Ficha técnica
Título original: Mission Impossible: Dead Reckoning – Part I
Dirección: Christopher McQuarrie
Guión: André Nemec, Josh Appelbaum
Reparto: Tom Cruise, Rebecca Ferguson, Hayley Atwell, Vanessa Kirby, Ving Rhames, Simon Pegg, Esai Morales
Duración: Dos horas y 43 minutos
Hola, espectador. Su nueva misión, si desea aceptarla, involucra la recuperación de un dispositivo: pasión por el cine, le llaman. Puede estar en cualquier lugar del mundo, pero sorprendentemente escasea a menudo hasta en los estrenos atestados de público. En estos instantes, la manera más inmediata de volver a obtenerlo, en pantalla grande, mediana o minúscula, es a través de Misión Imposible: Sentencia mortal – Parte I.
No es tarea fácil. En un planeta dominado por terroristas, globalización, modas y malas artes de todo tipo, no cualquier objeto logra contener la emoción necesaria para restituir la grandeza y el encanto del oficio Keaton, del oficio Hawks, del oficio Cruise.
Prueba de ello está en que los lumínicos del fenómeno “barbenheimer” acapararon toda la atención de los feriantes este verano, mientras que el saltimbanqui más acaudalado bajo la carpa hollywoodense se llevaba un chasco en taquilla, de esos contra los que lucha y salta en paracaídas una y otra vez en pos, irónicamente, de cautivar a la audiencia.
Se arriesga usted al hostigamiento de desconocedores y desertores de cualquier edad, que le instarán a no consumir una cinta tan larga y a marcharse con la primera serie Netflix que aparezca –sin demeritar a Netflix–; mas no debe cejar en su empeño: una vez abierta, esta caja de Pandora desata su contenido y maravilla sin parar.
El objetivo está camuflado, pues, aunque posee personalidad propia, tiende a recordarnos grandes momentos del género imparable, por llamar de algún modo rápido a ese apartado donde entran lo mismo espías chulos que arqueólogos en forma y chicas con gancho.
Por momentos se asemeja a La espía que me amó, con el suspense subacuático, la transición al desierto, la rivalidad masculino-femenina en persecución de una misma llave-microship-excusa, la apertura del paracaídas similar a la de Bond en los Alpes…; y en otros, como toda parte de Misión Imposible, bebe hasta la osadía del Hitchcock kaplaniano, de la cultura televisiva de los 60, de ese suspense tan insano como agradecido que nos dejó “el hombre mosca” Harold Lloyd y han seguido no demasiados temerarios.
El segmento de Venecia, desde la fiesta hasta el puente, es otra cosa: es ese culmen de imbricación estética y narrativa que la serie parece buscar desde que inició la etapa de Christopher McQuarrie a los mandos. A partir de entonces nos ha ido dejando piedras preciosas, como el atentado operístico en Misión Imposible: Nación secreta, que es también la del momento bajo agua tan tenso donde Tom… bueno, Ethan Hunt, casi se nos muere, y la que prefiero.
Pero, volviendo al tramo veneciano de esta nueva locura, digamos que esa psicodelia nocturna, esas correrías por los pasillos, ese impecable duelo de aceros, ese callejón sin salida demarcado por asesinos, me demuestran lo incapacitado que estoy para apenas aspirar a describir el superior trabajo de montaje (de Paul Hirsch, depalmiano) y dramaturgia allí contenido. La terminología habitual no siempre refleja lo que sentimos, y en ocasiones es mejor dejarse llevar y soltar exclamación tras exclamación.
Como siempre, si algún miembro de su equipo sucumbe en el intento de aguantar despierto, o es capturado por la primera serie Netflix que aparezca –sin demeritar a Netflix–, en vez de negarle la oportunidad de volver a intentarlo algún día, ahí seguirán Cruise y su saga, y Steve McQueen y La gran evasión, y Jean-Paul Belmondo y El profesional, y la comitiva entera tras Los cañones de Navarone, y todas las fuerzas especiales que han hecho, de la misión aparentemente más imposible de todas, el sueño afortunadamente más posible que podemos vivir en la realidad: entretenimiento.
Siga usted mi ejemplo, espectador, y si se lanza al deporte de riesgo que suponen estas casi tres horas, no mire el reloj hasta bien avanzado el rato. Luego hablaremos.
Quizá juntos no salvemos el mundo como nuestros héroes, pero al menos durante ese tiempo recuperaremos, reavivaremos cada uno desde su localización, la pasión por el cine. Lo comprobará al primer nervio aguijoneado, a la primera retención de líquidos, al enésimo alejamiento entre su espalda y el asiento con dilatación de pupilas incluida.
Este mensaje se autodestruirá en cinco segundos, pero la película vivirá por siempre.
Cinco, cuatro, tres, dos…
Aclaración (previa a la autodestrucción): La intención de este texto no es hacer proselitismo de algo que no lo requiere, porque brilla por sí solo. La verdadera misión imposible consiste en decir algo nuevo y diferente sobre una saga que, entrega tras entrega, solo acumula buenos adjetivos.