La tertulia Por la memoria, rompiendo la inercia, que conduce la maestra y bailarina Liliam Padrón, en esta ocasión contó como invitado con Humberto Hernández, fundador de la compañía Danza Espiral.
En un ameno diálogo suscitado por la Padrón, con grandes dotes de comunicadora, logró que el otrora bailarín se remontara a los inicios de su existencia cuando era un niño y prefería jugar a la pelota en su natal Pálpite.
Un buen día -compartió el entrevistado- llegó hasta su escuela una comisión compuesta por maestros de ballet y música para examinar a los niños con condiciones para la danza u otras manifestaciones artísticas.
Humberto cumplía cada indicación de los profesores con soltura y flexibilidad, «pensaba que era un juego, desarrollaba los movimientos sin esfuerzo».
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Ese día aprobaron 5 estudiantes de ballet y 10 en otras especialidades. Días después se trasladaría hasta la Escuela de Arte de Matanzas, donde le realizarían un examen de aptitud mucho más riguroso, pero que también lograría vencer sin grandes dificultades.
Comenzaba así a edificar un destino que lo convertiría en el primer estudiante cenaguero graduado de una escuela de arte, aspecto que se hace más admirable al tratarse de la especialidad de ballet. De aquellos 15 muchachos, fue el único que logró culminar los estudios de enseñanza artística.
Humberto reconoce que al principio los fiñes del barrio le hacían chanzas, pero supo imponer respeto, más que a los golpes, con su calidad en el terreno de pelota. También resalta el apoyo incondicional de sus padres.
Su calidad como bailarín era tal, que logró alcanzar el paso de nivel y matriculó en la Escuela de Ballet Vicentina de la Torre de Camagüey, un centro de gran prestigio a nivel internacional, muy frecuentado además por el prestigioso maestro Fernando Alonso.
En el diálogo con Liliam Padrón, el invitado recordó cómo Alonso visitaba con bastante frecuencia aquel centro y hasta le corrigió a él mismo varios movimientos, entre las grandes vivencias que conserva y narra con sano orgullo.
Incluso, en su años de alumno, llegó a integrar el elenco del Ballet de Camagüey.
ETAPA ESPIRAL
Tras culminar estudios de nivel medio en Camagüey, llega a Matanzas, justo cuando en la ciudad nacía una agrupación que marcaría un antes y un después en la danza.
Humberto reconoció, ante los numerosos asistentes a ese espacio creado por Liliam Padrón en la sede de la Uneac, que en aquellos años iniciales de Espiral se disfrutaba de un excelente clima al interior de la agrupación, a pesar de los tropiezos del comienzo, los tanteos, a los que se sumaron pasos contundentes.
Era tal el nivel de compromiso con ese proyecto que varios integrantes pasaron meses sin percibir un salario, pero lejos de amilanarse se entregaban con más fuerzas.
«Como si el dinero no fuera lo más importante, era muy fuerte el deseo de hacer, sin pensar tanto en la posteridad».
Humberto, además de asistir a los ensayos de la compañía, impartía clases en la escuela de arte. Recibía enseñanzas de Liliam, y luego transmitía sus propios conceptos y conocimientos de la danza a los estudiantes.
Sobre su paso por Espiral conserva recuerdos inigualables, pero las fotos en blanco y negro mostradas en la tertulia que conserva la Maestra Padrón le permitió viajar al pasado y verse en un escenario, casi 35 años atrás, durante el montaje de la obra Concierto Estrés.
«Fue un proceso de crecimiento donde existía diversidad de lenguaje, una etapa muy experimental», expresó al evocar aquel período fundacional que marcaría el devenir de la Compañía.
«Desde sus inicios, Danza Espiral rompió esquemas con coreografías atrevidas, innovadoras», afirmó.
Los duros años de los 90 obligaron al graduado de ballet clásico, exponente de la danza contemporánea, a guardar el leotardo y las zapatillas para buscar otras ofertas de empleo mejor remuneradas que le permitieran mantener a su familia.
En los tantos años alejado de la danza asumió diversas responsabilidades. En la actualidad se desempeña al frente de un centro cultural de Artex.
Como ha adquirido algunas libritas de más, pocos lo asocian con la práctica de un quehacer signado por la agilidad de los movimientos, desde cuerpos estilizados y atléticos.
Incluso a veces las bailarinas no toman en cuenta sus criterios, hasta que asombradas observan cómo les corrige algún movimiento con dominio total de la técnica y pronunciando términos que demuestran su conocimiento.
«A pesar de los años sigo siendo un hombre de danza. Pocas cosas disfruto más que ver un fragmento de ballet en la televisión», asegura.
Se enorgullece sobremanera de formar parte de la historia de Danza Espiral, por eso asegura que portará con gran sentido de pertenencia el pulóver que le entregó la Compañía por su 35 aniversario. Incluso, se atrevió a danzar en algún momento de la tertulia.
Confiesa que de manera inconsciente, y hasta dormido, asume gestos donde se siente más cómodo y que no se trata de otra cosa que una postura de ballet. Es como si su cuerpo se lo exigiera, porque existen vínculos irrompibles. (Fotos: Adversy Alfonso)