El bateador está en el home, abre sus piernas y se acomoda. Desde el banco, él sigue con la mirada cada movimiento, como si quisiera adelantarse a la acción, y es que justamente eso busca: una estrategia. Al primer lanzamiento, el hombre le va con todo y saca un rolling que peligrosamente llega hasta el left fielder.
El bateador avanza a segunda, con un doblete que pone en tensión a novenas y gradas. Unos hacen olas, otros rezan, mientras que desde el banco él mantiene la ecuanimidad. Hay ventaja en el marcador, pero no la suficiente como para respirar tranquilo. “Un out más y se acaba el inning, solo uno más y termina el juego”, piensa el manager mientras confía en su equipo. Tres strikes después, los Cocodrilos hacen fiesta en el pantano. ¡Otra vez airosos bajo las órdenes de Ferrer!
“Desde niño me inclinaba mucho por este deporte, ya que vivía en un lugar donde se respiraba béisbol, un central que congregó a figuras que estuvieron en series nacionales”, comenta emocionado mientras el bullicio del Victoria de Girón amenaza con robarle el protagonismo a su voz.
La entrevista hubiese podido ser en otro lugar, ¡claro!, otro más silencioso; pero alejar al matancero del calor del estadio sería como sacar a un pez del agua o, mejor dicho, a un cocodrilo de su pantano.
Armando Jesús Ferrer Ruz lleva prácticamente toda su vida dedicada al béisbol, y no siempre desde el banco. A pesar de una reputación que le precede y le impide pasar desapercibido. “Me considero una persona sencilla, de pueblo, con alguna fama, porque nuestro deporte es muy seguido por todo el mundo”, acota, mientras se muestra dispuesto por revivir sus tiempos de deslices sobre el terreno y outs fuera de base.
“Desde que comencé en la Eide como atleta, lo tomé muy en serio. No dormía esperando que amaneciera para poder estar en el estadio. Pero mi somatotipo no me acompañaba para ser un pelotero de calidad. Transité por las categorías 13-14 y 15-16, y en mi primer año en juvenil desistí de ser atleta, porque entendí que no tenía la estatura suficiente ni la corpulencia física que se requiere, —aun así, nada pudo alejarlo del deporte que lo había conquistado desde su niñez—. Entré en la Escuela de Educación Física Comandante Manuel Fajardo y me hice técnico medio, más adelante licenciado, y después la especialidad en béisbol”.
Antes de llegar a comandar a sus Cocodrilos, Ferrer tuvo otras muchísimas experiencias, que incluyeron desde el equipo Henequeneros, a finales de los 80 y principios de los 90, hasta su tránsito por ligas extranjeras en Italia, México y Rusia.
“El béisbol es el mismo en cualquier parte del mundo, lo que se dificulta es el idioma. En Italia fue rápido, ya en el segundo año dominaba las cosas técnicas del béisbol; pero en Rusia, para llevar a cabo los entrenamientos, necesitaba un traductor”.
Aunque Gardel se empeñó en decir que “20 años no son nada”, este manager no cree lo mismo. Bien sabe quien cruza las fronteras y se aleja que la nostalgia pesa sobre el alma, aunque los bolsillos suenen y las satisfacciones lleguen en racimos. La Isla se añora desde los olores hasta sus ruidos: el café con chícharos de las mañanas, el pregón del panadero que se cuela en tus sueños cuando aún no amanece, el bullicio con sello “ké volá”, hasta el humo asfixiante, mezcla de gasolina, diésel y queroseno que desprende alguno de los fósiles sobre ruedas que circulan por las arterias de las urbes e, incluso, tierras adentro. “Fueron 18 años fuera de este país. Se extraña un mundo”, asegura mientras comienza a narrar sus logros en otros rincones del orbe.
“En México dirigí una academia de béisbol, el equipo Piratas de Campeche, de béisbol profesional, con el que gané un campeonato de la Liga Estatal Mexicana, después de 27 años sin ellos triunfar. Como entrenadores contaba con el cienfueguero Adiel Palma y el pinareño Pedro Luis Lazo.
“En Cuba ya tenía mi currículum, porque había ganado en muchas series provinciales de béisbol y disputé campeonatos de Clubes Campeones tres años (dos medallas plata y una de oro en estos certámenes). Cuando era temporada de invierno en Italia, allí no se hacía nada por el frío. Entonces, me incorporaba a la Serie Nacional como asistente en tercera base, o preparador físico con los diferentes directores que pasaron por la provincia. Eso me sirvió para ganar experiencia en este nivel”.
El alboroto en el estadio hoy comenzó temprano. Pero ya no sorprende. Desde hace unos años es común que la afición llegue al “pantano” con el sol afuera, aunque el juego tenga pactada la noche para su inauguración. Hay rositas de maíz y chicharrones de viento, y panes que van de grada en grada, intentando matar el hambre de unos y la economía de otros. No ha comenzado el juego, pero sí la alegría. Puertas afuera se vive un ambiente de carnaval. Puertas adentro hay sueños esperando cobrar vida.
“Tengo experiencia. Dirigí el equipo Cuba en los Juegos del Alba en el año 2009, el de mayores al preolímpico de West Palm Beach (Miami) y el Clásico Mundial”, me comenta con una satisfacción que sobresale en su voz por encima del ambiente beisbolero. Sin embargo, reconoce que lo de la serie 59 no tiene comparación.
“Se dice que la victoria de Matanzas ese año fue un caso inédito, porque el equipo pasó del último al primer lugar”. Los ojos destellan una euforia que no pueden disimular ni los negros marcos de los espejuelos que le adornan el rostro permanentemente. “Cuando me dieron el equipo para dirigirlo había quedado en el lugar 16 en esa temporada”, continúa su narración mientras al recuerdo me viene aquel mar rojo embravecido, que se dispersó por toda la provincia en apoyo a sus héroes de bates y guantes.
“No concebía que fuera un mal equipo, y menos que la calidad que tenía era para un último puesto. No sé cuáles fueron los motivos que lo llevaron a eso”.
—¿Es difícil dirigir un equipo en esas condiciones?
—No, todo lo contrario, porque no tienes presión.
Vuelve a imponerse el ambiente en la conversación. En la cocina el tiempo parece detenido, pero afuera ya hay una multitud congregada que poco a poco ha colmado las gradas del Victoria de Girón. Ya ni siquiera aquí, en la cocina, el lugar con aparente mayor tranquilidad, el ruido atenúa. Falta poco para el encuentro y las gradas parecen estallar.
“No es igual cuando te dan un equipo que el año anterior estuvo en el podio de premiación —prosigue Ferrer, como si no escuchase los gritos y las risas—. Siempre piensas: ‘si fue tercer lugar y me lo dieron es para que la próxima vez coja oro o plata’, y eso presiona. Los partidos fueron saliendo, el equipo cohesionado, y ahí está el resultado. Aquí hubo una concentración enorme, solo el béisbol movilizaba espontáneamente a tantas personas”. Y sí que las moviliza, basta mirar desde la ventana de la cocina.
El juego de esta noche no es de Serie Nacional, ni siquiera de Liga Élite (el último campeonato de donde salieron los Cocodrilos victoriosos). Es la Serie de las Estrellas, y a Matanzas le corresponde el choque con Venezuela. Pero aún no toca ahondar en estos desafíos. No. Es imposible saltarse el último certamen cuando dejó sabores tan gratos.
“Esta liga no tuvo casi preparación, porque prácticamente comenzó al culminar la Serie Nacional. Se escogieron 12 refuerzos de los diferentes equipos que no clasificaron, y creo que la elección nuestra fue muy buena. Obtuvimos lo que necesitábamos en el equipo y cuajaron esas figuras, se aglutinaron todos. Lo más importante en esto es la comunicación, y fluyó entre los atletas que llegaron y los que estaban. Lo bueno que tiene la Liga Élite es que vienen directo de otros equipos y están preparados, solo es elaborar jugadas tácticas”.
Una pregunta lleva a la otra, y entre una y otra se hace inevitable mencionar el apoyo de la familia, que tan presente se tiene sobre el terreno, aunque ya esté en otra dimensión; y el que tenga dudas, que le pregunte a Erlys Casanova.
“En el béisbol uno se aleja demasiado, sobre todo de los hijos. Qué te puedo decir, con 18 años en el extranjero: cuántas fechas inolvidables pasaron por alto, cuántos cumpleaños de mis hijos. Pero era un contrato, era mi trabajo, y tenía que cumplir, y no podía decir ‘espérate que voy al doblar de la esquina, a tal cumpleaños o aniversario’. Sobre todo cuando estaba en Europa me era difícil. Creo que soy más amigo que otra cosa, incluso, que familiar, y es que la familia siempre va a entender”.
Pero la familia de Armando Ferrer no está solo en casa ni es solo la de sangre. Hay una uniformada a la que le dedica la mayoría de su tiempo y con la cual los nexos asegura que son muy buenos.
“No soy de los que vigilan al pelotero a ver qué hace. Estuve mucho tiempo con equipos profesionales donde los managers, cuando terminan el juego, dejan su responsabilidad para con el atleta. No soy así, no me gusta que estén en andanzas nocturnas si al otro día enfrentan un juego, los aconsejo mucho, tomo medidas profilácticas, intentando que no caigan en errores. Saben que cuentan conmigo ante cualquier problema, incluso en el orden personal, familiar. Son jóvenes, pero cuando toca deporte hay que dedicarse a él”.
Con toda una vida dedicada al béisbol, el manager se confiesa realizado. “Creo que he tenido lo que he podido ganarme, nadie me ha regalado nada. Y mis resultados han sido premiados. Las autoridades de la provincia (las que estaban y las que están) no me han obviado nunca. He obtenido todos los galardones, y mi equipo también”.
—¿Aparte del béisbol, Ferrer tiene alguna otra pasión?
—¡El dominó! ¡Me encanta! Mis peloteros me huyen porque les doy muchos “golpes”, sobre todo a Arruebarruena —y deja escapar una sonrisa muy pícara.
“Estoy muy satisfecho con el trabajo que he hecho, aunque siempre inconforme, porque creo que se puede hacer más. Y a la vida no tengo nada que reprocharle, creo que me ha dado lo más importante: salud y una bella familia. ¿Qué más puedo pedir?”.
Hubiese querido hacerle mil preguntas más. Demasiadas anécdotas se atesoran en una vida dedicada a lo que tanto gusta. Pero del otro lado de la pared de la cocina un juego estaba a minutos de comenzar.
Esa noche los Cocodrilos le ganaron a Venezuela 9×4, en el Victoria de Girón. Solo unos días después, la nómina de Ferrer se alzaba con otro título para ampliar su oleada de éxitos recientes: campeones de la Serie de las Estrellas. Un marcador de nocauts los ratificaba como poderosos y gigantes en el deporte de las bolas y los strikes, y a Ferrer como un director técnico de cinco estrellas.