Avatar: Netflix demuestra otra vez su nostalgia-control

Recuerdo que en la Vocacional un muchacho, cuando nos correspondía autoservicio —en sí fregar todas las bandejas del almuerzo en unas largas bateas de aluminio—,  aseguraba que si hubiera dominado el agua-control no tendría que dar tanto estropajo y con par de gestos todo hubiera quedado tan brillante que encandilara.

El agua-control consiste en la capacidad de influir en dicho elemento a través de ciertos movimientos. El término proviene de la serie de animación norteamericana Avatar: The last airbender, en inglés; o Avatar: la leyenda de Aang, en español. Esta, desde su estreno en 2005, pasando por el tiempo de mi pre (12 años atrás)  hasta la actualidad, se ha vuelto un referente si de series de animación hablamos.

Si algo han aprendido al dedillo las grandes empresas de cine y las compañías de streaming es que la nostalgia vende. Tal vez sea eso o que nos hemos quedado en los últimos tiempos sin nuevos relatos y se debe recurrir a los clásicos confiables: El rey león, Aladín, Dumbo, etc.

Avatar no se libró del influjo de esta nostalgia-control, y hace menos de dos semanas se estrenó una nueva adaptación de la obra en live action.

Por allá por el 2010, el reconocido cineasta M. Night Shyamalan (Sexto sentido, Unbreakable) dirigió una primera versión con actores reales. Sin embargo, dicha adaptación resultó un desastre, por los cambios drásticos en la trama, la selección del elenco e, incluso, las escenas de combate, más parecidas a un videoclip de pandilleros cool de Michael Jackson que a un buena toma de acción.

Sin embargo, 14 años después de dicho descalabro y con el suficiente tiempo acumulado para poder emplear correctamente la nostalgia-control, aparece otra vez.

Esta se acerca más al material primigenio. Se introducen algunos cambios, pero también se entienden a causa de la diferencia de formato entre lo animado y lo real.

Quisieron los showrunner mantener una parte del tono infantil y, a la vez, introducir tonalidades más adultas en lo que se refiere a la violencia y la muerte. Entonces, se mezclan escenas donde un hombre muere por combustión espontánea hasta convertirse en ceniza y minutos después hallamos un gag infantiloide. Ello propició que en ciertos momentos se produzca un contraste que confunde en vez de equilibrar los discursos.

En verdad se agradecen las semejanzas con el serial en 2D, inclusive la correcta elección del elenco. Netflix tiende a diversificar étnicamente sus audiovisuales, sea para blanquearlo o hacerlo inclusivo, muchas veces a costillas de la coherencia del guion.

Sin embargo, The last airbender, al basarse en la cultura asiática (China, Japón, India, incluso etnias como la Ainu), no necesitaba ser retocada. Eso Shyamalan parece que no lo comprendió muy bien.

Los efectos especiales y la ambientación se encuentran a la altura de un serial en que el financiamiento de cada capítulo ascendió a los 15 millones de dólares. Para aquellos que se interesen en tales aspectos cinematográficos disfrutarán de las coreografías y la parafernalia de una producción que costó la suficiente para alimentar unos cuantos miles de hambrientos y homeless.

La trama de La leyenda de Aang se desarrolla en un mundo donde diversos individuos pueden dominar uno de los cuatro elementos: aire, fuego, agua y tierra, y solo el avatar todos a la vez. Esta especie de héroe místico y budista reencarna cada generación en una persona diferente que debe velar por la seguridad de su mundo.

La historia que comenzó en el lejano 2005, como su protagonista, ha reencarnado otra vez, en esta ocasión con más suerte que la anterior, y se ha transformado en un fenómeno mediático y de consumo. No pude escapar de la nostalgia-control y la disfruté completa casi de un tirón, como si limpiara unas cuantas bandejas con par de movimientos de manos.

Por tanto, si lo que busca es un pasaje a su niñez o un producto entretenido sin muchas más pretensiones que alimentarse del éxito de su predecesora en lenguaje animado, o un show que le permita matar horas de ocio, se la aconsejo fervientemente. Si no lo concibe así, debe importarle muy poco si el Avatar logró vencer al Señor del Fuego y convertirse en el héroe icónico que estaba predestinado a ser.

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