Marta Leopoldina Vega rozaba los 13 años cuando tejió por primera vez junto a su padre. Tenía que ayudar a la familia porque unos coreanos, radicados en alguna zona de Matanzas, habían realizado un gran pedido de sombreros.
Fue así que la niña tomó entre sus manos aquellos flequillos de origen vegetal y comenzó a entrelazarlos, notando que no era tan difícil la faena, y hasta resultaba apasionante.Luego su padre unía los fragmentos tejidos en la máquina de coser, y el objeto iba cobrando forma para asombro de la niña.
Casi sesenta años después, y en la misma vieja máquina Singer, Marta confecciona uno de los artículos de más valor en el campo. Un guajiro sin sombrero deja de serlo un poco.