La Feria salva

Feria del Libro en Matanzas. Foto Raúl Navarro

Durante cuatro días, del 7 al 10 de marzo pasados, el tropel de la Feria del Libro volvió a revolucionar diversos espacios de la ciudad de Matanzas. Su edición de este año, mucho más que otras veces, estuvo signada por los contrastes y las vicisitudes que acompañan nuestro presente como país. 

A pesar de los altos precios de las ofertas foráneas (y de que algunos aprovechan la ocasión para vender artículos muy poco literarios), de la escasez de títulos nacionales, de los apagones y demás, la respuesta de público sigue siendo masiva y entusiasta, una muestra de que no ha perdido su valía como opción cultural. Por otra parte, las tiradas de nuestras editoriales se han vuelto casi simbólicas y ya no puede hallarse esa multitud de clásicos que antaño adornaban las estanterías de cualquier cubano.

Entre las propuestas de la Feria se encontraban verdaderas joyas: Biografía de un Cimarrón, de Miguel Barnet, los Ensayos de Fina García Marruz o el poemario Por los extraños pueblos, de Eliseo Diego, por solo citar algunos. El hecho de que el valor monetario de los textos de estos tres monstruos de la literatura cubana no supere, ni sumándolos, el de una libreta, dejaría patidifuso al inventor del concepto de “lo real maravilloso”.

Las casas editoriales yumurinas también hicieron su aporte de novedades. Vigía presentó Asteroide para Las Estaciones, del poeta José Manuel Espino, a quien estaba dedicada la Feria. Aldabón puso en circulación Los errantes, de Malena Salazar Maciá; Cuentos Viejos, de la Premio Nacional de Literatura 2023 María Elena Llana; y La hora violeta, de Náthaly Hernández Chávez. Muy esperada por los lectores, la biografía Carpentier, la otra novela, del historiador e investigador Urbano Martínez Carmenate, fue uno de los aportes de Ediciones Matanzas y su particular homenaje a los 120 años del natalicio del genial escritor de El siglo de las luces

Aún así, la cantidad y variedad de lo verdaderamente pagable (mucho de lo que vimos en estantes era herencia de otros años), no daba para satisfacer las demandas de tantos y tan buenos lectores que pueblan esta ciudad. La contraparte posible y augurada de este fenómeno, el auge del libro digital, aún está muy lejos de suplir todas las expectativas, ya sea por la falta de tecnología, de plataformas para su comercialización o por la poca costumbre que tenemos de él. Aunque resulta notorio que Citmatel con cada edición fortalece su presencia.

Mucho se echó de menos una mayor oferta de literatura infantil, con honrosas excepciones como Donde van a morir las mariposas, de Yanira Marimón, y Rosa de los Vientos, de José Manuel Espino, entre otras. Si hoy no se fomenta la lectura en las más jóvenes generaciones, si no se ponen a su alcance volúmenes de calidad, el mismísimo futuro de la Feria se verá comprometido a la larga. 

Como casi todos los años, lo que enalteció a la fiesta literaria fue su amplio programa cultural, por supuesto, siempre aderezadas con algún desenchuche logístico o un apagón. Desde la inauguración, con un Concilio de las aguas realizado por la tropa que dirige el editor Alfredo Záldivar, con música y poesía de Brasil, país invitado de honor; pasó por los homenajes a figuras imprescindibles, el poeta y diseñador Rolando Estévez entre ellos; pasacalles del grupo El Mirón Cubano y el circo La Rueda, hasta la presencia en Matanzas de importantes editoriales regionales como Cauce, de Pinar del Río, o La Luz, de Holguín.  

Mención aparte merece el espectáculo Un puñado de primavera en el pecho que reunió al poeta José Manuel Espino y a la compañía Teatro de Las Estaciones, a quienes estaba dedicada la reciente edición. Los que tuvimos la suerte de presenciarlo (fue una función única) disfrutamos de un memorable ejemplo de cómo poesía y escena pueden explorar sus confluencias, dando lugar a algo totalmente nuevo. 

Esta y otras oportunidades nos salvan la ocasión, hacen que muchos amantes de las letras la esperemos con ansias cada año, para sentir el aire cargado del olor de los libros. No importa que solo nos compremos uno o dos volúmenes, o que nuestra mayor ambición sea conocer finalmente a ese autor que nos gusta y llevarnos a casa su firma, o tengamos que ahorrar medio año para regalarle a nuestros hijos algo lindo, colorido e intrascendente. Con eso nos quedamos muchos. Aunque sea reducida en su tamaño y alcance, la Feria salva.

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Sobre el autor: Giselle Bello Muñoz

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