Apenas despierta el día y las aguas del San Juan ya andan revueltas. Aún cuando las grisáceas rejas del Tirry, que por algunas esquinas esconden sus carmelitosas mentiras de herrumbre, están mojadas de rocío; abajo, entre esas aguas, varias embarcaciones se mueven ligeras.
No son motores los que las impulsan ni el afán por poner la comida sobre el plato. Son brazos jóvenes y ansias de triunfo los que mueven las canoas, más que los remos que parecen danzar contra corriente.
En horarios en que a muchos nos cuesta desprendernos de las sábanas, ellos están ahí: labrando su destino con constancia. Son deportistas que desafían, quizás, alimentaciones deficientes, economías asfixiadas de casa, deseos propios de la edad y, por estos días, como valor agregado, termómetros descendidos fuera de lo normal.
Foto: Raúl Navarro
“¡Arriba! ¡Qué pasa con esos brazos!”, vocifera la entrenadora desde la recién remodelada margen sur del río, mientras ellos, enmudecidos por el frío, aunque tiemblen, no detienen la marcha hacia sus sueños.
“Todo se logra con esfuerzo”, menciona alguien que visiona desde la mole de hierro, al tiempo que mi mente se remite a la pequeña artista cubana Amanda Olivera, que se volvió viral por sus videos de rutinas de ballet, que hablan de pasión y constancia.
Tan pequeña ella, y ya entiende de sacrificios, de exigencias, de horas extra en ejercicios de calentamiento y memorizar coreografías, de superar el dolor que se disfraza de obstáculo.
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También recordé a Damián López, el ciclista paralímpico cubano que con severas limitaciones, que incluyen la pérdida de la mayoría de sus extremidades, participó en Tokio 2020; o los muchísimos otros representantes, no solo de Matanzas, sino de toda la Isla, que ahora mismo se preparan con vista a los Juegos Olímpicos y Paralímpicos que tendrán sede en París el próximo año.
Foto: Raúl Navarro
No es común llegar a la cima del éxito sin haberse esforzado. Salvo excepciones muy puntuales, todo logro requiere insomnios, el extra cuando parece que vence el cansancio, la positividad en medio de matices oscuros.
¡Chas! ¡Chas! El sonido me devuelve al lugar, al puente que, cuando parecía ceder a los años, vuelve a recibir el maquillaje revitalizador. Ya no hace tanto frío. En un pestañear, el sol ha ido subiendo sobre las aguas, calentando el entorno. A las aguas, no; ellas permanecen frías. Bien lo saben quienes las surcan con frecuencia y a deshora.
Ahora el sol se agradece, en un rato se sentirá abrazador, y será otro de los tantos obstáculos a superar. Pero en eso no se piensa, no, ¡qué va!, solo en los sueños, y con ellos se rema.
Foto: Raúl Navarro