Durante una veintena de días, el equipo de especialistas, liderado por las doctoras Silvia Teresa Hernández Godoy y Yadira Chinique de Armas, regresó una vez más al Cementerio Aborigen ubicado en el Campismo Popular Canímar Abajo. Desde su descubrimiento hace 40 años, el lugar ha ganado preponderancia como sitio arqueológico
La inmensa nube gris que se divisaba en un punto del horizonte distante de la Bahía de Matanzas, de un momento a otro, ha comenzado a avanzar lentamente sobre la desembocadura del Río Canímar. El sol ha perdido empuje ante el potente nubarrón y la brisa que antecede a la lluvia comienza a batir con fuerzas las ramas de los árboles que crecen sobre el alto farallón de una de las riberas del río.
Las grandes gotas que agujerearon la tierra eran el preludio del chubasco que ya cae sobre el área de excavación. Como acostumbrados a los cambios de ánimo de la naturaleza, los especialistas lograron resguardar todos los equipos y herramientas que se emplean en las investigaciones.
Aunque llueve torrencialmente, con tan solo aproximarse a las altas paredes, los integrantes del grupo arqueológico logran protegerse del agua. Una leve inclinación del farallón, apenas perceptible al ojo humano, impide el paso de la lluvia. Es una de las razones, explica la doctora Silvia Teresa Hernández Godoy, por la que hace miles de años los primeros habitantes de esta comarca eligieron el lugar como cementerio aborigen.
Bastó una variación del clima para obtener la respuesta del porqué este espacio en específico, dentro de la extensa área que comprende la Cuenca Hidrográfica del Río Canímar, resultó elegido por las comunidades aborígenes como sitio sagrado donde depositaron a sus muertos.
Otras preguntas, en cambio, requieren de un estudio más exhaustivo. Por ello, desde que se descubriera este cementerio aborigen hace ya 40 años, los científicos han regresado una y otra vez para reconstruir y entender el modo de vida de estas sociedades antiguas.
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En 1984 se produce el hallazgo por accidente del cementerio aborigen, cuando trabajadores de la instalación de campismo ubicada a pocos metros del enterramiento extraen lo que parecían ser restos óseos humanos.
El hecho se convertiría en un suceso trascendental en la historia de la arqueología cubana, permitiendo que hombres de ciencia para esta disciplina, como Manuel Rivero de la Calle, Ramón Dacal Moure, ambos del Museo Antropológico Montané, y el doctor Ercilio Vento, del Comité Espeleológico de Matanzas, realizaran diversos estudios durante las décadas del 80 y el 90.
Hernández Godoy refiere que en ese entonces se identifica como sitio arqueológico aborigen y funerario, pero aún restaba por conocer la relevancia del descubrimiento.
En el 2004 el doctor Roberto Rodríguez Suárez retoma las indagaciones con la intención de aplicar la arqueometría, disciplina científica que emplea métodos físicos o químicos para las investigaciones arqueológicas.
Aunque ya se había recopilado información relacionada con estas comunidades aborígenes, no se contaba con datación por radiocarbono sobre restos óseos, método indispensable —aclara la doctora— para determinar la edad de un objeto que contiene material orgánico utilizando las propiedades del radionúclido carbono-14.
Las prospecciones lideradas por el profesor Rodríguez Suárez se extendieron por una década.
«En el 2017 comenzamos una nueva etapa de estudio en Canímar Abajo, con la visión de los aportes de las búsquedas anteriores, pero partiendo de una premisa más abarcadora que contemplara otros puntos de la cuenca río arriba. Todos estos elementos nos permitirán reconfigurar y entender mejor las formas de vida de estas sociedades antiguas», explica la investigadora.
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La doctora Silvia Teresa esperaba con ansias la reanudación de las excavaciones en Canímar Abajo. Desde su primer contacto con este enterramiento en 1995, siente la necesidad de regresar con la motivación de hallar nuevas evidencias.
En esta ocasión, intervienen especialistas de diferentes nacionalidades, procedentes de centros como el Departamento de Antropología de la Universidad de Winnipeg, la Fundación Científica Cultural Ulúa Matagalpa, el Instituto Cubano de Antropología, el Grupo de Desarrollo de la Dirección Provincial de Cultural de Matanzas, entre otros.
El grupo espera conocer más sobre las características biológicas y culturales de estos asentamientos humanos, así como determinar la interacción que existían con otras comunidades aborígenes de la cuenca.
«Este lugar reviste gran importancia para el patrimonio matancero, cubano y del Caribe, espacio donde se ubican una treintena de sitios arqueológicos de todas las afiliaciones culturales descritas para las sociedades antiguas que habitaron Las Antillas. Justamente, el proyecto va encaminado a esclarecer aspectos de su desarrollo socioeconómico y cultural», comenta Hernández Godoy.
El grupo multidisciplinario trabaja bajo el liderazgo de la especialista matancera y de la joven doctora Yadira Chinique de Armas, profesora auxiliar de la Universidad de Winnipeg.
Intentarán ahondar en varias líneas relacionadas con la genética, los procesos tecnológicos de estos grupos humanos, las características del paisaje en aquel período, entre otras premisas a las que intentarán dar respuestas.
Ambas estudiosas han dedicado la mayor parte de su vida a conocer estas sociedades, ya que a pesar de tratarse de los individuos con más larga permanencia en la Isla, resultan los menos conocidos.
Precisamente Canímar Abajo, por tratarse del cementerio más antiguo descubierto en la región antillana y con el mayor número de individuos exhumados, representa suma significación a nivel regional, porque aquí se combinan diferentes líneas de evidencias para reconstruir los modos de vidas de nuestros antepasados, comenta Chinique de Armas.
«Gracias a este espacio funerario, sabemos que estos grupos tempranos manejaban cultivos como el maíz, el frijol y poseían además un patrón de asentamiento semisedentario muy vinculado a las márgenes de este río».
La también vicepresidente de la Sociedad Internacional del Caribe explica que existen restos pertenecientes a dos períodos de tiempo, uno temprano y otro tardío.
Se intenta descubrir las razones de un impasse de mil años, aproximadamente, entre ambos enterramientos.
«Queremos precisar esa asociación entre estos eventos que en un inicio se describieron como distantes en el tiempo».
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Para la doctora Chinique de Armas adentrarse en un área arqueológica es como viajar en el tiempo. Canímar Abajo ha marcado su carrera profesional. Desde su primera visita en el 2005, de la mano de su mentor Roberto Rodríguez Suárez, surgió una conexión especial entre ella y el lugar.
“Cuando estoy excavando en estos entierros, intento imaginarme cómo eran sus vidas, los pienso bañándose en este río y estableciendo sus relaciones humanas en este hermoso paraje. Es como traerlos de vuelta al presente para comprender mejor cómo desarrollaban sus actividades”.
La doctora permanecerá durante varias horas en una posición poco cómoda, frotando con una brocha y extrayendo con suma delicadeza los restos óseos, conchas u otros objetos, que van emergiendo a flor de tierra.
Junto a ella permanecen varios especialistas inmersos en un trabajo minucioso, casi de orfebrería, conscientes de que a la vez que se interviene un espacio, de alguna manera también se destruye, de ahí la importancia de registrar cada dato, incluso con equipamiento capaz de hacerlo mediante tecnología de 3D.
El grupo sabe que en un contexto arqueológico intervienen disímiles factores que durante miles de años van superponiendo elementos, los cuales muchas veces no guardan relación con el enterramiento. De hecho, los restos óseos pueden cambiar la posición original en la que fueron colocados, por diversos eventos naturales o la propia descomposición.
Toda esa dinámica, explica Chinique de Armas, se debe tener en cuenta a la hora de acercarse a un espacio de este tipo, para comprender la funcionalidad de cada uno de los elementos encontrados.
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La intensa faena durará horas, que se convierten en días. Desde la parte posterior de uno de los orificios en la tierra, la profesora Silvia Teresa apunta en su diario de campo cada pieza extraída por la doctora Chinique de Armas.
Anota, además, el nombre de cada participante en la excavación, el rol que desempeña, dibuja planos y los objetos que se extraen de las cuadrículas. Cada elemento se etiqueta, lo cual facilitará las labores en los laboratorios.
Uno de los grandes valores de este sitio arqueológico, coinciden las especialistas, reside en la abundancia de restos óseos humanos. “Los huesos constituyen un repositorio de información sobre la alimentación de los individuos, sus patrones de movilidad, las plantas con las que interactuaban. También se pueden determinar huellas de su comportamiento y del estrés que sufrieron, ya sea por enfermedades o por otras actividades. Todo ese cúmulo de datos quedan almacenados en un entierro de este tipo”, advierte la joven docente extranjera.
Al culminar esta campaña arqueológica, sobrevendrá el estudio de gabinete y de laboratorio. Los restos extraídos serán analizados para determinar nuevas premisas que permitan conocer más sobre los primeros habitantes de la Isla.
Para la doctora Silvia Teresa, luego de publicados los resultados, iniciará un proceso tan importante como las perforaciones: la socialización del conocimiento.
Desde hace varias décadas, la profesora universitaria ha devenido protectora del patrimonio. A pesar de tratarse de un lugar que ostenta la condición de Monumento Nacional, el Cementerio Aborigen de Canímar Abajo ha sufrido acciones vandálicas; de ahí su deseo perenne de lograr una gestión adecuada en el valioso yacimiento arqueológico, que sirva como referente para el conocimiento de estas sociedades, y que la necesidad de su conservación y cuidado prenda en la mente de las instituciones y de los habitantes de las comunidades cercanas.
Solo así Canímar Abajo continuará siendo esa puerta que nos permite adentrarnos a nuestro pasado aborigen.
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