manera de ilustrar someramente los acontecimientos desde el amanecer. La sorpresa fue tal que no dio tiempo a recoger nada dentro de las casas, hubo que vestirse a toda prisa y salir abruptamente.
«Imagínate que yo estaba con ocho meses y pico de embarazo y solo tenía 16 años de edad», cuenta ahora a Juventud Rebelde Eva Hernández Córdova, natural de Cayo Ramona, donde se encontraba cuando en la madrugada del 16 de abril un grupo de milicianos y vecinos les gritaron a ella y a su esposo, Gerardo Rodríguez Moreira, que se había producido un desembarco y debían ir rápido para el monte.
Al cabo de 63 años conversamos con una familia que sufrió en carne propia los bombardeos, a tal punto que peligraron sus vidas. Sus anécdotas son la más fiel constatación de cómo la Revolución desterró para siempre de la ciénaga las enfermedades, la explotación, la incultura y la pobreza.
Un parto singular
«Fue horrible. En ese momento de pánico, soñolientos y sin entender la magnitud de lo que sucedía, solo atinamos a caminar y caminar por dentro de los montes y trillos, por los atajos y senderos que aparecían en la oscuridad. No sé qué tiempo anduvimos, hasta que nos guarecimos debajo de los árboles en un lugar conocido como Palmarito, a unos 11 kilómetros de la casa», rememora Eva, quien estuvo en ese sitio hasta el amanecer del 19 de abril, cuando volvió a Cayo Ramona para recibir atención médica.
«Los ruidos de los aviones eran ensordecedores, aquello era desesperante, y así mismo fue el día 17, cuando ya tenía dolores de parto. Andábamos por la manigua a la intemperie, de un lado para otro entre matas de marabú y enredaderas de bejucos. Entre toda esa vorágine de combates y explosiones, mis dolores aumentaban y a las dos de la madrugada del 19 di a luz. Cerca de nosotros había milicianos disparando con una batería cuatro bocas».
«Creo que parí del susto, porque me faltaba casi un mes, pero las explosiones de las bombas a nuestro lado y el chiflido de los proyectiles de morteros y otras armas que nos pasaban por encima, aceleraron mis contracciones. Por suerte pasó una vecina llamada Manuela, que buscaba a su hijo, y se hizo cargo del parto, en medio de la yerba y los pedregales dentro de aquel monte. El cordón umbilical lo cortó con una cuchilla de afeitar», relata Eva.
«Estuvimos dentro del monte desde el día 16 hasta el 19, cuando las tropas cubanas me sacaron en una camilla para el hospital, junto al bebé. Me llevaron para la casa de Manuela, y yo seguía muy mal. No pudimos entrar al hospital porque estaba lleno de mercenarios prisioneros. El médico nos atendió en un pasillo. Después me pusieron diez milicianos para cuidarnos. Ellos se encargaron de visitar mi
bohío, lo limpiaron y me trasladaron para mi casa.
«La noche del 19 volvimos para el monte porque quedaban mercenarios por los alrededores, hasta que la milicia detuvo a los últimos 13 invasores y pudimos retornar. Luego vimos al Comandante, aún jovencito. Mi padre le hizo café y le preguntó por su edad: “Tengo 33 años, contestó. Por qué no le ponen Fidel, si nació bajo las balas”, nos dijo entusiasmado. Y en ese momento aprobamos su pedido.
«Nosotros teníamos un bohío de guano y tablas con piso de tierra, que apisonábamos con ceniza. Vivíamos precariamente. Gracias a la Revolución tuvimos una casa grande en Cayo Ramona, con condiciones, y vivimos allí muy felices, eso lo agradezco con el corazón».
Tremendos bombardeos
«La noche del 15 estábamos en una fiesta en Maniadero, cerca de Soplillar. Salimos pasada la medianoche, y cuando viajábamos por la carretera cercana al mar, de Playa Larga a Playa Gallina, sentimos una explosión. Yo iba manejando el camión y pensé que podría ser una goma reventada. Paré y revisé todo, pero al ver que todo estaba normal seguimos», nos cuenta Gerardo, quien tiene ahora 83 años de edad.
«Mientras avanzábamos hacia Girón, Eva me dice: “Mira qué cantidad de pescadores hay hoy”, y yo también creí lo mismo al ver tantas luces a lo lejos, en el mar. Jamás pensamos que podría ser una invasión. Pasadas las dos de la madrugada llegamos a la casa, y como a las tres llegó el jefe de milicia José Ramón y nos dijo que teníamos que correr para el monte porque había entrado una invasión.
«Yo me trasladé con el resto de los vecinos a construir trincheras en El Helechal, aunque fue por poco tiempo, porque con las explosiones tan cercanas tuvimos que buscar lugares más seguros. Fue muy duro. No supe nada de Eva hasta el día 19. Los aviones B-26 volaban bajitico y descargaban las bombas».
Eva y Gerardo se casaron en 1960. Él era chofer y ella trabajó en el hospital como cocinera y almacenera. Después de Fidel tuvieron a Débora Victoria, también nacida un 19 de abril, pero del 63, y a Marlén Madelaine, en el 65.
No podría tener mejor nombre
Fidel Rodríguez Hernández, chofer de la empresa constructora militar, en La Habana, sabe que nació en medio del monte, bajo las explosiones. «Según me han contado, al poco rato hubo que trasladarnos porque las hormigas se estaban agrupando y podrían picarnos.
«En Cayo Ramona, ya derrotados los mercenarios, llegó Fidel al hospital y se acercó a mi madre, a quien le pidió que me pusiera Fidel, porque según dijo, era el nombre más fiel que existe en el mundo, y mi madre aceptó. Por eso siempre digo que siento un gran orgullo de llevar ese nombre, y que de seguro no podría tener otro mejor».
—¿Qué significa para ti Fidel?
—La vida. Él vive en nuestros corazones. Yo se lo digo a mis amistades: vivo con el orgullo de llevar su nombre y que haya sido él quien me lo pusiera. Siempre lo recuerdo como si estuviera a mi lado. Cada vez que me llaman por mi nombre me viene a la mente el Comandante en Jefe. Incluso, tenía una fotografía en la que me cargaba de niño, pero de tanto prestarla se ha extraviado.
«Intercambié con él en varias ocasiones que me mandó a buscar… Son cosas que jamás se olvidan. El 19 de abril de 1963, cuando apenas tenía dos años de edad, Fidel mandó a buscar a toda la familia para que estuviera a su lado en el acto por la Victoria de Playa Girón.
«Esa batalla tiene el cuño de Fidel, quien fue un gran estratega militar, y lo demostró también en Angola, donde estuve de combatiente 28 meses, hasta el regreso en 1990». (Por: Hugo García)
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