Los acontecimientos con que comenzó 1895 podían vaticinar la continuación del poder hispano en Cuba por lo menos para el resto del siglo, debido a la exitosa operación realizada entre la policía estadounidense y la inteligencia española que permitió el 12 de enero ocupar en el Puerto de Fernandina, en Florida, barcos y varios miles de fusiles, municiones y logística suficiente para enviar expediciones a la Isla.
Aquel hecho, ocurrido por la labor de un traidor al servicio de España infiltrado en los planes, significó para José Martí un golpe demoledor con el que se perdieron más de dos años de ingente preparación.
La noticia fue reproducida en la metrópoli, el resto de Europa y EE.UU. hacia el mundo como el golpe definitivo a los propósitos de los conspiradores y en La Habana los círculos integristas festejaron por todo lo alto la buena nueva, pero el jolgorio no les duraría mucho.
Pasados los primeros días de la campaña mediática que Madrid calculaba desmoralizaría a los independentistas y sus dirigentes, paradójicamente la divulgación de la gran dimensión de los medios incautados levantó la exaltación patriótica en la Isla y en la emigración.
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Hasta entonces obviamente Martí preparaba la guerra en la más profunda clandestinidad, aunque era ampliamente conocido por su labor política de movilización revolucionaria, y a la luz del desastre de “Fernandina” se demostró que aquel brillante orador, además, era un genio organizador práctico capaz de liderar la nueva contienda con la fundación del Partido Revolucionario Cubano.
El Apóstol, al igual que Máximo Gómez y Antonio Maceo, supo aquilatar aquella favorable situación y ratificó la decisión de seguir con los planes revolucionarios, por lo cual firmó el 29 de enero de 1895, hace 129 años, la orden de alzamiento en Nueva York como Delegado del Partido Revolucionario Cubano junto a Enrique Collazo y Mayía Rodríguez, a pesar del difícil contexto que presagiaba serias dificultades para el éxito.
En consecuencia, una mañana a inicios de febrero de 1895 arribó al puerto habanero en el ferry de Florida el patriota cubano Miguel Ángel Duque de Estrada, de aspecto de próspero comerciante y quien al llegar a la revisión aduanera sacó de su chaqueta un habano y sin encenderlo se lo llevó a la boca.
Al encontrarse en tierra lo volvió a guardar para así cumplir la tarea más importante de su vida de conspirador: traer la orden de alzamiento que se creía imposible por las autoridades hispanas.
La forma de enviar la ordenanza consistió en reproducirla en un fino papel y envolverla en un habano de la misma configuración de los producidos en la época. De esta forma quien lo llevara tenía la posibilidad de destruirlo en caso de peligro al fumarlo y desecharlo ante las mismas narices de los agentes españoles, indicaciones que cumplió al detalle Duque de Estrada.
En La Habana el curioso tabaco debía ser entregado a Juan Gualberto Gómez, para que hiciera llegar el aviso del levantamiento a los jefes conspiradores en otras regiones.
El documento dejaba claro que “[…] autoriza el alzamiento simultáneo […] de las regiones comprometidas […] durante la segunda quincena —y no antes— del mes de febrero”.
Y agregaba que: se “[…] considera peligroso y de ningún modo recomendable todo alzamiento en Occidente, que no lo efectúen a la vez que los de Oriente […]”, teniendo en cuenta las características del movimiento revolucionario en esas zonas, y se reafirma la voluntad de la emigración de aportar “[…] los valiosos recursos ya adquiridos y la ayuda continua, incansable del exterior […]
Juan Gualberto escogió la fecha del 24 de febrero de 1895 para aprovechar los festejos de los carnavales en La Habana, con el fin de que no levantara mucha curiosidad el traslado y la reunión de los mambises, y envió emisarios al interior del país con la propuesta para ponerse de acuerdo con los jefes de los grupos de conspiradores.
En la región oriental ocurrió el alzamiento de fuerzas dirigidas por Guillermón Moncada, Bartolomé Masó, Quintín Bandera, Pedro (Periquito) Pérez y otros patriotas en Holguín, y después de múltiples vicisitudes el primero de abril arribaron por Duaba, en las costas guantanameras, Antonio Maceo, su hermano José, junto a Flor Crombet; mientras Martí y Gómez, en unión de otros patriotas, llegarían en la misma región por Playitas de Cajobabo el 11 de ese mes.
Los camagüeyanos, en tanto, secundarían el alzamiento posteriormente al igual que los villareños.
En la región occidental el espionaje ibérico penetró los preparativos e inexplicablemente el General Julio Sanguily, jefe de la insurrección en La Habana, fue detenido en su domicilio, y Juan Gualberto Gómez en el poblado de Ibarra, Matanzas, lugar escogido para el pronunciamiento.
Así comenzó la última etapa de la lucha anticolonial en Cuba que se inició con la firma de la orden de alzamiento por José Martí aquel lejano 29 de enero de 1895.