No recuerdo exactamente el año en que conocí a Pedro Exequiel Rodríguez (Pacheco), pero sí sé que fue en una de las magníficas tertulias de filin que él organizaba, de manera itinerante, pues no disponía de una sede propia en esos finales de los años 80.
Sin embargo, durante un tiempo realizó dichos eventos nocturnos en la Casa de la Trova, la que devendría sede de la prestigiosa Ediciones Vigía, institución que asumiría el protagonismo absoluto del lugar.
Después, la Casona de la Uneac le brindó sus salones para que desarrollara su actividad.
Era la época en que el reconocido guitarrista-concertista Ildefonso Acosta fungía como presidente de esa prestigiosa institución y, la vicepresidencia, el laureado escritor Ricardo Vázquez Pérez. Apoyaron a Pacheco. A su vez, Pacheco y sus “muchachos” Roberto Brito, el pianista Reynaldo Verrier, Freddy Caballero (guitarrista) y otros ayudaron en los ajetreos de ampliación que se llevaban a cabo en los altos de la Casona.
Como El feeling soy yo titulamos una entrevista que le realizamos por aquel entonces, y nos contó que en realidad el guitarrista y compositor habanero Ñico Rojas, quien desarrollaba su labor como ingeniero hidráulico en Matanzas, fue quien lo entusiasmó para fomentar aquí el Movimiento del Filin, que ya hacía algunos años fuera inaugurado en la capital.
Pacheco lo siguió, y se fundó esa agrupación, con personas mayormente pertenecientes a la tercera edad. Cantantes aficionados matanceros nutrían los programas que cada jueves, a partir de las cuatro de la tarde, se efectuaban en la Uneac. Hubo ocasiones en que Pacheco, con su labia persuasiva, convencía a profesionales del canto que se presentaban en el Teatro Sauto (MN) para que brindaran su arte en el Rincón del Filin, y cumplían con él. Así pudimos disfrutar de las actuaciones de Elena Burke, el pianista Frank Domínguez, Malena y otras figuras del ámbito nacional.
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Todo organizado, sin barullo, incluso con venta de bebidas alcohólicas; el control de Pacheco para mantener la disciplina era absoluto. Nunca hubo una queja contra ningún filinista o seguidores de ese movimiento.
Eso sí, a Pedro Exequiel le gustaba hablar mucho, micrófono en mano (en épocas pretéritas tenía un programa en Radio Matanzas, de ahí su predilección por ese pequeño equipo), y en ocasiones se permitía cantar una o dos canciones de su autor predilecto: José Antonio Méndez, y lo hacía bien.
Era él un mulato avispado, de mediana estatura, siempre sonriente, emprendedor. Todo lo que comenzaba lo llevaba a feliz término.
En los años 50 visitaba mucho La Habana y conoció gente de farándula, con quienes sostenía cordial relación, máxime si estaba presente su amigo Rojas, su compañero de profesión (Pacheco también trabajaba en el sector hidráulico) y de noches bohemias, “descargando” aquí o allá.
Al morir el guitarrista-compositor, le puso su nombre al colectivo filinista: Rincón del Filin Ñico Rojas.
Luego, tras algunos cambios de personal en la presidencia de la Uneac, le plantearon a Pacheco que realizarían una nueva programación que incluiría al Movimiento del Filin, pero nunca más lo convocaron, a pesar de los gratos momentos de alegría, respeto y disciplina que siempre estuvo presente en las tardes de cada jueves en la Uneac. De tal manera, ello permitió a la institución fortalecer, aún más, su vínculo con la comunidad, conjuntamente con otras propuestas propias de su programación habitual: artes plásticas, literatura, música, danza, entre otras manifestaciones artísticas.
A propósito, como dice un añejo refrán: “Hijo de gato caza ratón”, la nieta de Pacheco, Janet Perdomo, se convirtió en una excelente cantante profesional. Su repertorio lo integran boleros y baladas; magnífica vocalista, aunque me dijo, meses atrás, que ya no cantaba, y desarrollaba su labor en una institución cultural.
A Pacheco lo perdimos hará cuestión de tres años. Ya se había mudado para la zona del Naranjal, y eso lo fue alejando de las actividades del filin, cuyas tertulias, en su última etapa, se desarrollaban en la Casa del Danzón.
Con filin recordamos a Pedro Exequiel Rodríguez, porque filin en inglés se traduce como “sentimiento”. De estar vivo, estoy seguro repetiría esa infaltable frase suya, sin el más mínimo asomo de arrogancia: “El filin soy yo”. (Por: Fernando Valdés Fré)