Pablo G. Lleonart, como Houdini, esconde la llave que posibilitará su huida —de la caja fuerte que lanzaron al río que resulta un tiempo y un país— en la boca, a la derecha de la lengua, a la izquierda de la verdad.
El poeta-escapista halló en la palabra el truco de trucos: el serrucho que divide a la mitad al hombre sin mancharse de sangre o vísceras porque nunca tocó la carne; el elefante que todos contemplan en la calle, pero del que nadie habla y por tanto se piensa que lo hicieron desaparecer; el mago que atravesó la Gran Muralla y se le quedó un zapato dentro como el corazón de un ladrillo.
El rumor de un lejano galope de caballos, publicado por Ediciones Áncora de la Isla de la Juventud y ganador en el 2020 del Premio Mangle Rojo, nos habla de todos los tipos de fugas posibles.
El título se basa en un pasaje del libro Facundo, de Domingo Sarmiento. En este, un personaje acechado por un tigre y con temor a morir por aquello que no podía controlar, en la pampa argentina, escucha a la distancia el ruido de unos jinetes y vaticina su salvación. El galope de caballos constituye la esperanza de la gran fuga.
En la actualidad, nos acechan muchos tigres o el mismo tigre que en cada raya se le desdibuja una furia diferente: en una, los dos exilios, el interior y el aeronáutico; en otra, el libro de historia donde a los mártires le pintaron bigotes de Dalí y parches piratas y el transformador roto; en otra, el amor que no alcanza para comprar cebollas que nos hagan llorar incluso con los ojos muertos.
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Para amainar la bestialidad que nos persigue, o por lo menos creer que lo hacemos, necesitamos más vaticinios de cabalgadas o trompetazos del ángel de la anunciación o la percusión de la porcelana del plato vacío sobre la madera de la mesa. Solicitamos más literatura.
Lleonart sin abandonar su poética ya en despegue desde su primer volumen, Habitantes de Marte, nos brinda una versión más compacta de la misma. En ella resaltan elementos singulares: el divertimento con el lenguaje (todos los lenguajes, no solo la que nos parió) y el alto grado referencial.
Sobre este último aspecto, dialoga con escritores de diversa índole y latitud desde Raúl Zurita, Dante o Joseph Brodsky. Unas veces los acusa, otras los envidia, en otras se pregunta por qué llegaron a él para ponerlo todo de cabeza, como le reclama a Billy Collins en Deadball que leer poesía anima a leer más poesía y, si caes en sobredosis de ella, ojos de blanca hoja A4, temblores en la mano, escribirla.
Nos colocan, además, delante de la certeza de que los grandes escapistas no son los magos ni Papillón, sino los viajeros. Cada viajero huye de sus propio tigre: Antonio Machado y todos los marineros de la tierra firme, los personajes de Borges que van hacia el Sur de las cobardías de la civilización, el fantasma del hueco del sofá donde la familia se sentaba a ser una familia de los hundimientos y así.
Pablo no solo intenta evitar los tigres, también en ocasiones trata de pintarse en su propia espalda las rayas como una especie de exorcismo o transfiguración. Recae en ese viejo rol de los escritores de ser redentores por redundantes. Si las bestias, cualquiera de ellas, te cercan, aconsejo que busques este texto. No te salvará; pero, por lo menos, te ofrecerá una breve huida de 54 páginas.