Detrás del batey de Santa Ana, en un lugar conocido como Victoria, Alfredo García Alfonso tiene su finca. Aproximadamente 10 kilómetros separan a la Evelio de la cabecera municipal de Martí.
Allí, en una extensión de dos caballerías de tierra, el guajiro siembra, cría animales y se reinventa junto a sus dos hijos de 26 años, logrando que su finca sea una de las más productivas de la zona.
APROVECHANDO ESPACIOS
“He tratado de tener todas las líneas de producción en la finca, unas para comercializarlas y otras para consumo propio”, refiere Alfredo, mientras muestra sus crías de vacas, cerdos, carneros, chivos, aves de corral, abejas y hasta tilapias. “Si uno va a estar en el monte hay que sacarle el máximo provecho posible. Si yo produzco, produzco también para el país”.
Cerca de 60 cabezas de ganado vacuno, 300 ejemplares entre caprino y ovino, cosechas de fruta bomba, plátano, pepino, habichuela, y otros productos que se venden en las ferias agropecuarias del municipio, sobresalen entre los logros de este campesino, que como versa el dicho “entre col y col, lechuga”, y en su caso: cuela las tilapias.
“Antiguamente se descubrió que había buen rocoso aquí y se empezó a utilizar para rellenar corraletas de los animales —explica señalando el área donde se desarrolla la acuicultura—. Otras personas también me pidieron y se fue haciendo un hueco que se reformó con el Bulldog y se preparó para la cría de peces, donde primero tuve clareas y ahora tilapia.
“El agua viene de los paneles del sistema de riego que empleo en la siembra de la comida animal, que cuando no estoy regando para allá, la aprovecho. Tengo sembrado ajonjolí, yuca, king grass, tithonia o girasolillo, caña y frijoles”.
Los paneles solares empleados en la Evelio forman parte del proyecto “Acción global para el cambio climático en Cuba, municipalidad de Martí, hacia un desarrollo sostenible carbón neutro”. “Con este proyecto hemos aprendido mucho sobre cómo desarrollar una finca. Nos ha ayudado en alambre, malla, molino de viento, paneles solares con sistema de riego para pastos y consumo familiar”.
Además, por medio de este también adquirieron un refrigerador que funciona con biogás, aunque esta arista aún está a medio explotar.
APICULTURA: UNA TRADICIÓN FAMILIAR
A escasos metros de la casa, el sobrevuelo de abejas delata la existencia de un área reproductiva. Bajo techo, 75 colmenas se desarrollan en cajas de madera habilitadas para ese fin.
“Antiguamente mi abuela era colmenera —comenta Alfredo—. La abeja con que trabajaba era la picona, pero a mí me hace daño, me hincha. Como yo siempre andaba por los montes empecé a encontrar la de la tierra.
“Me trasladé hasta Indio Hatuey, al centro de investigación, y ahí contacté a la compañera Mildrey. Ellos tienen colmenitas. Son los que me han enseñado a trabajar con las abejas. Todavía no soy especialista en el tema, pero al menos ya las divido y sé cómo reproducirlas.
“Hace un año que comencé a trabajar con ellas. Yo las tenía vistas en distintos lados del monte y las fui trayendo, adaptándolas a las cajitas. Se dice que la época buena para trasladar las abejas es en marzo, y nosotros respetamos eso. No se pueden sustraer todas de su entorno porque hay que cuidar el medio ambiente. Son dóciles para trabajar, pero hay que tener mucho cuidado con ellas porque son sensibles y mueren fácilmente por mal manejo. Tengo 75 colmenas, con posibilidades de llegar a 100”, asegura con optimismo, mientras muestra las nuevas cajas manufacturadas para ese fin.
Sin embargo, aunque su experiencia hasta ahora es positiva y sus logros ya son tangibles, el campesino tiene insatisfacciones. “Prácticamente no hay programas de capacitación, de ayuda a los que las tienen. Ojalá nos dieran talleres. El país tiene potencial para desarrollar la cría de abejas. Sus productos son buenos para muchísimas enfermedades”.
Lo de Alfredo va más allá de criar abejas y apropiarse de su miel: ya conoce muchos de los males que curan sus productos y los recita como si fuese todo un especialista en la materia. “Guajiro al fin, cuando a uno le gusta una cosa, se pega a estudiar y estudiar, trata de ver cómo sacarle el máximo rendimiento y desarrollarla. Hasta ahora no tengo forma de comercialización, como estoy sacando poca, lo que hago es utilizarla en la casa como azúcar. Solo le doy uso a la miel, el propóleo se desecha.
“Me he acercado a varias personas en busca de un proyecto que requiera de estos productos, pero no ha habido nadie interesado. En el mundo el propóleo y el polen son valiosos. En Mayabeque y en La Habana sí hay formas de comercialización, pero en Matanzas ese renglón está sin explotar”.
EL APOYO FAMILIAR
La finca Evelio funciona como un reloj, y lo más sorprendente es que solo tres personas llevan sobre sus hombros las responsabilidades de atender la tierra y la ganadería.
“Desde que yo estudiaba, mi papá me fue enseñando a trabajar para que en el futuro no fuera un vago —comenta Osniel García Alfonso, uno de los jimaguas de Alfredo—. Estudié Instalación Hidráulica e hice el 12 grado en una facultad. Cuando terminé, empecé a venir todos los días y desde entonces estoy aquí. Trabajamos los tres parejos: chapear, arar con bueyes, curar carneros, pastorearlos, ordeñar; todo lo que se necesite”.
“Sin nosotros prácticamente ellos no pueden, porque ya tienen bastante edad —asegura Osney, el otro ‘pequeño’ de la casa, refiriéndose a sus padres—. Me gustan los animales, por eso soy el que más estoy aquí. De la ganadería los que más me atraen son los chivos, ver cómo va surgiendo la cría. Los curo, los ordeño y los pastoreo”.
Según Osniel, “sí es un sacrificio grande porque al final la mayoría de los jóvenes lo que quieren es estar en la calle, pero si no trabajas no tienes dinero para salir y disfrutar. A muchos sus padres los mantienen, pero con eso lo que les hacen es daño, porque, cuando ya los padres no pueden ayudarlos, no saben qué van a hacer”.
Aunque son los hombres de la casa los que más se vinculan a las tareas agrícolas y ganaderas, Guelsy Alfonso Millo también asume, sin duda, un rol protagónico en los resultados de la finca. “Cuando me levanto por la mañana lo primero que hago es prepararles el desayuno para que puedan ir p’al campo. También los ayudo con los animales. Les tengo el almuerzo listo para que después puedan continuar las labores.
“Siempre estoy en la cocina o con los carneros y los chivos. A veces hay algunos que están chiquitos y tengo que ponerlos un poquito más fuerte, y les doy leche en biberón. He ido a la tierra, pero en estos momentos estoy más aquí en la casa o con los animales que están más cerca. En las abejas, le llevo las cantinas y lo ayudo a colar la miel.
“Los chiquillos desde los 15 años están con el padre aquí. Estamos en familia, tratando de ayudarnos entre nosotros porque todo esto es de los cuatro”, comenta Guelsy satisfecha con los resultados.
CON LA MIRADA EN EL HORIZONTE
En la Evelio ni prima el conformismo ni menguan los proyectos. No basta con abarcar varias líneas de producción, porque la esencia según Alfredo está en explotarlas al máximo. De hecho, ya está pensando en entrecruzar especies caprinas para lograr mayores rendimientos en las carnes e insertarse en su comercialización.
Sin embargo, aunque está satisfecho con lo logrado en la finca, hay una preocupación que aqueja a este campesino: los robos. “Esto es un castigo para el guajiro cubano, porque tenemos necesidad en el país. Se ha hecho común el hurto y sacrificio de ganado. Creo que se deben tomar medidas drásticas con eso porque los campesinos no están durmiendo tranquilos. En buen cubano, casi tenemos que poner los animales dentro de la casa para que no se los roben. Hace un mes más o menos me llevaron una yegua, que se me quedó fuera porque estaba enferma”.
Aun así, los desafíos que imponen estos tiempos no mellan la productividad de la Evelio, una finca donde se trabaja de sol a sol, porque la máxima es producir: para la economía familiar y para el pueblo. (Fotos: De la Autora)