Quienes hoy día mienten y acusan a Cuba de promotor del terrorismo no pueden tapar con un dedo la llegada de fechas como estas cercanas a la conmemoración, en esta tierra, del aniversario 64 del bárbaro atentado que el día 4 de marzo de 1960 volara el vapor francés La Coubre, anclado en el puerto de La Habana.
Ocurre ello porque la memoria de los justos es infalible y saca a la luz siempre quien es quien por encima de la perversidad y los infundios.
El día de marras una deflagración de espanto con una fuerza expansiva destructiva y ensordecedora estremeció a la capital aproximadamente a las tres y 10 de la tarde; y ese estruendo inolvidable late aun en la conciencia de muchos viejos vecinos de la ciudad.
En el lugar siniestrado pocos minutos antes trabajadores portuarios y personal del navío realizaban afanosos, desde las 11 am, la descarga de un alijo de mil 492 cajas de armamentos destinados a la defensa del país, procedente de Bélgica.
Tras la primera detonación, a los pocos minutos le siguió otra en momentos en que numerosas personas y los principales dirigentes de la Isla, con el máximo líder de la Revolución, Fidel Castro, socorrían a las víctimas sobrevivientes, y se empeñaban en continuar la descarga del barco, tratando de alejarse del lugar de la tragedia.
Como presumieron observadores y naturales, tan macabro suceso no fue un accidente, sino un salvaje atentado orquestado por la CIA y el gobernante de turno de Estados Unidos, el presidente Dwight Eisenhower, los cuales desde antes del triunfo y después del Primero de enero, todavía más, hicieron todo lo posible por destruir a la Revolución.
Los antecedentes históricos eran contundentes. En febrero y marzo de 1960 se habían incrementado los sabotajes a la economía, las agresiones, asesinatos, complots y el sustento a los grupos de contrarrevolucionarios de dentro y fuera de la nación, pagados por Washington.
Y hay una objetiva concordancia señalando desde el principio al verdadero comisor de tales hechos, nada manipulada ni falsa como son las mentiras e infundios de toda laya con que se ataca a nuestro Patria en torno al mentado tema.
Solo hay que mirar estadísticas basadas en acontecimientos reales de la época, que no mienten, a pesar de ser negadas u ocultadas por un tiempo.
Y es claro que el terrorismo ha sido un arma y un modus operandi usado sistemáticamente hasta el presente contra el proceso revolucionario y el pueblo cubanos, una herencia que retomó el gobierno de Kennedy y los que le siguieron, de lo cual se han vanagloriado muchos de sus protagonistas de manera impúdica, increíblemente.
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Tal prontuario ha costado a Cuba miles de víctimas mortales e impedidos físicos, mucha sangre y lágrimas vertidas que no pueden olvidarse.
La voladura de La Coubre mató a alrededor de 100 personas, hirió a otras 200, entre las cuales muchas quedaron con graves secuelas para toda la vida, causaron graves daños a la economía, a valiosas estructuras y entidades del puerto.
Sin embargo, un acto tan monstruoso como ese, se sabe, no hizo ceder un ápice la marcha transformadora y constructora traída por el Primero de Enero a los cubanos, en pleno disfrute desde enero de 1959 de un territorio soberano y empeñado en proyectos de igualdad y justicia social, de desarrollo nacional.
A pesar de la gran conmoción inicial, el pueblo se implicó de inmediato en tareas con un elevado humanismo.
Testigos y sobrevivientes recuerdan todavía con estupor cómo muchos, en vez de alejarse del infierno en que se convirtió el navío en llamas, corrían hacia aquel humeante amasijo con peligro mortal, prestos a salvar vidas y ayudar en lo que pudieran.
No fue un hecho casual, repetimos, porque son demasiadas las evidencias probatorias, tantas que no caben en este espacio, aunque sí algunas importantes.
Se verificó exhaustivamente el cumplimiento estricto de los protocolos de seguridad por parte de los fabricantes de la industria militar belga, la naviera francesa transportadora, las autoridades del puerto de La Habana, la policía revolucionaria y las Fuerzas Armadas de la Isla, algo llevado a efecto antes de iniciar el desembarco de granadas y municiones.
Después del siniestro se hicieron pruebas, por orden del entonces primer ministro, Fidel Castro, lanzando desde un avión a considerable altura algunas cajas ilesas de granadas, provenientes de los almacenes del vapor, para comprobar su posible vulnerabilidad y se ratificó el cumplimiento de las normas de seguridad del fabricante. No hubo explosión alguna con esa prueba.
Pero hubo escalas muy llamativas en el tránsito del buque hacia La Habana. La nave hizo entradas estipuladas en las radas del Havre, en Francia, de donde había partido originalmente y volvió ya cargado, y en una bahía de Virginia y otra de Miami, La Florida.
En esos puntos hubo abordajes y desembarcos de pasajeros civiles, entre estos un estadounidense altamente sospechoso, pretendido reportero, bajo el nombre de Donald Lee Chapman, cuya identidad real no ha podido comprobarse.
La empresa propietaria de “La Coubre” contrató a buzos norteamericanos para analizar los restos de la embarcación, que ya había cumplido otros viajes a Cuba. En el monstruoso suceso también murieron empleados y marinos galos.
Pero a pesar de eso, los resultados de esa investigación, estrictamente técnica en principio, fueron guardados bajo siete llaves, con prohibición de divulgación.
Cálculos efectuados por expertos consideraron que la carga explosiva colocada debió estar preparada para detonar como ocurrió, cuando se liberara cierto volumen de peso. Y todo apunta a que su instalación ocurrió cuando fondeó en Virginia.
El director de la CIA, en enero y febrero de 1960, impuso de sus planes al Grupo Especial de Planificación de la Agencia y en reunión efectuada discutieron con prolijidad un proyecto de acciones concretas.
En Cuba, el periódico Revolución había denunciado desde principios de marzo e incluso antes del atentado en el puerto, el texto del proyecto de ley del Congreso norteamericano que legalizaba el primer paquete de medidas económicas contra la Antilla Mayor. Pero junto con proyectos de daño a la economía se cumplían acciones más siniestras, bajo las mismas órdenes.
La tragedia ocurrió un viernes y desde horas de la noche y madrugada del siguiente día, cinco de marzo, el Palacio de la Central de Trabajadores de Cuba recibió los restos mortales de las víctimas hasta ese momento identificadas, donde se les rindió tributo.
El pueblo habanero, en nombre de todos los cubanos salió a las calles en el impresionante cortejo fúnebre realizado el sábado, para acompañarlos a la necrópolis Cristóbal Colón. Dicen que la masa compacta se extendía por cinco kilómetros.
Poco antes de la entrada cementerio, en la intersección de la calles 23 y 12, subido a la cama de una rastra allí parqueada, Fidel Castro despidió el duelo y habló a sus compatriotas de las pruebas materializadas, que sugerían que se trataba de un hecho intencional, pergeñado por quienes eran los principales adversarios de la Revolución.
El líder cubano no titubeó en denunciar a los enemigos de los cubanos, defensores de su libertad. Dijo que en aquellos momentos libertad también significaba Patria. Allí se escuchó entonces por primera vez la consigna Patria o Muerte, como un canto de combate y vida. Que aún nos acompaña con honor y firmeza. Un sentimiento del cual los verdaderos patriotas jamás se arrepienten.