Con el corazón turbado por la injusticia y la traición, José María Heredia y Heredia toma su pluma para escribir, arrullado por las aguas del San Juan que corre muy cerca de este paraje de Los Molinos donde ha venido a ocultarse de las autoridades. Podemos imaginar que quizá caía el ocaso y a lo lejos se escuchaba el crepitar de las palmas que tanto amó.
Poco a poco va tornando sus sentimientos en estrofas: “¡Libertad! ya jamás sobre Cuba/ Lucirán tus fulgores divinos./ Ni aún siquiera nos queda ¡mezquinos!/ De la empresa sublime el honor./ ¡Oh piedad insensata y funesta!/ ¡Ay de aquel que es humano, y conspira!”.
No menos dramático debió ser el nacimiento de La estrella de Cuba (1823), considerado el primer poema independentista de la nación, pero ¿qué había traído a un joven bardo santiaguero hasta este rincón de la geografía yumurina, perseguido por el gobierno colonial y casi con un pie en el cadalso?
Nacido el 31 de diciembre de 1803, la vida del primogénito de José Francisco Heredia Diez y María Mercedes Heredia Campusano, fue un constante peregrinar entre La Española, el territorio de los actuales Estados Unidos, Venezuela, México y la Isla. Sin embargo, un parte significativa de esa historia nos pertenece a los matanceros, pues como afirma el investigador Urbano Martínez Carmenate, autor de la biografía Heredia: la angustia del fuego, pendiente a publicación, “aquí tuvo vida, conspiró, amó, escribió poesía y regresó del exilio para su último adiós.
“Estuvo muy poco tiempo en Santiago de Cuba. A su padre le signaron un puesto jurídico en Pensacola, Florida, cuando él tenía apenas dos años, a esa edad no hay experiencia ninguna”.
Sus primeros contactos con la Ciudad de Los Ríos son a través de sus tíos María Josefa e Ignacio, dueños de un cafetal en la zona. El adolescente José María pasa algunas temporadas con ellos, al parecer no son estancias cortas pues logra concretar lo que no le resulta posible en otros lugares: participa en la representación de una obra escrita por él, Eduardo IV o El usurpador clemente, en un teatro que no es El Principal pues, como puntualiza el propio Urbano, este aún no existía.
En 1819 la familia parte a México, con mucho dolor por parte del poeta que deja atrás a la muchacha que ama, Isabel Rueda, a quien llama Belisa o Lesbia en sus composiciones. Un año más tarde muere el padre y la viuda, pobre y con cinco hijos, apenas consigue los recursos para regresar.
Muchos historiadores han dicho que Heredia viene a Matanzas en 1822, y se apoyan en un censo que se hizo, del cual se conservan los documentos, donde aparece registrado en la calle Río (el lugar exacto donde se ubicaba la vivienda, entre Santa Teresa y Ayuntamiento, hoy está señalizado por una tarja), pero eso no quiere decir que no viniese antes. Según el criterio de Martínez Carmente está en la Atenas de Cuba desde la segunda mitad de 1821.
“Aquí vive su período más feliz, a pesar de que su poesía refleja dolor, se trata de un dolor poético-romántico, más que un sentimiento real. Se enamora nuevamente de una muchacha y experimenta esa locura de la primera juventud. También se integra a una facción de la conspiración de los Soles y Rayos de Bolívar, que en Matanzas se llamó Los Caballeros Racionales”.
Esta primera gran conjura independentista es descubierta en agosto de 1823, por el Capitán General Francisco Dionisio Vives. Detienen a algunos en Matanzas e inmediatamente delatan a Heredia, no solo como uno de los implicados sino como aquel que los ha juramentado, porque para enrolarse había que jurar entregar la sangre por la independencia de una república que se llamaría Cubanacán.
“Advertido de la delación, inmediatamente se refugia en la finca Los Molinos, con la ayuda de un gran aristócrata, José Arango. ¿Quién lo iba a buscar en la casa de alguien tan estrechamente ligado a la Corona? Allí lo atiende con vehemencia Pepilla Arango, ella es la protagonista del poema A Emilia, en esos días de ocultamiento, dolor y zozobra está a su lado como amiga.
“En Los Molinos escribe el citado poema, que no es ni remotamente el mejor de los suyos pero tiene un alto sentido patriótico. Una vez más se da el caso de que el hijo de un funcionario español fiel a la Metrópoli, se enfrasca en los trajines de la independencia, el mismo esquema que luego veremos repetido en el propio José Martí”.
Heredia logra escapar en un barco norteamericano que ha remontado el San Juan para abastecerse de agua, cosa que resultaba bastante habitual para la época. Subió a cubierta vestido de marinero y desembarcó en el puerto de Boston a inicios de diciembre de 1823.
“En los Estados Unidos es libre pero infeliz, le afectan el frío y el idioma. La madre, una verdadera matrona cubana, continúa guiándolo desde Matanzas y no lo deja marchar porque tiene la esperanza de que le conmuten la pena. Entonces el presidente de México, Guadalupe Victoria, lo invita al país azteca, que recientemente ha obtenido su independencia”.
Cuando ve que todo es infructuoso, que la amnistía no le llegará, en una terrible carta al Capitán General Miguel Tacón escribe: “Es verdad que hace 12 años la independencia de Cuba era el más ferviente de mis votos y que por conseguirla habría sacrificado gustoso toda mi sangre, pero las calamidades y miserias que estoy presenciando hace ocho años han modificado mucho mi opinión y vería como un crimen cualquier tentativa para trasplantar a la feliz y opulenta Cuba los males que afligen al continente americano”.
“Él sabe que para obtener el permiso debe poner todo eso —puntualiza el biógrafo— cuando la madre intranquila le dice que teme que, a pesar de todo, lo pongan preso, la tranquiliza con estas palabras: despreocúpese, mamá, ‘los móviles más poderosos de su condescendencia (se refiere al militar español) fueron el deseo de dar en mí un fuerte desengaño a la juventud exaltada que aún pudiera pensar en la independencia de Cuba’”
De este modo vuelve en 1836, va a estar dos meses en la Isla y la mayor parte del tiempo en Matanzas, pero muchos de sus antiguos compañeros lo rechazan. Algunos estudiosos han criticado a aquellos que le dieron la espalda a un Heredia desterrado y herido, pero, en opinión de Martínez Carmenate, también los cubanos tenían razones para el rencor, pues estaban sufriendo la caída del mito en que se había convertido para ellos el poeta independentista.
“Su ejemplo no se apagará, porque si se considera toda la tragedia y el desencanto que vivió, se entienden las razones por las cuales claudicó. Dignificó a Cuba dentro de la literatura universal, está presente en todos los símbolos de la nación: en la estrella solitaria de la bandera, en las palmas a las que canta en la Oda al Niágara. Hasta las estrofas del Himno de Bayamo están influenciadas por el Himno del desterrado.
“Martí mismo llega a reconocer todo eso cuando en 1889 le dice a Enrique Trujillo en una carta: ‘Yo creo en el culto a los mártires. ¿Quién, si no cumple con su deber, leerá el nombre de Heredia sin rubor? ¿Qué cubano no se sabe de memoria algunos de sus versos, ni por quién sino por él y por los hombres de sus ideas, tiene Cuba derecho al respeto universal? Él era de los de fuerza bolivariana y tuvo a la vez el fuego libertador y el de los poetas’”.
El poeta fundó los ideales que guiaron los destinos de la nación a lo largo de todo el siglo XIX. La iconografía herediana, que eternizó en sus versos, conforma el núcleo de nuestra imagen como país, lo que somos y cómo nos vemos a nosotros mismos. Baste advertir que el astro que un día ascendió deslumbrante sobre las márgenes del río San Juan, hoy, 200 años más tarde, nos alumbra desde el triángulo sanguíneo de la bandera.