Al caminar hacia cualquier punto de la comunidad donde reside, a Luis Mateo Cardo Ricardo le es harto difícil avanzar. A cada paso, por lo general, hay un saludo. Nada extraño es, entonces, la solicitud de ayuda por dificultades acaecidas en hogares de amigos o vecinos.
Esto ocurre debido a que lo caracterizan la bondad y disposición constantes a prestar el servicio solicitado. No importa la hora o el día. Por ello, no pocos lo consideran el más popular del barrio; ni resulta raro no mencionarlo en diálogos cotidianos del entorno familiar.
Debido a lo anterior, al ir en su búsqueda y hallarlo para la entrevista, sonreí cuando, sin apenas articular palabras, preguntó: ¿qué problema tienes en la casa?
Se siente matancero, pero sus raíces se hallan en el poblado de Catalina de Güines, provincia de Mayabeque, donde viera la luz hace más de seis décadas. Su familia decidió instalarse en la zona de Cuatro Esquinas, municipio de Los Arabos, cuando Cardo tenía 10 años.
“José, mi padre, comenzó a trabajar como mecánico de equipos pesados y agrícolas en Zorrilla, cerca de donde vivíamos. Debía mantener a Carmen, mi vieja, y a mis hermanos María del Carmen y José Pascual (Mayito). Lo ayudábamos a sembrar unas tierritas para el alimento familiar. Apenas comenzaba la adolescencia y ya nos decía que el trabajo no mata, enseña, te hace hombre y mujer. Luego comprendí bien la lección.
“Estudié en la Escuela para Especialistas de la Construcción, llamada popularmente El Comején, en las afueras de la ciudad de Matanzas. Allí me gradué como mecánico en instalación de tuberías. Laboré en la Base de Supertanqueros de combustibles, de la Zona Industrial, y en otros lugares de la
provincia, donde hiciera falta. Siempre ligado a dicho sector. Incluso, contribuí a erigir edificios multifamiliares mediante el montaje de paneles prefabricados de hormigón, en La Jata, Guanabacoa, La Habana.
“Hace ocho años estoy en Matanzas, en el reparto Naranjal Norte, y no he dejado de ser como soy, pues hago práctica de mis calificaciones obreras en bien de todos.
“En realidad soy montador de tuberías industriales; lo otro fue adquirido en el paso por la vida, porque siempre hace falta. El conocimiento no ocupa espacio, pero sí ofrece soluciones diversas. No soy chef, y cocino variedades de alimentos. Incluso, en el patio de la casa tengo un asador de carnes que utilizo en lo personal y para los vecinos, sin costo alguno. También arreglo y sitúo rejas, hago soldaduras, reparo puertas, ventanas, y hasta atiendo el huerto del patio, donde cultivo frijoles, boniato, yuca, lechuga, ají, tomate, en tan solo un pedacito bien aprovechado”.
Le pregunto si alguna vez cobra algún trabajo para ajenos. “Bueno, si el arreglo es complejo o requiere de algún tiempo sí, pero no abuso, solicito la menor cantidad de dinero posible; de hecho, siempre empleo mis herramientas y equipos.
“Mis viejos, si bien no son de origen netamente campesino, muy cerca estuvieron. Eso incidió en cómo soy, porque él decía que siempre hiciera el bien, sin importar a quién. La maldad y el odio, más el egoísmo, además de sembrar vanidad sin amor a nadie, hacen daño. Yo no tengo alma de ermitaño, sino de sociable, compartidor con los demás, solo así seré feliz”.
Refiere, entonces, acerca de cuántos llegan a su casa y se quejan de un equipo doméstico descompuesto, una mesa por arreglar, un mandado que hacer, y hasta que les vele un momento a los muchachos porque cierran la bodega y deben comprar el pan para el desayuno y la merienda escolar. Disímiles resultan los emisarios de un favor por hacer.
“Acá cerca vive Miriam, mujer de la tercera edad, viuda, sin conviviente alguno. Hace unos días tocó a mi puerta pidiendo ayuda. La instalación de agua potable de la cocina se averió sin solución, debía cambiarla. Lo hice, adquirí la pieza y resolví el problema. Me preguntó cuánto me debía. ‘Que usted se sienta bien’, le respondí. ¿Cómo cobrarle en tal situación?”, manifestó el servicial vecino.
Sofía, la cuentapropista de la esquina, opina: “En realidad Cardo es muy atento con todos por aquí. Su utilidad doméstica me llega de cerca cada vez que requiero su ayuda. Claro, también le presto apoyo cuando lo necesita, pues vive solo. Aún así quedamos por debajo en comparación a lo que él hace por nosotros en casa. Enumerar lo hecho es extenso, pero, por sobre todo, el agradecimiento a este hombre sensible y humano”.
Cardo no solo reparte su alma sana, limpia y dulce, como dijera El Maestro de quienes solo saben hacer bien a otros, muestra su convicción patriótica y revolucionaria, como aquella vez que dejó a todos en casa y partió hacia la República Popular de Angola, donde estuvo desde 1978 hasta 1980. Vistió con orgullo el traje de sargento internacionalista, forjado en las causas más nobles y dignas.
“Estuve en El Congo, que servía de apoyo logístico a la provincia de Cabinda, donde se desarrollara, en 1975, la histórica batalla ganada por fuerzas angolanas y cubanas”.
Al volver sobre el tema esencial, pregunté si, con su comportamiento en la comunidad, todos le aceptan y quieren. Respondió: “Sí, quienes agradecen, aunque hasta ahora no he tenido dificultad alguna al respecto. Comprendo que no todos pueden tener mi comportamiento, pero sí aceptar que se puede ser así”.
En realidad, debieran existir muchos cómo él, se necesitan, máxime en los momentos actuales, de tanta demanda de humildad, sencillez y entrega para enfrentar los males naturales y aquellos que ocasionan la ausencia de sentimiento humano, no pocas veces advertido dolorosamente en el vecindario.