Crecí buscándolo entre aguas, fueran azules o verdes, saladas o dulces. Recuerdo la primera vez que corté, junto a mi mamá, una rosa en su nombre. La tomamos del lado de la casa, de la mata de la vecina, quien no puso objeciones a ninguno de los infantes del barrio que acudimos en busca de la flor para Camilo.
Por aquel entonces yo desconocía quién era el hombre del sombrero alón. Apenas llevaba dos meses en preescolar, y tenía mucha historia por descubrir entre libros y clases magistrales.
Pasaron los años, y el héroe sonriente en los textos escolares dejó de ser un extraño para mí y empezó a convertirse en uno de los más admirados, junto al Che.
De sastre a la causa revolucionaria, del exilio a expedicionario, del Granma a la Sierra, de Yaguajay al triunfo…
Quien conoce su travesía de superación y coraje no puede hacer otra cosa que sorprenderse con el joven apasionado al béisbol, que ingresó en San Alejandro pero prefirió las causas humildes y luchar por los pobres de la tierra, como en su tiempo hizo el Apóstol.
Mi tío abuelo paterno, Bonifacio, vivía orgulloso de haberle ayudado a salir ileso de la batalla de Yaguajay, cuando juntos tomaron el sendero del río y se pusieron a buen resguardo. Aseguraba que era de los hombres más valientes que había conocido.
Y es que fue ahí, en ese combate librado durante 10 jornadas, donde lideró la Columna # 8 Antonio Maceo. Fue ahí donde bajo plomo y metralla se sentaron cruciales bases de la victoria revolucionaria y él dio muestras de ser un excelente y valeroso estratega.
Nada pudo impedir que, bajo el mando del Señor de la Vanguardia, los rebeldes tomaran Yaguajay. Ni siquiera importó la tenaz resistencia de los efectivos militares de la tiranía, lo aparentemente impenetrable del cuartel, rodeado de alambradas y apoyado por la aviación enemiga.
Dicen que poseía temperamento jovial y sonrisa franca, y que era de hacer amigos en cualquier sitio donde llegaba.
Dos frases inconexas y provenientes de voces diferentes como “¿Voy bien, Camilo?” y “Contra Fidel, ni en la pelota” describen los estrechos lazos y la relación especial que existió entre el héroe y el eterno Comandante en Jefe.
Mi abuela materna me dijo que lo vio de lo lejos, cuando fue a mi Sagua la Grande natal, tras la victoria de enero de 1959. Con voz emocionada me narró cómo las personas lo aclamaban, como lo querían…
Ella me dijo que era un titán de pueblo, de los que surgen espontáneos, y un líder natural, de esos que no necesitan grandes convocatorias para mover consigo a las masas.
Han pasado los años, y Camilo sigue movilizando a un pueblo que cada octubre acude a las aguas, sean dulces o saladas, con ramos y pétalos como tributo a esa figura tan humana que se resisten a olvidar.
Y es que su legado se multiplica en las academias militares, en las historias de valientes que siguen sus pasos, en la sonrisa del niño que toma algunas flores de un jardín como regalo para el hombre del sombre alón. (Ilustración: Dyan Barceló)